Editorial: Erein
Año: 2.007
Páginas: 188
*Puedes dejar abajo tu opinión o comentarios.
Zigor no es un vasco típico, de ninguna manera. Mientras los de su generación andan de juerga y en cuadrilla, él tiene un mundo pequeño, privado y oculto, entre las cuatro paredes de su dormitorio. Las pantallas, los teclados y los procesadores conforman su cuadrilla, su diminuto universo, que incluso la luz del sol ve en contadas ocasiones. Sin embargo, de pronto saldrá de ese micro-hábitat bajo su control, y no para irse a cualquier parte: ¡hasta Tailandia! Y es que, ¿qué mejor para movilizar a un muchacho que una sonrisa encantadora? Pero más allá del chat todo es más complicado de la mano dulce de la hermosa Tawi. Dasha tampoco es una muchacha rusa típica, aunque por fuera pueda parecerlo. Ni Pam una típica guía turística. Ni Ming Chun un típico jefe del narcotráfico… Pero, después de todo, ¿qué es típico cuando levantamos el disfraz de cada cual’
Aunque es la tercera novela que se publicó, Mozorroaren xarma fue la cuarta que escribí. Antes que ella había terminado Abaraska, pero a esta última le tocó un camino más largo hasta llegar a la calle. Comencé este proyecto mientras escribía ya Abaraska. Quería hacer algo más ligero, coquetear un poco con el humor, de alguna manera tenía ganas de jugar. No es ningún secreto que tiene una gran influencia de La conjura de los necios de J.K Toole, recuerdo cómo, en el programa Sautrela de ETB, Hasier Etxeberria llamó a Zigor el hermano pequeño de Ignatius, y no andaba muy desencaminado. Por otro lado, en aquellos tiempos había comenzado a realizar viajes a Asia, y es difícil dejar las vivencias de la época al inventar historias. Seguía bajo la influencia de la cultura manga japonesa y, sobre todo, me parecía interesante al fenómeno otaku que andaba en boca de todos en aquellos momentos. Entre nosotros la palabra llegó con el significado bastante transformado, y sobre todo se utilizaba para denominar a algo parecido al aficionado al manga. Sin embargo, tras ese nombre yo veía una metáfora de la senda que tomaba nuestra sociedad: una imagen ampliada del aislamiento creciente que nos rodeaba /rodea y tragaba/traga en esta época que muchos llaman de la comunicación. De modo que, imaginé un Ignatius otaku y vasco, y nació Zigor Ganzarri. Sin embargo, en lugar de llevarlo de Euskal Herria a Japón, escogí trasladarlo a una Tailandia que acababa de pisar. No son pocas las puyas que en mis libros me lanzo a mí mismo, y en esta ocasión tenía en mente, entre otras cosas, reflexionar también sobre la plaga del turismo, ya que, cada vez que agarraba la mochila, me veía a mí mismo atrapado entre los engranajes de una maquina de destrucción. Quería una caricatura de la sociedad, y también de mí mismo.
Ya tenía un boceto del hilo principal de la historia, pero en ella sólo estaba la narración de Zigor. Entonces me llegó desde afuera una sugerencia. Una buena amiga me comentó que también debería tratar el tema de la bisexualidad o la homosexualidad en alguno de mis libros. Esa chica majísima estaba explorando su propia sexualidad, y aprendí mucho de las cosas que me contaba. Tomé pues sus sugerencias, y creé un personaje a la medida de esa amiga: la adorable Dasha. En cuanto apareció en la novela se convirtió en uno de mis personajes favoritos. Pero no se quedó sola: en esos tiempos había leído varios libros de Reinaldo Arenas; sobre todo me había alucinado la novela El portero, y decidí hacerle también un guiño a él. Además, el personaje Reinaldo Arangorri también era una vía para homenajear a varias amistades. Entre él y Dasha me brindaron la ocasión de emplear otra sensibilidad y otros caminos para escribir, Me ocurre muchas veces -me viene a la mente Laurita de la novela Las sombras de la Utopía– que personajes surgidos casi inesperadamente se convierten en mis favoritos y reivindican según escribo un protagonismo impensado. También al escribir, el inconsciente gana a menudo el pulso al consciente.
También hay qué contar sobre el resto de personajes. Podría decir que detrás de muchos de ellos disfracé a personas reales, que la novela fue realmente un baile de disfraces. Tengo en mente a Baby, Paolo, Roberto y Marisa… reales, incluso al anciano arrugado que fumaba opio. Pero bueno, dejémoslos bajo la protección de sus disfraces.
Quería hacer un trabajo que tuviera una pizca de humor, algunas personas me han dicho que en algunos momentos incluso se partían de risa, en mi opinión no es para tanto, pero al menos yo lo pasé de maravilla al escribir. Y al imaginar algunos momentos incluso me calenté. Si quienes la lean consiguen la mitad de eso, yo feliz. Y si además de eso, muerden los anzuelos dejados entre líneas para la reflexión y les sirve para miar a algunas de las miserias de nuestra sociedad desde otro punto de vista, aún mejor.
Mientras Abaraska recorría su camino para ser publicada, terminaba Mozorroaren xarma y se me ocurría presentarla al Premio de Narrativa Erein-Euskadiko Kutxa que organiza la editorial Erein. Así, un día, recibí la llamada del notario del concurso, si mal no recuerdo: el jurado había estado a punto de concederme el premio, y aunque finalmente habían decidido dárselo a otra obra, querían proponerme publicar la novela con ellos. Finalmente, hablé con el editor Iñaki Aldekoa, y él mismo me hizo la propuesta. Según me comentaba, se había quedado con las ganas de premiar mi obra y no quería perder la oportunidad de publicarla. Bueno, no podía decirle que no, cuando un editor muestra un interés así. Sin premio, pero con la vía totalmente libre para publicar la obra; ¡ni tan mal!
Fragmento para lectura
Y vaya si era así: Zigor estaba vivito y coleando en su dormitorio. La única luz que se reflejaba en su rostro como una enorme tarta de crema provenía de dos pantallas, ya que subía las persianas en contadas ocasiones. A ratos miraba el último programa que estaba escribiendo, en la de la izquierda, para fijar después toda su atención en las imágenes móviles del de la derecha. Estaba bajando una película de Internet, y devoraba los fragmentos que podían irse previsualizando, mientras el sudor se apilaba en su frente y en el asiento, con vaho ante los ojos. Era una versión hentai del manga Sailor Moon lo que le hacía sudar tanto. En momentos como ése deseaba ser él también un dibujo animado, brotándole un tercer brazo para poder llegar a todas las cosas que necesitaba. Tampoco le habría venido mal una segunda cabeza. Aquel programa no era demasiado urgente y no era muy difícil, pero quería terminarlo de una vez, porque lo aburría. A veces pasaban cosas así, y le tocaban softwares sin una pizca de gracia. Y es que ése era su mundo, totalmente vetado para su familia, totalmente desconocido, y, entre otras muchas cosas, lo que le permitía amontonar una buena cantidad de dinero en el banco; le pagaban especialmente bien el software que traducía a euskera para el Gobierno Vasco, pero los que más satisfacción le daban eran los programas que él mismo creaba, con Linux siempre como leal compañero. ¿Para qué necesitaba más? Allí tenía todo lo que podía desear: procesadores, un servidor, grandes pantallas, el DVD, música (El adagiode Albinoni echando humo), la play-station, relaciones virtuales, sexo virtual, el cable-módem, el teléfono para pedir comida, pañuelos, cómics, películas, la cama, ventiladores, guantes, la webcam… No necesitaba para nada el mundo exterior, tan solo el baño, y también eso lo tenía muy cerca; allí todo estaba cerca de sus ojos miopes, las lucecitas que salpicaban los gruesos vidrios de sus gafas lo mantenían informado de todo en todo momento. Habría agradecido una mujer de carne, y aunque también eso lo podía pedir por teléfono, no era lo mismo que en casa entrara un vendedor de pizzas que una puta, por supuesto. Además, el cyber-sexo tampoco era tan malo, y podía esconderse detrás de un sinfín de imágenes robadas aquí y allí, mientras chicas reales de cualquier lugar le ofrecían sus cuerpos y sus juegos.
Y es que así se comportaba cuando chateaba con una chica, algo que hacía con frecuencia. Cada vez que intercambiaban imágenes de la webcam, él escogía secuencias que almacenaba y amoldaba, y les ofrecía algún cuerpo esculpido que pareciera recién salido del gimnasio, guardando su propia webcam para otro tipo de videoconferencias. Su única pena era no poder mostrar su verdadera hombría a la cámara, y no porque pareciera el silbato de un árbitro de fútbol, precisamente, pero lo que guardaba entre sus piernas, aunque era digno, difícilmente aparecería en el plano desde abajo de los flotadores que caían sobre él… Con un poco de suerte, él alcanzaba a conocer los secretos de la chica al otro lado, y sacaba un inmejorable partido a sus guantes, mientras iba quedando cada vez más pegado a su silla.
Efectivamente, nuestro Zigor era un otaku. Para qué negarlo. A su juicio, había alcanzado la perfección del otakuismo. Quizá integrar el baño dentro de su habitación era el único detalle que le faltaba y, quién sabe, hasta eso podría lograrse. No negaremos que a sus 27 años no haber probado jamás sexo auténtico le preocupaba, pero desde pequeño había aprendido a auto-convencerse, y casi casi se creía que la virginidad no era sino otra prueba más de su perfección.
Eso hacía con todos sus complejos, y no eran pocos. Unas cien veces había probado a afeitarse, porque el bigote que él deseaba no lo deseaba a él, y la única región en la que su vello se compactaba era en su ceja casi única. Cuando por fin aceptó que su rostro siempre sería el sano trasero de un bebé, decidió que debía ser agotador y hasta doloroso tener que afeitarse a diario, y que era una extraordinaria suerte que él no tuviera más que esa vellosidad invisible. Pese a todo, continuamente se esforzaba por mantener ese fino sombreado que se dibujaba bajo su nariz. Como acostumbraba a estar desnudo en su habitación siempre templada, esa ausencia de pelo lo libraba de adquirir la apariencia de un panda, aunque a cambio lo emparentara con las ballenas.
Por suerte o por desgracia, éste es Zigor Ganzarri, el héroe que en adelante nos acompañará. Lo que nos falta de calidad, ¡que lo sustituya la cantidad!
Sin embargo, Zigor no está solo en esta historia. Bueno, por el momento lo dejaremos en esa absoluta soledad, para que se concentre en su trabajo doble, y dando una voltereta, viajando lejos, muy lejos, aterrizaremos en Rusia. Una de las ventajas que nos ofrece la literatura es precisamente viajar sin pagar, y al mismo tiempo, amoldar los lugares a nuestro capricho. Además, de paso romperemos la linealidad y daremos otro asidero a los críticos para tener la oportunidad de alabar o maltratar esta obra.
Así que estamos en Rusia, muy muy lejos de nuestra Euskal Herria tropical. Todos conocemos Rusia aunque, como yo, jamás hayamos estado allí, así que no es difícil hacerse una imagen de sus calles. Bueno, las calles, las casas, no se ven demasiado, puesto que todo descansa bajo un brillante manto de nieve. Nieva copiosamente, -20°C. Dasha, nuestra muchacha de 16 años, enfrenta sin importarle a ese tiempo que nada nuevo trae. La maleta del colegio no lleva gran peso, más o menos el que pueden soportar sus ganas de estudiar. Avanza de morros, y la única sonrisa le brota al saludar al oso blanco que levanta su sombrero con buenos modales. Sin duda, este oso blanco es el más simpático del barrio. En cuanto siente bajar un gradito la temperatura del cuerpo, levanta la botella y toma un trago de vodka. La bebida nacional tendrá que calentar esos muslos que la minifalda del uniforme difícilmente templa. Así sale, camino de casa, del rebaño de estudiantes. Cada cual bebiendo de su botella, todas aquellas piernas largas se dispersan por unas calles que se emblanquecen de nuevo en cuanto sienten una pisada. Da lo mismo que sea verano, vacaciones en realidad, nosotros necesitamos nieve y chicas vestidas de uniforme para ambientar esta breve introducción, aunque algún amante del realismo pudiera decirnos que en Siberia, en verano, hace un calor de mil demonios. A Dasha, Dariya entre amigas, la tragaría ese paisaje, si no fuera por el uniforme; los únicos vestigios que veríamos moverse entre la nevada serían el pelo que se eriza sobre sus orejas y la densa pintura que rodea sus ojos, uno tan negro como la otra. Bueno, si la despojáramos totalmente de uniforme, también algunos otros detalles de su anatomía, pero difícilmente nos permitiría Dasha que dejáramos esos aquí a la vista, sobre todo porque nunca muestra sus pechos ante nadie, y después de gimnasia lo suyo le cuesta ducharse sin que el resto de las chicas vean sus tetas. No puede evitarlo, es una impotencia que le nace de lo más profundo el mostrar esas partes ante ojos ajenos, y yo, nunca las desnudaría sin su permiso.