Katuak jandakoa (Lo que se comió el gato)

Editorial: Elkar

Año: 2.022

Páginas: 117

*Puedes dejar abajo tu opinión o comentarios.

Iraultza y Zigor acaban de descubrir que en Ondarrate hay dos niños nacidos en los últimos años sin lengua. La sorpresa y la curiosidad les lleva a investigar y hacer un trabajo para la escuela. Para ello, se citarán con un experto afincado en Bilbao, el día de Santo Tomás. Enseguida descubrirán que el tema es más complicado y peligroso de lo que parece.

#AMíTambién me enseñaron que mis decisiones necesitaban representantes. #YoTambiénPreferí reírme de lo que no entendía. #AMíTambién me ha comido la lengua el gato cuando más la necesitaba. #YoTambiénMe he sentido de otra especie. #AMíTambién me han dicho que la Ciencia es neutral #YoTambiénHe dado la espalda a lo que me han enseñado. Puede ser una decisión dolorosa soltar la lengua. Más doloroso que lenguas ajenas te roben para siempre la capacidad de decidir.


En deuda con lo prometido en 2021, en 2022 ha llegado la segunda aventura de los hermanos gemelos Iraultza y Zigor. La idea llegó con la idea de la primera novela Uzta garaia (Tiempo de cosecha) y el origen no tiene mucho misterio, ya que lo aclaré cuando escribí sobre esa primera novela. Cuando decidí escribir una serie de novelas para jóvenes, pensé desde el principio que la conformaría tres historias y cuál sería el contenido principal de cada una. Es decir, qué pilar de este sistema nuestro iba a poner en duda. Todo lo que consideramos inamovible tiene su principio y su fin. Retrocediendo en la historia, podemos encontrar cómo se construyeron los cimientos de una organización social que hoy parece perpetua, pero escribir sus últimas páginas puede ser nuestro trabajo si lo deseamos y lo intentamos. Para ello, sin ver hacia dónde nos lleva este modelo, difícilmente tendremos ocasión de pensar hacia dónde nos gustaría ir.

Tenía que construir una segunda aventura para Iraultza y Zigor, así que en este caso se me ocurrió utilizar un poco de fantasía, recordando lo que Michael Ende realizara a través de la memorable novela Momo. Las similitudes, sin embargo, terminan ahí seguramente. En este caso, ¿por qué no tomar para construir esa fantasía las herramientas que nos proporciona la propia Ciencia? ¿Por qué no recordar que la Ciencia misma es una zona de conflicto? Desde el siglo XIX vivimos bajo el fetiche de la evolución, entre otros muchos. Fetiche, porque entendiendo la evolución en una sola dirección ha servido para justificar todo tipo de teorías sociales, porque nos han hecho interiorizar que esa evolución nos empuja, necesaria e inevitablemente, hacia una especie y, lo que es más peligroso, hacia un modelo de sociedad siempre mejor. Y nosotros nos lo creímos. Entendiendo la evolución como puro devenir, ¿quién ha inventado que los cambios que introduce introduce nos traerán necesariamente un mundo mejor? Esto ha traído consigo un determinismo muy peligroso; ponemos ante nuestros ojos una venda y nos disponemos a seguir ciegos los cantos de esas promesas. Sin embargo, no hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación para adivinar qué camino que hemos recorrido en el último siglo de manos de ese determinismo. ¿Qué pasaría si nos quitáramos esa venda de los ojos y descubriéramos que estamos a punto de convertir esos sueños proféticos en pesadillas y los paraísos prometidos en infiernos? Tal vez las bases de nuestro sistema no ofrecen eso que se nos dice cada día. Y quizá a Iraultza y a Zigor también les toque darse cuenta de ello en cuanto empiecen a investigar qué puede haber detrás de esos niños que nacen sin lengua. La fantasía puede ser el asidero perfecto para empezar a mirar la realidad a los ojos.

Aunque el libro ofrece una vía para hacer reflexiones de este tipo y otras aún más arriesgadas que aquí callaré, tenía claro que el estilo narrativo debía seguir la senda del libro anterior, introduciendo a Iraultza y Zigor en una arriesgada aventura  que transcurre ligera. Para quién es peligroso lo que se cuenta, por otra parte, lo tendrá que decidir el lector.


FRAGMENTO PARA LECTURA

En el patio Iraultza siente pereza para buscar a Zigor y proponerle hacer el trabajo juntos, y tras usar el espejo del baño para quitarse unas malditas espinillas, se queda a comer el bocadillo con Alaitz cerca de la puerta, que es donde está más templado. Se les han unido Sofi y Alaine, pero Iraultza prefiere contemplar a quienes juegan a baloncesto antes que enterarse de los últimos enfados y romances que se han producido en Go!Azen y, al final, quién se lo iba a decir, va a ser su hermano quien se convierta en su tabla de salvación contra el aburrimiento.

Se acerca como por casualidad, mirando los movimientos del patio ahora, hacia el baño después, a sus zapatillas, hasta llegar junto a Iraultza. Su hermana lo midió durante todo el camino y, al llegar a su lado, confirmó su preocupación de los últimos días: los ojos de ambos hermanos habían quedado a la par y, seguramente, los de su hermano quedarían más arriba antes de terminar el curso. Con las manos en los bolsillos, mirando las casas que hay más allá del patio, el muchacho pregunta atropelladamente:

– ¿Hacemos el trabajo juntos?

Ellos también han tenido Sociedad a primera hora, evidentemente.

– Pero hacerlo juntos no significa que yo trabajo y tú fiesta, que eso quede claro –remata, esta vez, sí, mirando los ojos de su hermana. Dicho eso Zigor se marcha hacia Kerman y Julen, reunidos alrededor de una pantalla, con la misión cumplida.

– Yo trabajo y tú fiesta –repite Iraultza, tratando de imitar el tono de su hermano, balanceando la cabeza.

Sea como sea, se siente aliviada porque no se lo ha tenido que pedir ella. Después de todo, en clase de su hermana ¿a quién podía pedir Zigor que formara pareja con él? No se le acumulan los amigos precisamente, llamando a su  puerta, si no son vampiros que quieren absorberle el trabajo.

–¡La lengua al hoyo, la lengua al hoyo, la lengua al hoyo –les llega a una de estas a Iraultza, Alaitz, Sofi y Alaine del baño de los chicos.

Sofi, Alain y Alaitz siguen raja que raja sobre si debía responder al mensaje, si romperán, quién debe pedir perdón a quién…, inmersas en una fiesta de nombres que poco importan a Iraultza. No son reales, ¿ya lo saben? Así se lo diría, pero, casi tapados por el sonsonete que se repite una y otra vez, ha oído también unos sollozos y, aunque sólo sea para huir de los hilos pegajosos de Go!Azen, va persiguiendo el sonido y asomando la cabeza por la puerta del baño de los chicos. Dentro hay tres chicos de 4º de ESO que tienen rodeado a un niño de Infantil que escucha mudo cantinela de los otros, con un gimoteo de vez en cuando que le agita el cuerpo de arriba abajo. Conoce a los de 4º, los más pringados de su clase. ¿No les da la cabeza más que para eso? ¿Para sentirse valientes asustando a un mocoso que no les alcanza el ombligo cuando huyen como conejos de la persecución de los gallitos de su clase?

– ¿No tenéis más que pájaros en la cabeza? ¿Dónde voy a empezar a repartir patadas, en vuestro culo o en vuestros huvos? Qué valientes. ¿Por qué no guardáis ese valor para enfrentaros a los gilipollas de vuestra edad?

Helados se han quedado los tres chicos, incapaces de responder a Iraultza y, viendo que no van a moverse, la chica les lanza el último grito:

– ¡Largaos, hostia!

Los tres valerosos hombrecitos han salido corriendo al patio, e Iraultza se ha acercado al niño que la mira sollozando. Apoyó la mano en sus rizos castaños y se puso en cuclillas, la cabeza a su altura, amistosamente.

– ¿Cómo te llamas, chaval?

El niño, sin embargo, sigue mudo a pesar de que los sollozos se le han ido calmando poco a poco.

– Tranquilo, nadie te va a hacer daño. Dime tu nombre, y vamos a buscar a tus amigos, ¿de acuerdo? Creo que vuestra hora de patio ha terminado, y os van a reñir.

En los ojos del niño la preocupación pasa a ocupar el lugar del miedo, pero Iraultza no le  saca ni una palabra.

– Bueno, vente conmigo, si no quieres decirme el nombre, dime de qué clase eres, ¿o te ha comido la lengua el gato?

De pronto, las lágrimas vuelven a los verdes ojos del niño, e Iraultza se queda sorprendida contemplando su silencioso llanto.

– Mira que decirle eso.

Iraultza mira hacia atrás, sin comprender las palabras de Alaitz. ¿Qué he dicho? Puede leerse en su rostro la pregunta.

– No me digas que no sabe quién es…

Iraultza, sin embargo, ni idea.

– Izei, el niño sin lengua.

Los ojos de Iraultza se han abren hasta salirse de su rostro, casi.

– Esos bobos le provocan muchas veces, pobrecito –dice, y le tiende la mano al niño–. Vamos, Izei, vamos a tu clase, y tranqui, nadie te va a castigar.

Más tranquilo, acepta la mano de Alaitz y sale del baño con ella, seguido también por Iraultza.

– Tiene cinco años. ¿A que sí, Izei?

Izei asiente y levanta la mano que tiene libre con los cinco dedos desplegados.

– No sé si no se habrá hecho caca –comenta Iraultza, a quien le ha tocado respirar la atmósfera que deja detrás el niño.

– Si se ha hecho, que su seño se lo limpie, bastante hemos hecho nosotras, tú ahuyentando esos espantapájaros, y yo llevándoselo a su clase.

 

Iraultza sube sola la cuesta de Talatxu. Va envuelta en su cuello térmico, con las manos en los bolsillos. El día está despejado, pero en Ondarrate los termómetros no logran superar la barrera de los siete grados. Pasado mañana Santo Tomás. No tiene ganas de vestirse de aldeana, pero tiene esperanzas de que su padre los lleve a Bilbao a Zigor y a ella. Hace tiempo que no come un buen talo. La última clase de Steve la ha dejado exhausta. Siendo Gimnasia la última hora antes de las vacaciones de Navidades, podía tener un poco de compasión, ¿no? El cuerpo de Iraultza no está hecho para tales ejercicios, y lo que la naturaleza no le ha dado no se lo prestarán las clases de Steve. Ahí los ha tenido, congelados en el patio, haciendo ejercicios de flexibilidad y dando vueltas y vueltas. A Iraultza le encantan esas sesiones. ¿Visitarán a aitite y amama en Bilbao? Prefiere las visitas de días así, y no porque les den un dinerito extra para gastar en la feria, sino porque son breves, sin que toda la familia se junte en torno a la misma mesa y termine discutiendo, como suele ocurrir en la comida de Navidad. Además, el día de Santo Tomás tiene más sentido decir a la gente eguberri on. Eso es todo lo que le sacan en esos días, eguberri on y feliz año nuevo. Son deseos más universales y hoy día más adecuado es el primero el día de Santo Tomás que en Navidad; al fin y al cabo no hace más que desear un solsticio de invierno y una buena nueva etapa, que es lo que significa eguberri, como el propio Olentzero. Fuera los disfraces cristianos.

Esos pensamientos acompañan a Iraultza picoteando en la cabeza hasta casa y, cuando intenta meter la llave en la cerradura, alguien anda más rápido abriendo la puerta de la cocina. Es el padre, por supuesto, don Karmelo Bazterretxe, con los pies metidos en dos chistosas mariquitas, en ropa de casa cómoda pero templada, con sus estanques azules hundidos en las gafas. Karmelo se queja de que estas casas de protección oficial son frías, que no tienen buenos sistemas de calefacción y que debido a sus problemas de circulación se le congelan los pies y las manos. El precio de ser tan alto, como suele decir él.

– Hola, cariño, acabo de terminar vuestros bocatas. ¿Tu hermano? –pregunta el padre con su tono brusco de costumbre, presuroso por cerrar la puerta al ver que no viene nadie detrás de Iraultza, para que no se les escape el poco calor que tienen dentro de casa.

– Se ha quedado con Kerman y Julen –le aclara Iraultza–. Han ido al puerto por un trabajo de Ciencias. Parece que se les ha metido en la cabeza a todos los profes que también tenemos que pasarnos estas mini vacaciones con la cabeza metida en los libros. A tooooodos les ha faltado tiempo para mandarnos trabajos para Navidad. ¡Que tenemos 14 años, edad para divertirnos!

Gruñó y buscó consuelo en el bocadillo.

– Tengo dos noticias, una buena, otra mala –le anuncia el padre, con una sonrisa tan ambigua en los labios como sus palabras.

– Puedo adivinar lo malo: no te han cambiado el turno, ¿verdad?

– No. Imagínate, no soy el único que quiere librar la mañana para Santo Tomás…

– Di lo bueno, a ver si me alegras la tarde.

Karmelo lleva una mano hacia atrás y hace un movimiento que pretende ser de magia, bastante torpe .

– ¡Os he sacado la Barik y os he cargado 20 € para que podáis ir vosotros solos!

Los ojos de Iraultza se tornan dos lunas.

– ¿Zigor y yo? ¿Solos a Bilbao?

– Tenéis ya 14 años, siempre nos decís que no sois unos críos, ¿no? Visitáis a aitite y amama, bajáis al Arenal, coméis un par de buenos talos, ni se os ocurra mojarlos con sidra o txakoli, y yo me junto con vosotros por la tarde. Ama tiene citas, como imaginarás, antes de que lo estropee el turrón de Navidad, los padres quieren asegurarse del estado dental de sus hijos…

Iraultza ha desconectado apenas ha oído lo de comer un par de buenos talos. ¿Para qué llenarse la cabeza con información inútil? Está convencida de que las sinapsis entre neuronas son limitadas, sean lo que sean. Y es que Iraultza tiene serias dudas de si ha entendido bien el papel de la sinapsis que les han explicado en clase de Ciencias pero, por si acaso, mejor ahorrar esfuerzos gratuitos a esas neuronas. Prefiere reservar sus sinapsis para otras cosas. Por ejemplo, para lo que le acaban de recordar sus neuronas en ese momento.