Uzta garaia (Tiempo de cosecha)

Editorial: Elkar

Año: 2.021

Páginas: 115

*Puedes dejar abajo tu opinión o comentarios.

Los hermanos gemelos Iraultza y Zigor conocerán a Baazima en secreto, en el campamento de los temporeros que cada año acuden al pueblo a recoger la uva. Entre hombres desposeídos que solo tienen la fuerza del trabajo de sus manos, conocer a esta joven les hará perder la candidez de la infancia. Baazima ni siquiera es dueña de su cuerpo.
Incluso entre nosotros, aunque no lo veamos, viven cientos de expropiados.
La fuerza y el compromiso para transformar la sociedad en manos de los jóvenes.

#YoTambiénHe comido uvas sin tener en cuenta las manos que las han recogido. #YpTambiénHe amado miradas que portaban lejanos paisajes. #YoTambiénLlevo tatuadas caricias de una piel más oscura. #AMíTambién me ha ahogado la ley por ser quien soy. #YoTambiénHe sido extraño en países lejanos. #YoTambiénHe llevado privilegios en la mochila y los he vaciado en espaldas ajenas. Sólo al dejar atrás muchas creencias crecen las cosechas más productivas. Y ya es hora.


Hasta que en 2018 decidí escribir el proyecto de la novela Inoren mundua adaptada para jóvenes, no sentí un impulso especial para escribir específicamente literatura juvenil. Inoren mundua fue originalmente un proyecto para adultos. Todas mis novelas son piezas de un proyecto largo y completo, un universo literario de dos carriles que va completándose poco a poco, sin que los lectores lo noten, y para el que no tenía piezas específicas para receptores adolescentes. Inoren mundua estaba en parte fuera de ese universo, a pesar de ser una pieza entra en él de lleno desde el punto de vista de su significado. Así, en 2019 presenté Inoren munduan y en la Feria de Durango me tocó tener a mi lado a John Andueza. Una suerte inmensa, por lo que he podido comprobar desde entonces. No nos conocíamos, pero los dos nos sentimos convertidos de forma espontánea y rápida en viejos amigos. Me hablaba de su experiencia en la literatura juvenil y empecé a conocer ese mundo de primera mano. Sea como fuere, no tomé la decisión de hacer más literatura juvenil desde el primer momento, pero la idea labró poco a poco su curso en mi cerebro.

Con el gusanillo mordiéndome por dentro, el tiempo pasó y la idea me vino hacia enero-febrero de 2020. Sin forzar; en realidad fue como abrir una ventana, a través de la cual vi que tenía material para colocar algunas piezas destinadas a la juventud dentro de mi universo literario. Así surgieron los hermanos gemelos Iraultza y Zigor, y las líneas maestras para tres libros o aventuras. Entraban de lleno, además, en ese mapa de dos carriles que iba tejiendo. Por otra parte, me permitieron dejar Inoren munduan más conectado en todo el proyecto, y así surgió el pequeño universo de los hermanos, Ondarrate, un pueblo pesquero ficticio que se ubica en la zona vizcaína de Urdaibai. Ahora que se ha publicado, como digo a mis amigos, se han puesto en camino pequeñas píldoras de disidencia para que la juventud también se haga preguntas y revise las grietas del mundo que ha heredado.

Qué brecha les va a poner ante los ojos cada libro o aventura es un trabajo que los lectores deben hallar, no lo voy a adelantar, pero el orden de las historias también tiene su significado simbólico. Tampoco voy a desvelar más sobre ese universo de dos carriles que se va completando historia a historia desde mi primera novela hasta las que están por venir. Quizá algún lector haya empezado a olfatear ya el conjunto y a percibir los hilos para unir textos unos a otros. Pero eso tiene su código, e Iraultza y Zigor también también tienen sus claves.


FRAGMENTO PARA LECTURA

Aquella tarde, como se ha dicho, el hombre estaba solo en la casa, como todas las tardes. Apenas sintió a sus hijos en casa, dejó los tornillos desatados en un estuche, se lavó las manos en un trapo, y se fue a la cocina a preparar la merienda. Ese era su segundo vicio: la cocina. En el txoko de la cuadrilla también solía ser él casi siempre el cocineros ¡Quién superaría el bacalao al pil-pil de Karmelo! ¡Y cómo iba a conseguir la cuadrilla sin él tantos premios en el concurso de sukalki de las fiestas del pueblo! «Es simple», decía con aparente modestia, «Solo hacen falta dos cosas: buen género, y buena mano». La paciencia era la esencia de la buena mano. Y Karmelo tenía paciencia para regalar, tanto para dorar bien la cebolla, como para oír las interminables preguntas de Iraultza, como para esperar las respuestas de los proveedores asiáticos y comprender que sus síes eran con frecuencia la manera de decir que no.

Aquel día, sin embargo, su cabeza era un rompeolas que no resistiría la galerna, incapaz de seguir la locuacidad de su hija, mientras hacía el esfuerzo de poner su atención en los bocadillos que quería prepararles. No entendía nada; parecía haber una muchacha, marroquíes, tierras, viñas, piel oscura… Y al parecer Zigor se lo perdió todo, en un rincón, esperando su turno. Su hijo ansiaba resumir su primer día de clase. Sobre todo, para informarles de la buena suerte que habían tenido con su tutora. Sus padres lo escucharían encantados, pues Katixa impondría disciplina. Es decir, Trumoi. Lo único que le hacía dudar a Zigor era si su padre también se alegraría y no querría asistir a todas las reuniones de padres en adelante. De repente vio a su padre, por primera vez en su vida, como un posible competidor. Era un hombre, después de todo, alto, fuerte, simpático…, y él un mocoso. Ni sombra de bigote tenía aún Zigor. Sólo unos granos feos que sacaba sin piedad cada mañana. Las facciones de ambos hermanos, al parecer, habían sido invadidas por aquellas espinillas para confirmar que eran gemelos. Pero, por otra parte, ¿quién más disciplinado que él en la clase, y quién más listo que? Sacaría sobresaliente en todos los exámenes y trabajos de Sociedad, claro que sí.

Por fin, al anochecer, llegó a casa la madre. Iraultza parecía apaciguada, en su dormitorio, acompañada de un libro. Más allá del dibujo, solo algunos libros conseguían calmar ese torbellino ambulante. Tampoco le gustaba mucho la televisión, menos Dragon Ball y otros dibujos animados japoneses. ¿Era posible, preguntaba a menudo a todo aquel que estuviera dispuesto a escucharle, que fuera ella la única en su clase a la que no le gustaba Go!azen? Le resultaban tan acartonadas las relaciones, amores, enfados entre aquellos jóvenes…; tan ridículas y ampalagosas las canciones… Pero conociendo los gustos musicales de los de su clase… Sentía que desde que naciera solo había llegado una cosa para quedarse: el reggaeton. Y como si no fuera poco, de pronto se le sumó el trap. En comparación con eso, prefería mil veces los  Berri Txarrak y similares de su padre. Así debía ser Euskal Herria: una vez arraigado un estilo musical, no desaparecería hasta la muerte de toda la generación que lo trajo…

También le deparó buenas sorpresas curiosear en la colección de CD de sus padres: ¡y es que conoció a Selektah Kolektiboa! Qué sería de la vida sin hip hop… ¡Y descubrir que hubo un grupo así en Euskal Herria y cantando en euskera, a principios de siglo! Si hubiera podido verlos… En los auriculares de Iraultza, Glaukoma calló y la voz de Sara Hebe le ayudó a pasar página. Procuró no quedar enganchada en aquel «asado de fa», pues andaba fascinada entre los alfas y los betas, devorando la novela de Aldous Huxley que encontrara entre los libros de su madre. Y mira que decirle que sería demasiado para su edad… ¿Por qué todo el mundo pensaba que a la gente de su edad le debían gustar los libros que les mandaban en la ikastola? Cada vez que veía en la portada un número que indicando edad, Iraultza echaba a correr en sentido contrario. Era evidente que tenía una mala relación con los números, con todo signo limitativo. En aquella estantería también tenía la vista puesta en eotro libro: Los desposeídos. Al ver el título le quedó el concepto dando vueltas.

Así, cuando oyó la llamada para cenar, entre las rendijas dejadas por Kumbia Queers, perezosa para alejarse de los brazos de Huxley, llevó esa palabra a la mesa, desposeído, y la conectó con la muchacha que había conocido aquel día. Se sentó a la mesa y soltó mientras llenaba el plato con la ensalada, mirando a su madre:

-He conocido hoy a una desposeída, muy curiosa.

Todos la miraron atónitos, su madre con malos presentimientos, dudando si preguntar, porque su la última hora había sido dura poniendo una ortodoncia a un niño llorón, y no sabía si debía morder el anzuelo arrojado por Iraultza. No fue necesario, sin embargo, porque la joven tenía gran habilidad para retroalimentarse; y siguió adelante:

– Se llama Baazima, y vive en el campamento de temporeros. En fin, el campamento tampoco es de los temporeros, porque ellos también son despodseídos, como Baazima. Y eso es lo que no entiendo: ¿por qué el campamento no es de los que viven allí? Parece que nada es de ellos, ni el campamento, ni las viñas. Y sé que en la viña no son ellos los únicos que han trabajado, también lo entiendo, pero al parecer no son de nadie que haya trabajado allí, sino de otros que no han los han cultivado.

A Karmelo se le cayó el trozo de tomate del tenedor y miró a su mujer con una evidente mirada de pase-palabra. Sonia se demoró detrás de una aceituna antes de contestar.

-Espera, vamos despacio, a ver si lo he entendido todo: ¿has estado en el campamento de los temporaos, en el bosque? -Iraultza asintió con un ansioso ademán de cabeza-. Ya sabes que es propiedad priv… -su madre se mordió la lengua, pero comprendió que ya era demasiado tarde-, que es propiedad privada. Pertenece a la empresa Matxuri, ye no puede acceder nadie sin permiso. ¿Te imaginas si algún desconocido entrara en nuestra casa sin pedirnos permiso?

– Pero yo no he entrado en casa de nadie sin permiso; he ido al bosque, y al claro del bosque, y entonces me he encontrado con una muchacha que vive allí, y ella no me ha puesto ningún inconveniente. El idioma sí que ha sido un inconveniente, un poco, porque yo no sé francés ni árabe, pero ella ha aprendido del castellano y además me ha dicho que me iba a hacer de anfitriona, osea que me ha invitado.

Sonia buscó la inspiración en el techo y en las paredes, pero el reloj que mostraba la pequeña playa de Ondarrate sólo le indicó que la cena sería larga. Torció el morro un lado y a otro y miró a su hija a los ojos.

– Los bosques también tienen dueños y no puedes andar por cualquier sitio, a tu antojo, eso ya lo sabes.

– Y es lo que quiero que me expliques, porque nunca lo he entendido: ¿qué puede hacer a una persona dueña de un bosque o de un trozo de bosque? No sé, es como adueñarse de un trozo de mar o de aire, ¿verdad?

– No exactamente. Tú puedes comprar un trozo de bosque, pero no puedes comprar un trozo de aire o de mar.

Iraultza quedó pensativa.

– Pero habladnos de ese Baliza -intentó desviar el asunto la madre, que comprendió también que su explicación había sido poco persuasiva.

– ¿Tú tampoco lo vas a decir bien? ¡Baazima! Y ya te he dicho, es una desposeída, te he visto un libro con ese título, y para entender cómo puede ser desposeída, antes tendré que entender cómo se llega a ser poseída. Osea, cómo una persona puede apropiarse de una cosa que es de todos o que no es de nadie. Comprar sí, pero ¿a quién se lo vas a comprar? ¿Quién tiene ese poder de vender un trozo de bosque?

– Los gobiernos tienen potestad para vender las tierras, dan títulos de propiedad a cambio de dinero -intentó el padre.

– Pero, alguna vez te oí decir que a Matxuri también le ha vendido el ayuntamiento tierras comunales, y no parecías muy contento cuando dijiste eso. También he visto a aitite mosqueado por la pérdida de tierras comunales. ¿Los terrenos comunales son municipales?

Karmelo respiró profundo, buscando entre la lechuga un trozo de queso. ¿Cuándo les escuchó ese demonio el tema de las tierras comunales?

– Las tierras comunales son del pueblo, son de todos y, como has dicho, no son de nadie. Todo el pueblo las utiliza para sacar recursos de ahí, es un tema histórico.

– ¿Y no son municipales, entonces? ¿Es lo mismo el ayuntamiento que el pueblo?

– Mmmm, sí y no, o no y sí… ¿Por qué no nos hablas más de Baazima? ¿Qué me has dicho antes, que tiene 18 años? Porque no es muy frecuente que haya chicas en este tipo de campamentos.

– Sí, 18 años, pero eso después. Siempre me decís que no estudio, y cuando quiero comprender un concepto, que además aparece en un libro de ama, no queréis explicármelo…

-El Ayuntamiento representa al pueblo -intentó Zigor, él sí, queriendo demostrar que aprendía. Además, le vendría bien el ejercicio de explicar esas cosas para luego lucirlas ante Trumoi.

– El pueblo somos todos, yo también, pero no sé cómo me representa el ayuntamiento. Si algunas tierras eran comunales, se puede decir que todos éramos propietarios, ¿no? Que todos nosotros eramos poseídos, aunque todavía no comprendo cómo nos habíamos poseído -añadió en voz baja-. Pero, ¿cómo puede el ayuntamiento vender un trozo de suelo comunal? También era mío, y si antes tenía derecho a ir a ese bosque cuando quisiera, porque era de todos, ¿cómo me ha quitado el ayuntamiento el derecho a ir a ese bosque? Si me representa, no puede decidir en contra de lo que yo quiero, ¿verdad? Porque yo no tengo nada en contra de que los de Matxuri planten viñedos y hagan txakoli, pero sí en contra de que se limite el derecho a caminar por los bosques y montes de nuestro pueblo. Yo no voy a hacer daño a las viñas.

– Sí, a los de Matxuri, si impides el trabajo de sus trabajadores.

– ¿Que sean trabajadores de Matxuri significa que son dueños de esas personas? ¿Hay algún título de propiedad sobre las personas? Porque así parece, porque esos hombres, y otros que estuvieron antes, han trabajado para que existan esas viñas, para cultivarlas, para recoger sus frutos…, pero Baazima me ha dicho que luego les van a pagar una caca de vaca y les van a llevar a otro sitio para trabajar porque ellos no tienen nada, ni el fruto de su trabajo. ¿Ni siquiera son dueños de sí mismos? ¿Se puede vivir tan desposeído? Por eso no entiendo lo que hay que hacer en esta vida para ser poseído o para ser desposeído. ¿O nacemos poseídos o desposeídos? Al parecer, Baazima nació en Marruecos, pero no sé si nació desposeída o la desposeyeron después.

– Bueno, no sé, deberías preguntárselo a ella.. -Karmelo sintió la mirada severa de su mujer y volvió a pensar antes de seguir adelante-. Pero…, yo creo que es mejor si no vuelves a ese pedazo de bosque y dejas que Baazima haga su vida, porque seguramente, si está en ese campamento, tendrá responsabilidades.

– ¡No! -el de Iraultza fue el grito del triunfo, que dejó a Zigor un doloroso zumbido en el oído derecho-. Me ha dicho que mientras los hombres se dedican a la vendimia ella no tiene que trabajar. Que cuando ellos vuelven empieza el trabajo de Baazima. Así que no hay problema si vuelvo a ir mañana, ¿verdad? Quizá ella me ayude a entender cómo se ha convertido en desposeída o si ha nacido desposeída, porque vosotros no queréis ayudarme, evidentemente. No entiendo ni por qué el caserío de la familia de aita está ahí pudriéndose en el monte, vacío, sin que ninguno de nosotros puede usarlo. ¿Tal vez aita que fue desposeído? ¿Un caserío no debería pertenecer a la persona que está dispuesta o necesita vivir ahí? Sería mejor que quedarse pudriéndose vacíos, ¿no? Un caserío o cualquier otra casa o piso.

Karmelo se levantó en seguida para recoger los platos y llevarlos a la cocina, con la cara roja y las orejas calientes. Se diría que la joven Iraultza le tocaró donde dolía.

En el baño, mientras se cepillaba los dientes, Iraultza miraba el reflejo de su hermano.

– Tú eres el de buenas notas, Zigor. ¿Has entendido lo de la propiedad?

Zigor movió la cabeza a derecha e izquierda, algo avergonzado, viendo en el espejo a Trumoi, que le preguntaba la lección y le pillaba sin estudiar.

– Lo tenía muy claro, hasta que has empezado con tus preguntas -le contestó, después de escupir la espuma de boca-. ¿Por qué consigues enredar lo que siempre tengo claro? Y ya sabes que a aita le duele hablar del caserío y de la casa del puerto.

– Y sin embargo no sabe explicar cómo se consigue o se pierde la propiedad.

– Siempre me dices que soy el de buenas notas, que soy inteligente… pero entre tú y yo, cuanto más explican los mayores su mundo, menos lo entiendo. Quizá seas más lista. Tengo buena cabeza para estudiar, para guardar las cosas en la memoria y repetirlas, pero a ti se te ocurren preguntas que a mí no se me ocurren. Siempre quieres entenderlo todo.

Zigor hablaba a su hermana muy colorado. Le estaba haciendo la más vergonzosa confesión, y cuando esperaba alguna puya de Iraultza, vio a la muchacha boquiabierta en el espejo. Ambos siguieron en silencio lavándose los dientes y, cuando acabó de enjuagarse bien la boca, Iraultza miró a su hermano con complicidad:

– Si sirvo para hacer preguntas, al menos, me ayudarás a encontrar respuestas, ¿no? ¿Vendrás mañana conociendo a Baazima?

En aquel momento el espejo hizo idénticas las sonrisas de los hermanos. Dicigóticos o no, no en vano vivieron nueve meses en el mismo vientre.