Karonte

KARONTE-23Editorial: Elkar

Año: 2.005

Páginas: 320

VI. Premio Igartza 2.003

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Tras pasar un año en coma Amets Olazar vuelve a casa totalmente recuperado, y allí lo espera Naroa, su prima argentina de 18 años. Bajo esa inicial apariencia de normalidad, sin embargo, comenzarán a presentir sucesos extraños: cambios en la personalidad y en los conocimientos de Amets, personajes oscuros que los espían… Trayendo a nuestros días un argumento que parece de ciencia ficción, Asel Luzarraga ha escrito una novela estimulante, que incursiona en las posibilidades de una sociedad en las que las nuevas tecnologías son utilizadas para el control de la conciencia humana, en una ida y vuelta vertiginosa desde Bilbao a Tokyo. Además de eso, los elementos principales del texto son el misterio y el amor, a través de una escritura ágil que mezcla de forma tan fácil como natural distintos narradores. Con todos esos ingredientes, el lector encontrará aquí un cóctel agradable. Gracias a esta novela Asel Luzarraga ganó el Premio Igartza para escritores jóvenes.


Las primeras ideas para la novela Karonte me surgieron hacia 1.998-1.999. En aquella época devoraba un manga detrás de otro y algunos de ellos mantenían una estética ciberpunk. Seguramente, eso tuvo algo que ver al emprender este proyecto, al menos, hay quien le ha visto indicios de Ghost in the shell. Pero el origen consciente está en un artículo que leí en aquellos tiempos en la revista pseudo-científica Muy Interesante. Según decía, un grupo de científicos estaba realizando investigaciones para poder volcar toda la conciencia de las personas a un ordenador. En el artículo relacionaban esas investigaciones con la posible clonación humana, o quizá esa relación la saqué de algún otro lado, quién sabe. Bueno, es lo de menos. En cualquier caso, aquel artículo fue una excusa para crear una historia. Al margen de las intenciones de aquellos científicos, mi interés principal se situaba en el control tecnológico de la sociedad, y ligado a él, una preocupación filosófica: ¿qué de eso a lo que llamamos el yo es realmente el yo? ¿Hasta dónde somos nosotros, hasta dónde una construcción impuesta desde el exterior? La libertad humana ha sido una de mis principales preocupaciones desde que puedo recordar. Sin embargo, no tengo la respuesta, y este libro tampoco. Pero fue un modo de investigar en esa vía. ¿Existe algo irreductible que nos hace individuos en nuestro interior? Y si existe, ¿tiene un alojamiento físico? ¿Es quizá ese yo algo material que se guarda en nuestro cerebro? ¿O algo más allá de la materia? Todavía lo ignoro, y todavía me preocupa.

A esa fundamental cuestión filosófica se le unieron otras temáticas. Una de ellas correspondía a la moral sexual, que tanta importancia tuviera en mi primera novela Hamaika ispilu ganbil: el tabú, las relaciones permitidas y prohibidas por la sociedad, los límites, las censuras y autocensuras…Por otro lado, eso dio de nuevo una gran carga erótica a la historia, aunque menor que en aquella primera. Y, de nuevo, las opiniones más interesantes que recibí sobre ese aspecto provinieron de mujeres: que la mayoría de los pasajes eróticos parecían escritos por una mujer, que desprendían sensibilidad femenina. No sé si existe algo así, pero lo tomé como un cumplido.

Por otro lado, cuando tenía escritos los primeros capítulos, en 2.003, se me ocurrió presentar el proyecto a las Becas Igartza que organizan Elkar, la CAF y el Ayuntamiento de Beasain. Y en septiembre, a la vuelta de las vacaciones, un mensaje esperaba en el buzón: ¡estaban queriendo contactarme porque había ganado el premio! En esos momentos estaba realizando los últimos preparativos para publicar con Labayru Hamaika ispilu ganbil. Sin embargo, el premio, junto con la parte dineraria y la posibilidad de publicar el libro directamente con Elkar al terminarlo, traía aparejada una responsabilidad: el plazo de un año para terminarlo completamente. ¡Un año! No era un escritor precisamente rápido y organizado y el libro no estaba más que empezado… Bueno, la presión parece que trajo sus consecuencias: por primera vez me organicé en torno a la literatura y busqué todos los momentos posibles para poder escribir. Para mi sorpresa, en cinco o seis meses había terminado el libro, y no un libro cualquiera, ¡el más largo que he escrito durante mucho tiempo,  de más de 300 páginas! De pronto, lo que venía siendo una afición de a ratos me pedía que me la tomara en serio. Por suerte, aunque sea a un ritmo más tranquilo, aquello me sirvió para sistematizar en mi agenda el tiempo para la creación literaria. Y la literatura sigue siendo una afición que tomo con gusto, sin que me condicione demasiado mi ritmo de vida.

En la primavera de 2.005 Karonte estaba en la calle, y pronto me tocaría acostumbrarme a las críticas tanto benévolas como malintencionadas…


Fragmento para lectura

Finalmente viene a casa, o al menos eso me han dicho. ¿Será verdad? Y es que al final no sé qué debo creer. ¿Cómo estará después de haber pasado un año? Bueno, lo vi hace seis meses, pero en cama, conectado a esa terrible máquina, tan calmado y apagado… Parecía un cadáver, más que cualquier otra cosa. Espero que no se le cambiara demasiado el aspecto, sobre todo esos bellos ojos verdes. Lo más importante, cómo me verá él. ¿Recordará que en este tiempo cumplí los 18? Creo que he engordado, sobre todo las caderas. Maldito chocolate. Normal, yo me fui comiendo todos los bombones que le llevé por seis meses, salvo los que me agarró Ainara. Ainara, ella sí que ha engordado. Bueno, la verdad que no tanto como quisiera. Con veintiséis años podía tener el culo más gordo, ¿no? Pero qué digo, hablo de mi primo. ¡Ay! Tenía que saber que iba a estar demasiado caliente, no ha pasado ni un minuto fuera del horno. Espero que traiga hambre; bueno, espero que no tenga una dieta especial. Siempre le ha gustado la torta de limón y se la tendrá que comer él enterita, si no es hoy al desayuno. Yo ya llevo suficientes kilos encima. No me han dicho la hora. Ese médico tan misterioso como siempre. Parece que seis meses sin ningún tipo de noticia no son suficientes para él. Pero qué digo. Lo que han hecho ha sido un milagro. Lo han sacado vivo, cuando tenía casi los dos pies fuera de este mundo. No sé si no me he pasado con la harina, me ha salido demasiado pesada. El merengue, luego y poco, no es tan goloso. Por eso se le pegan tan bien los jeans a ese trasero. Otra vez con lo mismo; Naroa, eres una cochina. ¡Ostia!… Joder, esto…, bueno, no es tan grave, un poco de sabor a birra nada más. ¿Tienes manos de manteca o qué? Estás demasiado acelerada, tía, demasiado acelerada. No ha pasado nada. ¿Llamo al hospital? No, sólo me voy a poner más nerviosa. Piensa que primero pasa por casa de Ainara, o que a ella le han dicho la hora, no como a mí, para que lo vaya a buscar. No es justo, soy su familiar más cercana. Bueno, la más cercana no, pero sí la única que vive con él. Lo habrán afeitado, ¿no? Cuando llevabas esa barba de chivo no estabas tan guapo. Menos mal que yo todavía estaba en Argentina. Listo, la tarta en la ventana y todo limpito. Y aita y ama pensando que tú me tenías que cuidar. Aita y ama… crisis de mierda, menos mal que Amets y los tíos han ayudado a pagar el colegio. Bueno, que Amets ayudaba, el pobre. Estando él en el hospital, me ha bastado sacar algo de vez en cuando de sus ahorros… Solidaridad entre parientes vascos, parece. ¡Si hace seis años me hubieran dicho que de verdad conocería Euskal Herria!

Con una Pagoa en la mano deja la cocina, sin poder evitar antes mirar al reloj digital de la pared. Es un gesto casi automático, difícilmente podría pensarse que haya visto e interiorizado la hora. Estira en la medida que puede los pantalones pegados y sin cintura que dejan a la vista las últimas flores verdes de sus bragas, y medio se sienta medio se tumba en el amplio sofá verde. Tomando el mando de la tele, posando el botellín en el espacio generoso que la camiseta deja hasta los pantalones para refrescar el vientre, sobre el piercing del ombligo, se prepara para beber las horas. A ratos mira la foto que hay junto a la luz de la mesita. Ahí está Amets, su primo, el día de su licenciatura. Bajo su respiración profunda se mecen sus pechos abundantes, mientras la camiseta que termina bajo ellos a duras penas logra acariciar la piel del vientre. Además, la cerveza no lo tiene fácil para soltar el nudo del estómago.

«… también quería llevarse los niños con él, pero pude retenerlos gracias a una vecina. Eso sí, durante tres días no pude abrir el ojo izquierdo…»

Se lleva la Pagoa a los labios y saborea despacio, tomando la foto. Deja la botella sobre la mesita de cristal, sobre el posa-vasos. Bajo el cristal se apilan revistas. Naroa no ha suspendido las suscripciones de Amets a Nabarra y Ostiela, junto a ellas también se intercalan sus queridos ejemplares de Entzun y Luma. Con una mano se entretiene distraída trenzando el mechón oscuro y largo que le cae sobre el hombro. Toma la cerveza de nuevo.

«… tu marido, además de darte palizas por costumbre, quiso denunciarte por no dejarle ver a vuestos hijos, ¿no es así, Lauri?… la policía no me quería dar protección, diciendo que tenían problemas más graves… te golpeaba delante de tus hijos, además… amenazando con un cuchillo… el juez no… la vecina escuchó…»

La despierta el sonido del timbre; el sobresalto le hace derramar algunos chorros de cerveza sobre la camiseta, y a punto está de tirar al suelo la fotografía que aprieta contra el pecho. Devuelve a su lugar el marco junto con sus pensamientos, sacude despreocupada las gotas, y se apresura hacia la puerta, con el corazón bombeando en la sien, mirando esta vez al reloj sobre la tele, aunque de nuevo no vea la hora en sus agujas. Frente a la puerta, con la mano aún en el pomo, se fija en su aspecto. Alisa precariamente la camiseta y los pantalones y esboza la mejor de sus sonrisas. Sin embargo, esa sonrisa se congela más rápido de lo que ha asomado. En la puerta un hombre con aspecto funcionarial vestido de negro le entrega con una mano una especie de sobre, mientras con la otra sujeta un papel y un bolígrafo para que firme.

Para el señor Amets Olazar –le dice secamente, entre unos labios que casi no ve moverse, pronunciando con dificultad el nombre y el apellido.

Si tuviera bigote, diría que es de la estirpe de Aznar.

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