Inoren munduan (En mundo ajeno)

Editorial: Elkar

Año: 2.019

Nº de páginas: 246

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Asel Luzarraga nos lleva a un territorio desconocido de bosques y ríos, montañas y desiertos, mares y ciudades, en un tiempo indefinido, en esta novela llena de aventura y fantasía, lucha y rebeldía. Aize y Hodei son dos mujeres jóvenes que se encuentran en una situación difícil; una de ellas desterrada del linaje de mujeres guerreras, perseguida por pertenecer a la estirpe de brujas la otra, tendrán que enfrentar a todo tipo de enemigos y adversarios, junto con su amiga Leixuri, a quien encontrarán en el camino.


Este libro tiene una historia peculiar. En sí, fue la segunda novela que comencé a escribir en euskera, en épocas universitarias, mientras preparaba Hamaika ispilu ganbil. Eran los noventa, hacia el 94-96, no puedo recordar exactamente. Desde que leí El hobbit, a los 15 años, si no recuerdo mal, pasé una larga temporada devorando novelas fantásticas, y además de leerlas, comencé a escribir por esa senda. Estaba obligado a hacerlo en castellano, puesto que mi euskera era el de cualquier erdaldun salido del modelo A, más o menos, y así deje terminado un libro de unas 500 páginas y el que debía ser su continuación a punto de terminar. Así que, cuando empecé a escribir en euskera, se me ocurrió comenzar uno de ese estilo, pero si entre los protagonistas de mis primeros libros había una raza anarquista con aspecto punk, en ese en euskera decidí que el protagonismo debía recaer en mujeres. No llegué a ponerle título, pero hice los apuntes de los perfiles de las tres protagonistas, dibujé a lápiz el mapa de mi mundo imaginario, escribí el primer capítulo, y me quedé al comienzo del segundo. Sería un proyecto para después, primero debía acabar Hamaika ispilu ganbil.

Sin embargo, esa primera novela en euskera tomó bastante tiempo, ya que en esa época era más importante salir con los amigos y andar de juerga que dedicar tiempo a la escritura (y a los estudios), y para cuando terminé, mi mente estaba ya en otro sitio. Entonces me vino la idea para la novela Karonte, y allí se quedó aquel proyecto, en el ordenador y en papel, en una carpeta olvidada.

Pasaban los años, y aunque de vez en cuando me encontraba con ella, para entonces mi literatura había tomado otro rumbo. Sin embargo, cuando menos lo esperaba, de fuera me llegó la cerilla que necesitaba para encender de nuevo ese fuego. Y aquí viene tal vez la parte más maliciosa del libro. En 2017 presenté un proyecto a las becas para la creación que concede el Gobierno Vasco y, aunque quizá no sea habitual confesar esas cosas, me quedé fuera de la lista de las concedidas. Era la primera vez que me presentaba a algo así y tenía curiosidad por conocer qué había hecho mal, así que escribí a la técnica responsable, para conocer cuántos puntos había obtenido y cuáles habían sido los criterios. Me dejó más tranquilo comprobar que en el apartado de calidad literaria me habían dado una puntuación muy alta, y que en las cuestiones técnicas me habían bajado la puntuación, pero fueron sobre todo los criterios de puntuación los que me encendieron la bombilla. No voy a mencionar aquí, ni esos criterios, ni algo un poco orwelliano que sucedió en la siguiente convocatoria, pero la cuestión es que me acordé del proyecto descartado, y decidí retomarlo, para presentarlo al año siguiente a las becas.

Además, esa decisión incluyó convertir en literatura juvenil lo que al principio estaba pensado para una novela para adultes, y así comencé a adaptar un poco lo que ya estaba escrito. En lo demás, me mantuve en la línea pensada unos 22-24 años antes. Eso era lo que más claro tenía: quería tres chicas protagonistas, en un mundo jerárquico construido por hombres y para hombres, enfrentándose a ese mundo. La mayoría de los acontecimientos son también los que estaban pensados desde un inicio, al igual que el final, que no voy a adelantar aquí. Quería difundir un mensaje claro a través de esas tres jóvenes, pero habrá que leer el libro para conocer de qué mensaje se trata. Solo puedo adelantar que, entre amigues, hablo de mi novela anarcofeminista para identificarla. Tuve que suavizar algunas cuestiones lingüísticas, como el hitano (tuteo) vizcaíno, pues dificultaba demasiado la lectura, especialmente teniendo en cuenta que estaba pensada para jóvenes. La cosa es que en 2018 presenté el proyectó y obtuve la beca. No es broma, ¡pues gracias a ella pude cambiar las ventanas de casa para que los inviernos no sean tan fríos, y ella financió la posibilidad de volver a Argentina dos años después, para visitar a mis amistades y presentar El panal! Y un año más tarde, aquí está mi caballito de Troya…

(Añadiré que pocos trabajos me han emocionado tanto como el que Unai Arana ha realizado para este libro, tanto por fuera como en su interior. ¡Tremendo!)


Fragmento para lectura

La ciudad de los ladrones se les muestra tras una densa barrera formada por palmeras. Así que eso es lo que Kurloi viera en el horizonte. Al dejarla atrás, pareciera que el propio desierto toma aspecto de ciudad. Las casas son del mismo color que la arena, de un solo piso todas, intercaladas entre ellas huertos y pozos. Sin embargo, antes que las propias casas es un grupo de niños el que les da la bienvenida, rodeándolas como moscas. Vienen gritando, cantando y aplaudiendo, y van directamente hacia las recién llegadas. Quieren tocar sus pies, su ropa, su piel. Pero nadie se atreve a alargar la mano hacia el báculo que lleva Hodei en la mano. También Aize afloja los músculos y sonríe, contagiada por la alegría infantil. Las mujeres del pueblo estudian con curiosidad a las extrañas. Algunas esperan frente a hoyos humeantes excavados en el suelo, preparando los alimentos. Por un instante las tres se sienten algo mareadas, inmersas en una mezcla de olores que jamás han percibido. Observan pieles de animales colgadas en las paredes de muchas casas, secándose al sol, y poco ha faltado para que echaran a correr, al ver el arroyo que cruza la ciudad y los pequeños canales que parten de él hacia algunos huertos, como si, de pronto, el arrullo del agua y sus brillos les hubieran recordado cuán sedientas están.
-He sido muy torpe -dice Jabar-, me vais a perdonar, no recibimos muchas visitas en nuestro pueblo. El desierto es una prueba dura para quienes no están acostumbrados y debéis tener sed y hambre. Ordenaré que preparen la tienda para celebraciones y pronto os traeremos bebida y comida en abundancia -dicho lo cual, hace un gesto a un hombre a su lado y le da alguna orden en un idioma desconocido.

Los dos séquitos, el de los guerreros que traen a las invitadas y el de los niños adheridos a ellas, se detienen en un ensanche entre las casas. A su alrededor se mueve rápido un grupo, y en pocos minutos ya han levantado una tienda alta, ancha y elegante, azul, con adornos dorados. En su interior distribuyen alfombras, tapices y cojines y Jabar hace un ademán amistoso a las jóvenes para que entren y se pongan cómodas. Sin embargo, cuando están por sentarse, aparece un grupo formado por mujeres, hombres y niños, tocando panderos, cornetas, cuernos e instrumentos de cuerda nunca antes vistos, cantando alegremente. Tras ellos, vienen chicas jóvenes portando bandejas de plata, envueltas en vestidos que parecieran tan ligeros como las nubes. Algunos muchachos traen cántaros, y una mujer mayor coloca otra bandeja de plata sobre una mesa baja. En medio de la bandeja hay un recipiente grabado con formas muy finas, y a su alrededor diez vasos de cristal, también ellos adornados con elegantes dibujos de plantas.
Aize y Hodei toman incómodas los platos y vasos ofrecidos por las criadas, sin poder evitar mirar a esos últimos con ansia, cuando los llenan de agua. Salta a la vista que no están acostumbradas a recibir tales servicios. Leixuri es la única que parece estar soñando, con la sonrisa de una niña fascinada en los labios y los ojos brillantes. Seguramente no esperaba encontrar un lujo así, en pleno desierto, en la casa de los ladrones malditos por su pueblo. Gracias a la pulpa extraída de la planta espantapájaros y a la magia de Hodei sus quemaduras han curado, y su piel se muestra brillante, tan suave como la de una niña. Sus mejillas enrojecen de alegría como dos pequeñas manzanas, y sus ojos verdes se ven más grandes que nunca, dudando por qué vianda empezar, siendo tantas y todas de aspectos tan sugerentes. También el aroma que desprenden es embriagador.

Jabar les deja comer y beber tranquilas, y mientras tanto solo les habla para preguntar si está todo a su gusto. Cuando quedan satisfechas, la criada más vieja toma el recipiente del centro de la bandeja y llena los diez vasos con un agua oscura y humeante. Ofrece el primer vaso a Jabar, y reparte los siguientes a Hodei, Aize y Leixuri. Solo después los otros seis hombres toman los suyos. Aize y Hodei estudian atentamente el comportamiento de los anfitriones, y se miran. Parece que las dos han comprendido que el orden de recibir esa bebida lo establece la jerarquía de los comensales. En primer lugar, el jefe, Jabar, las invitadas después, y al parecer, entre ellas la primera es aquella a la que la naturaleza ha concedido el don de la magia, la segunda la guerrera y la muchacha la última. La han debido tomar por la criada de las otras dos. Los otros seis hombres deben ostentar algún tipo de cargo en el pueblo de los ladrones.

-Llamamos chaia a esta bebida, y para nosotros tiene un significado especial. También representa el momento de hablar con sinceridad. Quisiéramos saber qué intención os ha traído, y qué puede ofrecer nuestro humilde pueblo a sus inesperadas huéspedes.

Hodei, Aize y Leixuri permanecen sentadas a la derecha de Jabar, y a su izquierda, un poco más atrás del círculo que forman el resto de los hombres, hay un solo varón vestido en ropas oscuras, de mucha edad, en su rostro marcados todos los recuerdos que el desierto puede regalar, el mapa de su larga historia. Mientras Jabar conversa, él habla en voz baja en la lengua de los ladrones, para quienes no lo entienden.

-No era nuestra intención turbar la vida de vuestro pueblo -comienza Hodei inmediatamente, como si, teniendo ya pensado qué decir, temiera que sus compañeras metan la pata-. El desierto es la única opción que nos ha quedado, pero en nuestro camino hemos oteado una gran caravana, llegada de las tierras del norte del señor, al parecer, y temíamos que nos hubieran visto. Sin embargo, sabíamos que no se atreverían a acercarse demasiado a vuestro pueblo, y por eso hemos tomado esta ruta.

Jabar escucha atentamente las palabras de la bruja y, tras meditar, habla despacio:

-Está claro que no es vuestro amigo el señor, pero os dirigís al norte, a pesar de ello. Tres mujeres deben estar en un aprieto muy grave para viajar solas en este mundo, aunque una de vosotras tenga todo el aspecto de ser una guerrera curtida, y especialmente para escoger la ruta del desierto. Me sorprende que tengáis más miedo a los hombres del señor que a nosotros los ladrones, conociendo la fama que nos rodea entre vosotras.

-Conocemos bien lo que el señor nos ha deparado, y de primera mano. En cambio, de vosotros solo sabemos lo que dicen las leyendas, y teniendo en cuenta que esas leyendas se han difundido en beneficio del señor, ¿por qué creerlas?

En la medida en que el anciano traduce las palabras de Hodei, sienten gestos de aprobación entre los hombres de Jabar. El jefe de los ladrones no deja de escrutar a la bruja, queriendo ocultar su admiración. Aize y Leixuri también la escuchan sin decir ni pío. La más joven tiene grandes dificultades para no mostrar su asombro, y bebe el chaia amargo, como si fuera a ahogarse en él.

-Parece que tenéis poco que perder. ¿Qué dicen esas leyendas de nosotros?

Esta vez Hodei se toma más tiempo para responder.

-Te diré lo que a mí siempre se me ha quedado. Tengo en Gatzazu una gran amiga, una mujer sabia, Ximena. Me arrepiento de no haber seguido a tiempo muchos de sus consejos. Casi pago con la vida el no hacerle caso. Si no fuera por la amiga que tengo a mi lado, por la gran guerrera Aize de la estirpe de las caminantes, estaría presa o camino de ser quemada. Puedo deciros la conclusión que he sacado de lo escuchado a ella, para resumir esas leyendas, y ojalá me sirva para matar el gusano que desde hace tiempo me come las entrañas. En nuestro pueblo nadie sabe cómo o de dónde surgisteis en el desierto, y algo me dice que fuisteis víctimas de la trampa y la traición, para que otros ganaran poder y gloria.

De pronto, antes de traducir las palabras de Hodei a la lengua de los ladrones, el anciano comienza a aplaudir. Su rostro no ha mudado, tan serio e impenetrable como al principio, pero de sus ojos brota un fuego antes inexistente, y se percibe que los aplausos han nacido del corazón. Todos lo miran asombrados, y entonces traduce las palabras de la bruja. Un rumor se extiende dentro y fuera de la tienda, y se propagan gestos de aprobación, como por ósmosis, de una cabeza a otra.

-Creo que habéis ganado el respeto de nuestro pueblo. No me extraña escuchar esas palabras prudentes a una persona investida de los dones sagrados de la tierra. Sin embargo, nunca entenderé por qué escoge la tierra a mujeres, para regalarle tales dones. Pues eso tengo oído, que sois mujeres en el linaje de las brujas las que recibís el misterio del lenguaje de la tierra.

-No siempre, pero la mayoría de las veces sí. Sin embargo, uno de los miembros más poderosos y sabios de nuestro linaje parece ser un hombre, eso se dice en los pueblos del sur, y parece que vive en el norte, en los montes Orratz. También deseabas saber eso, y no es otro nuestro destino, pues en estos tiempos en que las brujas somos perseguidas necesito su sabiduría, para poder defender mi linaje. Ahora, agradecería si nos hicieras el honor de aclarar una sospecha que tengo sobre vosotros.

Jabar echa una mirada al anciano y al resto de hombres del círculo, hace un gesto a la vieja criada para que vuelva a llenar los vasos, y espera hasta que todos estén servidos antes de responder.

-No puedo mentir a una mujer escogida por la tierra, y no puedo mentir mientras compartimos chaia. Pero después deberéis responder con la misma sinceridad a otra pregunta mía.

Hodei hace un gesto afirmativo y después mira a Aize y a Leixuri, para que ellas hagan lo mismo. Entonces Jabar continúa hablando:
-Nuestro pueblo tuvo noticias del vuestro en tiempos y tierras lejanos. Como imaginaréis, precisamente, a través de los antepasados de ese a quien llamáis señor y de sus seguidores. Nuestro pueblo vivía tiempos difíciles, una larga guerra, que pronto debíamos perder. Un antepasado del señor guiaba uno de los grupos armados de los enemigos, y convocó a nuestros antepasados a una asamblea. Al parecer, estaban cansados de luchar y morir a las órdenes de un rey. Según contaron a nuestros antepasados, ellos habían llegado de tierras lejanas, de tierras en las que la guerra era desconocida, soñando que existía un mundo más amplio que aquel, pero no esperaban acabar así, siempre como extranjeros, obligados a morir para otros. Así que hicieron a nuestros antepasados una propuesta. Tenían un plan, volver a sus tierras de origen y, llevando allá todo lo aprendido en esas tierras, aprovechando la ignorancia de quienes se habían quedado, gobernar aquellas tierras. Pero sospechaban que no sería fácil, hacer sentir tal necesidad a quienes nunca tuvieron necesidad de un jefe -poco a poco, la voz melódica y profunda de Jabar desgrana los detalles en el mismo sentido sugerido por las palabras de Ximena-. Empero todo no se cumplió como se dijo, y algunos de nuestros antepasados permanecieron aquí, en rebelión, pues nunca aprendieron cómo abrir el camino en el océano, para volver al hogar. Recordaban como una pesadilla la travesía realizada hasta aquí, a merced de olas del tamaño de montañas. Y no nos arrepentimos. No somos ricos, pero sí soberanos. Y amamos el desierto.

Al finalizar queda mirando fijamente a Leixuri. Ella ha escuchado estupefacta el relato de Jabar, los ojos como platos, cándidos y transparentes, siendo la primera vez que escucha la historia de su pueblo desde esa perspectiva. Hodei mece lentamente la cabeza, colocando dentro de ella cada pieza en su lugar, pensativa. Para Aize, por el contrario, todo son historias de mundos lejanos, que nada tienen que ver con ella, y más que con curiosidad escucha respetuosamente, sin decidir aún si le gusta esa bebida que tiene entre manos, tan importante, al parecer.

-Enseguida nos traerán más chaia -comienza de nuevo Jabar, haciendo un gesto a la criada anciana-, y entonces tendréis que responder a mi última pregunta. Si es que mi respuesta os ha satisfecho, por supuesto.

Hodei responde afirmativamente a la expresiva mirada de Jabar. Él espera hasta que todos los vasos estén llenos de chaia, antes de preguntar. Entonces, mira directamente a Leixuri.

-Hemos sabido qué os ha traído a vosotras hasta aquí, Hodei, del linaje de las brujas, y la guerrera Aize, del linaje de las caminantes. Sin embargo, vuestra criada -las mejillas de Leixuri se ponen al rojo vivo al escuchar las últimas palabras y baja la mirada, incapaz de sostener la de Jabar-, pareciera de otro origen. Esos vestidos rasgados parece que alguna vez fueron ricos, y situarían su origen en el norte. ¿Cómo ha llegado a vuestro servicio?

Hodei se aclara la garganta y comienza inmediatamente a responder, en primer lugar, queriendo sanar la herida que siente en su joven amiga.
-Leixuri no está a nuestro servicio, es una de nosotras, y al igual que a nosotras, a ella también, injustamente…

Jabar no le deja terminar: alza la mano y después señala a la muchacha.

-Si no es una criada, y si la has situado a vuestro mismo nivel, preferiría darle a ella la palabra. Entre nosotros la voz de las mujeres no es común, pero vosotras está claro que sois un caso especial. Por favor -se dirige a Leixuri, cortésmente.

La joven muchacha duda, aún ceñuda, como un lobo injuriado que aún no ha cedido en la contienda por guiar el grupo.

-No soy yo su sirvienta, ellas son mis guardianas. Efectivamente, soy del norte, mis vestidos han sido ricos, y me he visto obligada a huir de las manos de los traidores. Escuchándoos, me queda claro que es tradición en mi linaje vender a la gente. Si me llevan sana hasta mi hogar, recibirán su premio, igual que lo recibiréis vosotros, os juro, si nos ayudáis a salir de este desierto sin riesgos.

Hodei mantiene la mirada fija en Jabar, más pálida que nunca, pero sin perder la firmeza en sus ojos. Aize se mueve incómoda, esforzándose por entender la situación. Jabar mira de reojo a uno de sus hombres y él le devuelve un gesto mudo.

-No está en nuestra mano decidir cómo se cruzan nuestros caminos. Agradecemos que hayáis hecho honor al chaia y que en vuestra boca hayáis puesto la verdad. Os levantarán una tienda y cuidarán de vuestros animales. Podréis tomar un baño y reponer fuerzas; también os daremos ropas nuevas, si las necesitáis. Tenéis aún un par de días por delante, antes de abandonar el desierto. Durante esos días, mientras os preparáis, tendremos tiempo de conversar más. He tenido una gran curiosidad por el linaje sagrado de las brujas, desde que supe de vosotras, y también tengo preguntas sobre el linaje de las caminantes. Pero sé que estáis cansadas. Las criadas os acompañarán a la tienda y os cuidarán como si fuerais de los nuestros mientras estéis entre nosotros.

A un par de palmadas suyas acuden tres muchachas, vestidas en ligeras ropas transparentes, para guiar a la tienda a las tres invitadas. Antes de marchar, Hodei, Aize y Leixuri agradecen a Jabar la hospitalidad y la ayuda, y salen silenciosas tras las criadas. Después de guiarlas entre casas que parecen una prolongación del desierto, las hacen pasar a una tienda amplia. Adentro hay tres lechos dispuestos sobre el suelo, de aspecto blando y cómodo, y en medio una gran bañera, llena de agua. En cuanto dejan las bolsas y las armas junto a las camas, las tres criadas se acercan e intentan despojar de su ropa a las invitadas. Sin embargo, Aize las detiene de inmediato, levantando la mano en el aire.

-Os lo agradezco, pero tendréis ocupaciones más importantes, creo que sabremos desnudarnos y bañarnos solas.