No tenía la más mínima intención de escribir nada a cuenta del final de ETA, pero me he decidido a dejar el borrador de una pequeña reflexión que me han provocado algunas cosas escuchadas reiterativamente estos últimos días en los medios.
Desde que la organización armada anunciara su desaparición definitiva y se dieran a conocer sus últimos mensajes, se ha convertido en tema principal de debate la obligación de pedir perdón, si lo dicho es suficiente, si tuvo alguna vez sentido la aparición de ETA… No me calienta para nada esa discusión, no había nacido cuando ETA se creó, y mi camino siempre ha sido otro, pero me ha quedado clara una cosa: las exigencias totalmente asimétricas realizadas a dos violencias absolutamente asimétricas. No en vano, desde el siglo XIX, desde que a todos los pueblos y personas que se encontraban en un determinado espacio geográfico se les impuso por las armas el liberalismo burgués, capitalista, centralista y constitucionalista, nadie ha dejado tantos cadáveres como quienes han actuado y actúan en nombre de la unidad sacrosanta de España y del capital; nadie ha utilizado una violencia de tal envergadura contra todos les que han puesto en cuestión sus principios. Ya fueran las monarquías borbónicas españolas, ya fuera la dictadura de Primo de Rivera, heredera de las mencionadas, ya la violencia política de las dos repúblicas que la siguieron, que dejaran sus víctimas fundamentalmente entre trabajadores y campesinos, ya la dictadura franquista que ante la ineficacia de las anteriores traía otro modelo para sostener los mismos objetivos, ya la monarquía parlamentaria organizada por la realeza dejada como heredera por aquél, ya el Batallón Vasco-Español, ya la Triple A, ya los Guerrilleros de Cristo Rey, ya el GAL del PSOE, ya la Guardia Civil, ya los grupos armados enviados a Catalunya espoleados por el conocido “a por ellos”, todos han utilizado la violencia más brutal en nombre de una única y misma idea, en el de la unidad de un estado denominado España y en el de su capital, contra cualquiera que se les haya opuesto. Sin embargo, hay diferencias: esas violencias muy pocas veces se han considerado oficialmente terrorismo, aunque ellas hayan extendido por siglos el mayor terror; en esa larga cadena siempre han resultado vencedores los objetivos políticos esgrimidos para justificar esas violencias; nadie les exige peticiones de perdón ni reparaciones, ni reconocimiento del daño causado a las víctimas (ni a las del pasado, ni a las que siguen causando en la actualidad); nadie ha juzgado ni encarcelado a quienes han asesinado en nombre de la unidad de España y del capital, y nadie les pide que se desarmen, que renuncien a defender sus objetivos por medio de la violencia, que se arrepientan; que reconozcan que se equivocaron desde el principio, desde que decidieron comenzar la lucha por una España una y única y su orden burgués. Y todavía seguimos pagándoles cada día un peaje político. Y económico, pues nos obligan a pagar impuestos, entre otras cosas, bajo coacción para sostener su orden político, social y económico. De esta manera, quieren imponernos definitivamente un único sentido común: para mantener un sistema político, social y económico injusto, toda violencia es legítima. La violencia de quienes escriben la historia siempre es legítima, ahora que nos hablan de escribir un relato unificado de lo sucedido. Sin embargo, podemos hacer otra lectura: el único modo para que la de quienes no estamos de acuerdo sea legítima es conseguir la victoria y, así, poder nosotros reescribir la historia y la legitimidad.