Cuando hacia 2007-2008 escribí los primeros apuntes de Bioklik situé la sociedad del control total, que bauticé como biodemocracia, en 2044. Todavía la biometría y sobre todo sus consecuencias no eran muy conocidas, pero desde el comienzo podía sentirse que pronto se convertiría en la herramienta favorita de los Estados. Ha pasado une década desde entonces hasta la publicación final del libro y, como me estoy dando cuenta, en general, la gente no tiene una conciencia clara aún de lo que esto nos va a suponer. Para muchas personas es una palabra extraña y, al explicar de qué se trata, mucha gente no ve en ello nada grave. Hace pocos días escuché la típica frase a un amigo: “el que nada hace nada debe temer”. Normal. Durante las últimas décadas nos han acostumbrado a sentir que cualquier sacrificio en el altar de la seguridad es pequeño, por un lado, y por otro, la televisión nos ha puesto ante los ojos cada día el lado lúdico de la renuncia a la intimidad y, sobre todo, las redes sociales como Facebook han fomentado nuestro exhibicionismo más extremo. Por otro lado, en el mismo Facebook hemos vivido la fascinación de la biometría, conociéramos o no la palabra. ¡Ala, cuando pongo el cursor sobre la cara de alguien en una foto adivina automáticamente quién es y me da la opción de etiquetarla! ¡Qué guay! Nos han puesto al alcance de la mano las herramientas para el control total, las han “democratizado”, y nos hemos metido de lleno a regalar a “alguien” (llámese Zuckerberg, llámese Google, llámese CIA…, los hilos del Estado y del Capital bailando siempre tras ellos) el conocimiento de nuestro día a día y, junto con ese conocimiento, su control.
Sin embargo, la película sigue adelante, no se queda a esperar nuestra reacción y hace poco hemos sabido que el Gobierno Vasco ha sacado a licitación el servicio de vigilancia biométrica. Es decir, que ha puesto sobre (o bajo) la mesa unos miles de euros para que una empresa recabe nuestros datos biométricos y los ponga al servicio del Estado y del Capital. Después de todo, el Gobierno Vasco es Estado, la sucursal vasca del Capital internacional, responsable de implementar en nuestro pequeño parque temático los proyectos internacionales y, por tanto, quien debe dar los pasos “amistosos” para traer a este rincón la biodemocracia.
Cuando concebí la idea inicial para escribir el libro, y ahora al publicarlo, como decía a una compañera en una entrevista, mi intención, sin embargo, no ha sido jugar a adivinar el futuro, a ver en qué he acertado y en qué no cuando llegue 2044. Desde el principio, la intención ha sido, utilizando la misma vía que el sistema, la lúdica, poner a la vista algunas de las consecuencias que acarrea la renuncia a nuestra privacidad, que nuestro rostro, estemos donde estemos, sea suficiente para entregar cualquier información sobre nosotres a cualquier institución (sea una institución “pública” del Estado-Capital, sea una empresa “privada”) y, sobre todo, provocar una reacción contra ello.
Pero las cosas avanzan deprisa, más rápido que nosotres. Preguntad si no en China, India o Australia. Las estrategias para que la gente se comporte dócilmente ante el control total no son nuevas: la seguridad y la “comodidad” de la ciudadanía. Y en esa estrategia hace tiempo que cuentan con nuestra entusiasta colaboración. En ese aspecto tampoco es casualidad la larga campaña llevada a cabo las últimas décadas para que las mujeres vivan en una sensación de constante amenaza, mientras algunes se empeñan en identificar la situación con una guerra (una guerra entre hombres y mujeres, por supuesto, el Estado y el Capital, quién si no, como intermediarios y salvadores -garantizador de seguridad y proveedor del salario “liberador”-). En nuestro caso, dentro de poco, para tener cualquier relación con la administración (en Osakidetza, Hacienda, en el sistema educativo, para conseguir el carnet de conducir…) la única posibilidad que se nos dará será el uso de nuestros datos biométricos, al igual que para tener relaciones con ella la administración pública nos ha obligado a tener una cuenta en una institución privada del Capital (en un banco o caja de ahorros). Pronto, las firmas digitales, B@kQ, etc. estarán obsoletas, pero es fácil adivinar que, junto con información sobre nuestra salud, situación económica, posibles delitos e infracciones, en nuestras biofichas no faltarán datos sobre nuestra ideología y otras tendencias, especialmente si quienes mandan nos consideran personas a vigilar. Quien durante los últimos años ha cruzado alguna aduana se habrá dado cuenta de que, además de las huellas digitales, ha tenido que colocarse ante una cámara, para recoger también sus huellas faciales (entre otras, el iris).
Tal vez andamos tarde para evitar ser digeridos en el vientre del monstruo, pero no lo sabremos si no luchamos. Ya es hora de organizar la resistencia, de poner en marcha una campaña de bioinsumisión, no solo contra las intenciones del Gobierno Vasco sino, si es posible, una campaña global, pues son quienes se ocultan tras los proyectos para nuestro control, hoy en día, quienes mejor han entendido el internacionalismo. Si queremos que sea una campaña eficaz, por otro lado, no podemos limitarla a nuestros guetos habituales. Está claro que mucha gente se adherirá contenta y de corazón con cada paso hacia el control biométrico, tirando de simbología cristiana, como cualquier Fausto que vende su alma al diablo por lograr una aparente ventaja puntual, pero le pondremos el trabajo más difícil al sistema si informamos sobre todos los riesgos de la biometría a toda la gente posible y buscamos estrategias para plantarnos. Para ello, es imprescindible la imaginación de personas y grupos con experiencia en desobediencia civil. Mejor hoy que mañana.