Como en la canción, tengo el corazón partido: Hong Kong, Rojava, Exarchia, Cataluña, Líbano, Ecuador…, y ahora Chile, con un salvajismo hace mucho no visto por parte de pacos y milicos. Y el corazón dividido, porque además de tenerlo en varios lugares, no sé realmente ni qué deseo. Me centraré en Chile, ya que la situación que viven es especialmente grave y, dejando a un lado el corazón, intentaré escribir desde la racionalidad.
Para empezar, deseo enviar solidaridad, amor y valor a toda la gente que, ignorando el toque de queda, sigue saliendo a las calles. Gracias a la situación en Chile, junto con la manipulación sistemática de los medios de comunicación, está quedando de manifiesto el actuar que la Policía ha tenido históricamente, más claro que nunca. Muchas veces se ha dicho que es la Policía la mayor amenaza que sufre la población, que ellos están detrás de la falta de seguridad, quienes alimentan dicha falta de seguridad, quienes provocan los disturbios y los autores de muchas de las acciones que se achacan a la ciudadanía tildándola de “terrorista”, pero para mucha gente eran teorías sin sentido. Ahora, en la época del móvil, tenemos la posibilidad de informarnos al margen de los medios oficiales y recibir imágenes de cada momento, casi en directo. Así, estos días andan saltando de pantalla en pantalla vídeos en los que aparecen pacos (carabineros) saqueando tiendas, pegando fuego a sucursales bancarias y estaciones de metro, tirando productos de los supermercados a las barricadas, o escoltando autobuses hasta pegarles fuego, vídeos que no dejan espacio a la duda. Todavía habrá quienes quieran hacerse les desentendides, pero eso no va a esconder las imágenes, aunque la Policía utilice todos los trucos posibles para cortar las comunicaciones.
Dicho eso, el que tras esos actos esté la Policía y que la gente se dé cuenta es una espada de doble filo. De hecho, es sencillo que la propia Policía utilice sus actos para criminalizar a quienes, desbordados por la rabia, pegan fuego a los bancos y responden al terrorismo de Estado como mejor pueden, y generar así la duda entre la ciudadanía, si la persona encapuchada que tienen al lado será compañera de lucha o un policía infiltrado, y convertir a la propia ciudadanía en espía y denunciante de quienes están dispuestes a llevar la lucha más allá. Toda respuesta puede ser legítima frente al terrorismo de Estado, y la capacidad que les manifestantes tienen para la violencia siempre es (por desgracia) menor que la de las fuerzas represivas a las que enfrentan. Solo tenemos de nuestro lado el número, pero para eso la mayoría del pueblo debería tomar la decisión firme de combatir al poder, y sabemos que también el miedo es legítimo. Sabemos, porque es real, porque ha sucedido antes y también ahora puede suceder, que mientras nosotres como mucho estamos preparades para prender fuego a un coche, ellos están dispuestos a hacernos desaparecer, torturarnos, violarnos y asesinarnos. No solo dispuestos, sino deseosos y entrenados para ello, en la medida en que son psicópatas profesionales. De todos modos, después de esto mucha gente aprenderá a no creer a los medios oficiales y masivos y a obtener información por otros medios, y eso ya es algo.
Hoy, sin embargo, quisiera hablar de la responsabilidad histórica que tiene la izquierda y, en especial, la izquierda marxista que se considera revolucionaria. De hecho, si rebobinamos la película a esos tiempos revolucionarios en los que, además de ser posible una revolución global, los Estados del mundo no estaban preparados para enfrentarla, veremos que la función histórica de la izquierda ha sido la de colaboradora del sistema una y otra vez, en el juego de encender pequeños fuegos y apagarlos inmediatamente. Tienen una responsabilidad histórica, y así habrá que reclamárselo algún día, pues elles han garantizado que les desposeídes, oprimides y explotades no perdieran la fe en alguna vía de reforma del sistema, es decir, en el propio sistema. Elles han alimentado el espejismo de que puede avanzarse gradualmente, poco a poco, y elles han frenado al pueblo en los momentos decisivos, llevándolo a vergonzosos pactos sociales. Y mientras tanto, hemos dado tiempo a las elites para que se organicen mejor; les hemos regalado más de un siglo, para que desarrollaran los recursos represivos que usar en nuestra contra y construir la sociedad del control absoluto. Los pueblos se han desarmado, y los estados están más armados que nunca. Y la izquierda mantendrá la misma función y será el cómplice indispensable del sistema de opresión mientras quiera hacernos creer que tal sistema puede reformarse para bien.
Mientras el Estado y el capitalismo subsistan, esto es lo mejor que podemos esperar: vivir por los siglos de los siglos períodos de dictaduras blandas e invisibles intercalados por dictaduras duras. Si después de realizada una revolución de nuevo llevan a los pueblos a la senda del Estado, aunque tal Estado sea el más “democrático” posible, siempre tendrá en su mano las herramientas para reprimir a la gente y convertir tal Estado “democrático” en Estado totalitario. Solo hay que echar una mirada al presupuesto militar, a lo que gasta en “seguridad”, el cual no hace más que crecer de año en año.
Así que, cuando vemos en las calles una brutalidad policial como la de Chile, cuando contemplamos a militares y policías hacer y deshacer a su antojo en las calles, tenemos a quién agradecérselo: a los discursos de izquierda que consideran al Estado y, con él, a la Policía y al ejército como necesarios. Y tendremos que sumar en su contador a todas esas personas que durante el último siglo han matado el hambre y la represión, millones. No pocas de entre sus propias filas.
Hay una sola manera de que de aquí a cinco, diez, veinte, cuarenta… años no se vuelvan a repetir imágenes como esas y nos despertemos de esa sensación de deja vu: combatir el propio poder, el propio concepto de poder y, en caso de que estalle una revolución, acabar con toda posibilidad de que el poder vuelva a quedar en manos de alguien. Las herramientas no son neutrales: la Policía no es buena si la controla un gobierno de izquierda y mala si gobierna uno de derecha. Tampoco el ejército. Tampoco el capitalismo y el mercado.
Son los discursos del pragmatismo, el reformismo, el “bienestar”, el posibilismo los que nos han traído hasta aquí, y seguiremos inmersos en el mismo eterno retorno mientras apoyemos las ideas de las “mejoras” progresivas. Y mientras no tomemos las vías revolucionarias, la vía que haga desaparecer conjuntamente con el capitalismo el propio Estado, la Policía, el ejército…, alargaremos el plazo al sufrimiento que este sistema genera cada día y será cada vez más difícil llegar al supuesto final de esas “mejoras progresivas”, pues nosotres estaremos cada día más desarmades y controlades y la Policía cada día más armada y preparada. Quizá, esa izquierda haya logrado que todes hayamos llegado a un punto sin retorno. Quizá se nos ha vuelto ya imposible una revolución que ponga fin a este sistema. Si es así, de nuevo lo repito, sabemos a quién pedir responsabilidades. Pero sin intentarlo, nunca sabremos si aún estamos a tiempo.
Si el único logro que consigue la gente que está saliendo a la calle es sustituir un gobierno con otro más “rojo”, más adelante se vivirán inevitablemente similares momentos trágicos, y no habrá que esperar mucho.
No hacen falta muchas más explicaciones, si se quiere entender lo que quiero decir.