Sobre neo-machismos

Estos últimos días he podido leer varios textos que me han puesto a reflexionar sobre los feminismos y los machismos. El último, ha sido en alasbarricadas, del Acratosaurio a quien suelo leer a gusto, al hilo de unas declaraciones de Esperanza Aguirre. En esta ocasión, sin embargo, me ha dado la sensación de que no se aleja del discurso políticamente correcto, en detrimento del texto y de las ideas.

Estos textos que he leído -entre otros, “Pensar la mujer desde el 15-M” y “Una nueva reflexión a 15 de octubre” de Prado Esteban y el mencionado “¿Existe la violencia estructural contra las mujeres?” del Acratosaurio- me han hecho dar estos días algunas vueltas a los conceptos de feminismo y machismo. Es un tema muy sensible y puede dar vía a interpretaciones erróneas; por eso, haré un doble esfuerzo para que las ideas que aquí esbozaré no den pie a alimentar el machismo. Por otro lado, debo adelantar que, como en todos los temas, las reflexiones aquí expresadas no son certezas, que están abiertas a un continuo replanteamiento y que tan solo son conclusiones provisionales.

Antes de empezar, cuando hablo de valores de hombres y de mujeres, tengo que aclarar también, para que no se malinterprete, que me refiero a paradigmas fijados para hombres y mujeres por minorías pertenecientes a la cultura patriarcal judeo-cristiano-islámica -y seguramente a otras culturas patriarcales del mundo que conozco en menor grado-, por quienes históricamente han tenido el poder -hombres en su mayoría, pero no en su totalidad-, ya que soy consciente de que la mayoría de las mujeres y de los hombres que en la historia han sido y hoy son han tenido y tienen un sinnúmero de escalas de valores, gustos, tendencias y personalidades que se alejan de tales modelos en una u otra dirección.

A menudo, la necesidad de ser políticamente correctxs nos ha empujado a tomar por bueno y no cuestionar todo lo que el feminismo dice, desechando las interpretaciones extraoficiales de la realidad que se esconde tras sus ideas principales. Muchas veces, más a los hombres que a las propias mujeres, ya que las personas más críticas con el feminismo oficial que he encontrado son precisamente mujeres, con frecuencia porque sienten que tal discurso les niega el modo que ellas tienen de vivir su feminidad. Por lo dicho, parece que en un momento todxs nos hemos convertido, de la boca hacia afuera, en feministas, como si fuera la principal ideología incuestionable. Pero analizando el modelo social que tal feminismo oficial preconiza, he comenzado a pensar si en él no se estará gestando la irremediable victoria del machismo total. Muchxs toman al feminismo como la cara opuesta al machismo, pero dudo si no es en realidad el ropaje más moderno del mismo machismo. Neo-machismo, después de todo. Es una afirmación arriesgada, y por eso intentaré explicarla con mucho tiento.

Para empezar, debemos ver en qué contexto histórico y empujado por quién surge el feminismo como ideología y, unido a ello, cuáles fueron las principales reivindicaciones, ya que desde entonces y hasta nuestros días, en general, solamente se ha profundizado en esas reivindicaciones fundamentales y seguido la misma línea. Sabiendo que pueden existir muchos tipos de feminismo -entre ellos algunos totalmente críticos con el feminismo oficial, o incluso que abjuran de él o, por lo que presienten en ese “ismo”, también los hay que renuncian a llamarse feminismo-, fundamentalmente me referiré a la rama oficial, al que los Estados capitalistas occidentales impulsan.

No soy experto, pero si hacemos caso a la historiografía oficial, el feminismo, como movimiento, surgió a finales del s. XIX, siendo su reivindicación principal el derecho a voto de las mujeres. Sus impulsoras, si no me equivoco, eran mujeres burguesas de clase media. Junto a ésta, las principales reivindicaciones históricas han estado vinculadas al eje económico: igualdad de oportunidades para trabajar (ser asalariadas), igualdad salarial, igualdad de oportunidades para el estudio -para prepararse para ser asalariada-, igualdad para ocupar cargos directivos en las empresas… También han ido viniendo las ligadas a la política o, más concretamente, al poder, siendo su cima las leyes de “paridad” y cupos que se han instaurado en algunas instituciones. Por supuesto, junto a las citadas, también ha existido la reivindicación de participar en igualdad en todas las estructuras estatales; entre otras, la igualdad de oportunidades para ser juez, policía, soldado… Por otro lado, también surgieron las reivindicaciones vinculadas a la sexualidad, el cuerpo y los roles de género. En cuanto a ellas, las principales serían la reivindicación del derecho al aborto -o a elegir si ser o no madre, que con frecuencia se elige en base a parámetros económicos- y la lucha contra la violencia sexual. Junto a todas ellas, también han existido reivindicaciones menores -también fundamentalmente económicas-, como la exigencia al Estado de una remuneración para los trabajos domésticos de las mujeres o la legalización de la prostitución.

En un primer vistazo, todas parecen razonables y, si damos por bueno el modelo social en que vivimos, dignas de apoyarlas sin pensarlo dos veces. Pero razonables, ¿según qué mirada o escala de valores? Veamos qué papeles y valores se nos ha otorgado desde arriba a hombres y mujeres históricamente y lo veremos con mayor claridad.

Para ello, tomaré un modelo de sociedad, el sistema patriarcal cazador que ha adoptado el principal modelo social y dominador. Y es que, todas las sociedades no obedecen a la misma escala de valores, misma cosmovisión y mismo reparto de roles, aunque la mayoría de las que se nos han dado a conocer coincidan en un machismo estructural o en el patriarcado.

En la sociedad patriarcal, el modelo de la bondad ha sido el hombre. Él es el ser terminado, el líder, la ley, el autentico humano. Sus principales valores han sido la fuerza y la habilidad para cazar y subordinar a lxs otrxs. El hombre no puede parir criaturas y, por tanto, esa cualidad es despreciable, la maternidad tan solo es un obstáculo para cumplir con los cometidos masculinos, la molesta carga de ese otro débil ser, la mujer pseudo-humana -aún más molesta la menstruación que las convierte en “sucias” y “contaminadas”, sobre todo cuando se vive como un obstáculo para las relaciones sexuales-. Además, tener hijas es vergonzoso, el único don de las mujeres es dar herederos varones -sólo hay que leer la Biblia para comprobar que únicamente se mencionan las listas de los hijos de los patriarcas-. Por tanto, las características relacionadas con la feminidad han sido históricamente infravaloradas, y las que corresponderían a los hombres encumbradas. El amor, la preocupación por el prójimo, la ayuda mutua, la compasión, el hogar, la familia… son incomodidades para los hombres. Así que todo ello corresponde a las mujeres -y los hombres que presentan tales tendencias son indignos, maricas, débiles ellos también, porque después de todo son como mujeres-. Todo lo dicho, por supuesto, tomado como paradigma, por ello las pasarían canutas los hombres y las mujeres que respondieran a otras características para aceptarse a sí mismxs tal cual eran y mostrarse ante el resto. Para asegurarse de que ello es así, la religión ha vestido de moralidad el “deber” de las mujeres. La familia es el deseo de Dios, y el deseo obligado de toda mujer -y su destino- ser madre. Que la mujer sea débil es el castigo que merece, porque no es tan digna como el hombre; y es que la mujer es la fuente del pecado -el objeto prohibido de deseo-.

Esa escala de valores asignada al hombre ha sido llevada a su máxima expresión por el capitalismo y el Estado inventados por la ideología liberal, con frecuencia disfrazada de un útil anticlericalismo. En este caso, los valores de la sociedad patriarcal se han utilizado para construir una visión de la economía y del poder -de la política-. Siendo el valor supremo la dominación de lxs otrxs, en la economía igualmente el valor supremo del capitalista (y del Estado) es dominar a los otros empresarios, los mercados, lxs consumidorxs (y Estados); el del político dominar a los otros políticos y a toda la ciudadanía, lograr el poder, el gobierno. La filosofía de Hobbes: una guerra de todos contra todos a todos los niveles. El exitoso, el admirado, el digno de elogio, es quien sale vencedor en cualquier tipo de guerra. La fuerza en contra de la debilidad, puesto que la debilidad -de todo tipo, de ahí la aversión a la enfermedad, al envejecimiento, a la pobreza… y a la feminidad y a la homosexualidad, puesto que todo ello es entendido como formas de debilidad, en el modelo de sociedad patriarcal- es aborrecible. Entre otros, tal era el valor supremo de Nietzsche. La compasión no tiene cabida, ni en la guerra, ni en los negocios, ni en la política. Por tanto, deben despreciarse todas las actividades relacionadas con el amor y el altruismo. La familia tiene una única misión: crear y criar nuevos guerreros y esclavos. Mientras esa misión sea necesaria, la familia es algo aceptable.

Ésa es la tensión interna del capitalismo, en lo que a la familia respecta: a gusto la eliminaría, puesto que es uno de los últimos refugios que escapa a la lógica del odio, pero es necesaria para renovar los brazos que satisfagan las necesidades del Estado -recordemos la sociedad que magistralmente nos dibujó Aldous Huxley, en la cual, gracias a la clonación, las familias se habían convertido en una curiosidad de los pueblos atrasados y salvajes, siendo las obligaciones principales de todos los seres humanos trabajar para el sistema y ser siempre felices-. Por lo tanto, cuando le conviene, el Estado tirará del discurso moralista religioso, para empujar en una dirección, y cuando no le conviene, usará un falso discurso anticlerical y “radical” para equilibrar la situación en el sentido opuesto. Las mujeres -y los hombres- encadenadas siempre entre ambas presiones.

Lo más grave es lo siguiente: en lugar de buscar y valorizar los valores de las mujeres -tantos valores como mujeres, sin duda- y en base a ellos inventar otro mundo, el feminismo oficial e institucional ha asumido los promocionados por el modelo patriarcal y escogido un único modo de buscar la igualdad: el camino para que la mujer se convierta en hombre. Así, ha hecho suya la negativización perpetrada por el patriarcado de todos los valores asociados a la feminidad, y ha construido un discurso contrario al amor, la sensibilidad, la solidaridad, la ayuda mutua, convirtiendo a hombres y mujeres en rivales. No es de extrañar el odio hacia todos los hombres que en algunas se palpa, la androfobia: querer ser eso y no poder. Por desgracia, odian la feminidad de la que no se pueden desprender. Si para los hombres de la sociedad patriarcal cuidar de niñxs, ancianxs, enfermxs… es una carga, una cadena, un obstáculo para el éxito económico, para la mujer patriarcal feminista -neo-machista- se han convertido igualmente en carga, cadena, cárcel todas las actividades guiadas por el amor. Si para los hombres de la sociedad patriarcal los valores fundamentales son el éxito económico y el deseo de poder, las mujeres patriarcales feministas también viven en pos del éxito económico y del poder, en una competición a vida o muerte.

Así puede entenderse también la admiración que las mujeres guerrilleras despiertan entre tantxs hombres y mujeres de izquierda. En ellas se materializa el sueño. Ven la mujer que ha asumido íntegramente la escala de valores de la sociedad patriarcal, la mujer capaz de utilizar la brutalidad al nivel de los hombres, el ser capaz de hacer la guerra y ocupar su lugar en el sistema de arriba abajo jerárquico y disciplinado y que, al mismo tiempo, es secreto objeto de deseo para los hombres. Creo que no es casual que en el último gobierno socialista nombraran ministra de la guerra -Ministerio de Defensa le dicen ahora al que fuera Ministerio de la Guerra, y seguramente tener soldadxs en Afganistán no es más que cuestión de “defensa”…- a Carmen Chacón. Cada cual debe pelear sus propias luchas, por supuesto, y estoy seguro de que las mujeres no necesitan de nadie para pelear las suyas propias -según parece, algunxs feministas piensan que las “débiles” mujeres necesitan de la ayuda del Estado para poder salir adelante-, pero no creo que para ello deban seguir los paradigmas y la estética de lucha instaurados por los hombres.

La labor de lxs feministas podía también haber sido otra: mostrarnos a los hombres la belleza del amor, la solidaridad, la compasión, la ayuda mutua…, enseñarnos a elogiar tales valores, poner ante nuestros ojos la vía para despreciar los valores promovidos por el odio y los deseos de poder y éxito. Así, quizá, en lugar de enseñar nosotros a ellas que las cadenas que las atan son lxs hijxs, las parejas, lxs enfermx y lxs abuelxs, nos habrían enseñado ellas que la verdadera cadena es el trabajo asalariado, que la cadena más pesada que portamos es encaminarnos cada día a un quehacer que no nos gusta y ofrecer las mejores horas de nuestra vida a esa labor, por sacar unas monedas, por tener dinero para comprar las mil tonterías que la televisión nos hace desear. Que mayor goce que el éxito o el deseo de poder, aporta ayudar a quien nos necesita, sin esperar recompensa. Habríamos salido todxs ganando y seríamos mucho más libres para elegir y repartir conjuntamente y en igualdad las responsabilidades y las necesidades.

Por culpa de esta visión castrada de la sociedad patriarcal, hemos despreciado todas esas labores que las mujeres hacían con más frecuencia, mejor o con más amor que nosotros y, lo que es peor, hemos logrado que las mujeres también las desprecien, puesto que no dan “prestigio” en nuestra sociedad. Y eso no sólo ha perjudicado a las mujeres, sino también a los hombres, es decir, a todos los seres humanos, ya que nos hemos limitado las posibilidades de actuar por amor y solamente hemos logrado retrasar la verdadera revolución que necesitábamos -¡ojalá no para siempre!!-.

Por otro lado, cuando las mujeres han entrado en espacios que parecían ser “de los hombres”, han hecho uso de la misma visión impuesta por ellos al desarrollarlos. Después de todo, el estímulo para dedicarse a éstos no ha partido de una decisión libre y consciente de las mujeres -tampoco de una decisión libre y consciente de los hombres-, sino de una operación muy hábilmente pensada por el sistema. Así, como he dicho, el feminismo oficial no es más que neo-machismo. Una inmejorable estrategia para convertir a las mujeres en voluntarias sometidas del sistema diseñado por los hombres. Cada “derecho” “concedido” a las mujeres no ha supuesto un paso para liberarse y lograr la igualdad, sino una cadena más apretada para todxs.

Por ello, si el feminismo desea ser un movimiento que busque la verdadera igualdad, primero debiera realizar esta reflexión: ¿igualdad en qué? ¿en base a qué modelo? ¿igualdad para ser iguales a los hombres, para fortalecer sus valores y enterrar los nuestros? ¿igualdad en el Estado y el capitalismo construido de arriba abajo en base al modelo de sociedad patriarcal? ¿O debiéramos comenzar de cero a construir nuestro mundo, nuestros valores, nuestras relaciones, nuestras personalidades, nuestra sociedad, nuestros cuerpos…, mujeres y hombres, seres humanos, todxs juntxs y en auténtica igualdad?

Pensemos qué “avances” ha traído la igualación de las mujeres con los hombres (¿por qué no al revés, la igualación de los hombres con las mujeres? o, lo más adecuado, decidir conjuntamente en qué y hacia dónde igualarnos y en qué no, puesto que la pluralidad es mucho más enriquecedora, fértil y libre): las mujeres -en algunos países- consiguieron el derecho al voto y… ¿qué gobiernos han salido de esas urnas, qué ha cambiado, han mejorado los modelos sociales gracias a esos gobiernos, han tomado esos gobiernos en cuenta los valores de las mujeres?; las mujeres se han incorporado a los trabajos asalariados que solían hacer los hombres y, ¿no se han visto inmersas en una doble servidumbre, como las propias mujeres anarquistas ya denunciaban hace mucho tiempo, precisamente porque, despreciando las tareas que ellas realizaban, tomadas por molesta carga, los hombres no han estado dispuestos a dedicarse a éstas?; las mujeres se han convertido en cabezas de gobierno -recordemos que hace mucho también existieron reinas y que eso no cambió demasiado la esencia totalitaria e imperialista de sus reinos, baste recordar Inglaterra o el Egipto de Cleopatra- y, ¿qué ha cambiado para bien bajo sus gobiernos, por ser mujeres? Margaret Thatcher y Angela Merkel, Esperanza Aguirre, Yolanda Barcina, Michelle Bachelet…, ¿nos resultan conocidas?; las mujeres han logrado cargos de dirección y administración en grandes empresas y… ¿han perdido sus empresas su esencia explotadora o ha mejorado en ellas la situación de las mujeres trabajadoras?; las mujeres se han incorporado a la policía y al ejército, se han convertido en jueces y…, ¿ha cambiado su esencia represiva, o asesina, su crueldad? recuerdo, al respecto, cuando la Policía Nacional española comenzó a incorporar mujeres en las fuerzas anti-disturbios, que algunos amigos me comentaban -precisamente por la experiencia tenida al respecto- que preferían no ser detenidos por una mujer policía, porque en ese deseo de igualarse a los hombres solían ser mucho más brutales, convertidas, en el nivel de violencia, también en “más hombres que los hombres”, para no mostrarse “débiles”…

Entre las reivindicaciones mencionadas, es muy curiosa la que en un tiempo se hacía para que las amas de casa cobraran un sueldo del Estado -hoy en día está claro que la caja del Estado no está para tamañas alegrías-. En una primera mirada, puede parecer una reivindicación aceptable pero, después de todo, si leemos entre líneas, pueden extraerse dos conclusiones: en este mundo nada puede hacerse gratuitamente o por amor -y las mujeres también debían aprender eso, lo antes posible-, y más digno que aceptar dinero de la pareja es aceptarlo de manos del Estado, porque al parecer eso otorga “independencia económica”. Cualquier cosa que se haga debe ser monetarizada -concretamente, para que tengamos mayor capacidad de consumo, desde luego-. Por supuesto, ese modo de pensar es inmejorable para alimentar la necesidad de Estado. Antes, por ley, la mujer se subordinaba al marido. Ahora, la mujer se subordina al Estado, cada vez más. Tanto en un caso como en otro, jamás es dueña de sí misma. Un objeto siempre, jamás un sujeto, puesto que el propio feminismo ha convertido a las mujeres en objeto, bajo las opresivas cadenas del paternalismo estatal.

Aún más curiosa es, creyéndola feminista, la petición de legalización para la prostitución, como algunxs, teniéndose por muy progres, hacen. El Estado necesita tal reivindicación, para debilitar las posibles prevenciones morales. En definitiva, sería mucho más conveniente que la actividad que desarrollan esas mujeres -y sobre todo los hombres que se ocultan tras ellas- estuviera dentro de la ley y tributaran. Además, estarían más “protegidas”. Parece razonable, así entendido, pero la prostitución, como actividad, difícilmente puede defenderse. Algunxs, como justificación, dirán que algunas putas trabajan a gusto y por voluntad propia, y que a ellas hay que darles la oportunidad de ejercer legalmente. De nuevo, la lectura simplificadora, reaccionaria y patriarcal que conviene a los hombres, máximos beneficiarios de la esclavitud sexual. Si viviéramos el sexo de forma saludable, sin taras morales, sin tabúes y sin complejos, si de verdad todxs, mujeres y hombres, seres humanos, fuéramos dueñxs de nuestro cuerpo y, sobre todo, de nuestra mente, la prostitución no tendría cabida. Por otro lado, por cada mujer que se prostituye “porque quiere”, no me cabe duda de que un millón lo hacen obligadas de una u otra manera y contra su voluntad. Pero la sociedad patriarcal nos ha metido en la cabeza la cantinela de que es el oficio más antiguo del mundo -y algunas miradas izquierdistas han vestido el drama de romanticismo-, nos ha hecho tomar por natural e inevitable una actividad que es la tragedia diaria de millones de niñas y niños, hombres y mujeres. Si de verdad queremos proteger a las prostitutas, si queremos hacer algo por su bien, démosles la oportunidad de dedicarse a otra cosa.

Por otro lado, hay que pensar con qué objetivo se les han “concedido” los “derechos” a las mujeres. Podría pensarse que el feminismo es una ideología construida libremente por las mujeres pero, si analizamos los momentos en que se “acatan” las reivindicaciones “de las mujeres” y sus beneficiarixs, veremos que el tema es muy distinto.

Cuando se concedió a las mujeres el derecho al voto, el voto de las mujeres burguesas y cultas -como hoy, mientras muchas de ellas salían en manifestaciones, las “desagradables” tareas domésticas las realizaban mujeres pobres de segunda clase- era necesario para fortalecer el Estado y el capitalismo -puesto que principalmente serían tales mujeres burguesas y cultas las que votarían- y dar mayor legitimidad a la partitocracia parlamentaria.

Cuando hacía falta más fuerza de trabajo, empujaron a las mujeres a los trabajos asalariados -En EEUU también, cuando necesitaron más fuerza de trabajo “liberaron” a lxs negrxs, para proletarizarlxs y alimentar las industrias del norte, como ahora hacen con lxs inmigrantes del sur, empujándolxs fuera de sus países a través de múltiples estrategias y en situaciones totalmente dramáticas para que ocupen los puestos que lxs europexs no desean y equilibren las cajas de la Seguridad Social y la exigua tasa de natalidad de lxs europexs, en los casos más privilegiados, ya que en los peores los someten a la esclavitud sin papeles en la economía sumergida necesaria para enriquecer aún más a algunxs; poco a poco conceder “derechos” a todxs ellxs puede ser una estrategia muy inteligente para asegurar su fidelidad al Estado, mientras cuando hace falta se echa mano de ellxs para hacerlxs culpables de todos los problemas, en un discurso doble muy interesado-, y siguiendo los dictados de las empresas, se abrieron las Universidades para ellas; de paso, se activó la competencia entre hombres y mujeres en el trabajo, y erosionaron las condiciones de todxs lxs trabajadorxs, porque se podía escoger entre una mayor mano de obra, siendo los sueldos de las mujeres más bajos siempre. Para entender cómo se han deteriorado esas condiciones, es suficiente ver que antes de la incorporación de las mujeres al trabajo el sueldo de una persona de clase media era suficiente para sacar a una familia adelante, mientras que ahora con los sueldos de dos personas de la misma clase apuradamente se llega a fin de mes, entre otras razones, porque se han llevado al extremo las “necesidades” de consumo. De modo que, según parece, el mercado entendió mucho antes que para mantener el nivel de consumo y aumentar las ganancias de las empresas por cada familia deberían trabajar dos personas, como mínimo.

Cuando los ejércitos estaban en crisis, porque en la calle los movimientos en su contra estaban totalmente socializados y aceptados, y porque necesitaban modernizarse, los profesionalizaron y se aceptaron en ellos a las mujeres -y más adelante a lxs inmigrantes; en EEUU se vendió como una medida tremendamente democrática que se “aceptaran” también lxs homosexuales, en una espectacular operación de propaganda en favor del ejército-.

Dando a la mujer mayor lugar en los aparatos del Estado, mucho más que un avance en la igualdad, se ha logrado reforzar el Estado. También el Capital. Es normal. Si durante siglos se ha dicho a las mujeres que dominar a lxs demás, tener poder, enriquecerse materialmente son las cosas más deseables, cuando finalmente se les da la “oportunidad” para acceder a todo ello ¡cómo iban a rechazarlo! Serán las más fervientes defensoras del Estado y del capitalismo, porque ellas también quieren saborear esos placeres tan deseables según los hombres. No es su culpa quererlo así y no podría ser de otra manera tras siglos de adoctrinamiento. Además, si la sociedad que tenemos es ésta, es innegable que las mujeres tienen el mismo “derecho” a hacer las mismas cosas que hacen los hombres en las mismas condiciones -en cualquier sociedad debieran tener, sin necesidad de solicitarlo, total igualdad de oportunidades-. Pero, ¿nos conformamos, hombres y mujeres, con esta sociedad? ¿Nos hemos resignado a este modelo? ¿Hemos tenido igualdad de oportunidades para elegirlo?

Este sistema está alimentado por el odio, el odio es totalmente funcional para el Estado y el capitalismo. Que la sociedad esté dividida, que nos sintamos rivales unxs de otrxs, en competencia, frente a frente. La solidaridad, la unidad, el amor, la ayuda mutua… entre gentes son muy peligrosas para el sistema. En ese sentido, el feminismo institucional ha realizado una enorme labor en favor del sistema, promocionando el odio entre sexos. Se ha hecho interiorizar a las mujeres que la única vía que tienen es asumir los valores de los hombres y competir con ellos en el terreno de combate y con las reglas diseñados por los hombres. En los terrenos en que no se produce una verdadera competencia, hay que crearla artificialmente. Además, el objetivo no es ya ser como el hombre, sino ser “mejor” que él . Los seres humanos son peligrosos y hay que dejar claro que en cualquier tipo de relación no somos humanos, sino hombres y mujeres, bien diferenciadxs y rivales unxs de otrxs.

Además, aunque el Estado, el capitalismo, este modelo social, de por sí, se basan en la violencia estructural, hay que ocultar unos tipos de violencia y poner el altavoz o la lupa solamente a otros pocos. La violencia, en general, es una expresión de una relación de poder, y la utiliza el/la fuerte contra el/la débil -o el/la débil contra el/la fuerte, para que el/la fuerte no se haga consciente de su fuerza-. En base a esa relación de poder, pueden utilizarla lxs progenitorxs contra lxs hijxs, o lxs hijxs contra lxs progenitorxs; pueden usarla lxs patronxs contra lxs trabajadorxs, o lxs trabajadorxs contra lxs patrones; pueden usarla los gobiernos contra la población, o la población contra los gobiernos; pueden usarla los pueblos imperialistas contra los pueblos sometidos, o los pueblos sometidos contra los pueblos imperialistas; pueden usarla lxs ricxs contra lxs pobres, o lxs pobres contra lxs ricxs; puede usarla un miembro de la pareja contra el otro; pueden usarla los seres humanos contra otros seres, u otros seres contra los seres humanos; pueden usarla los hombres contra las mujeres, o las mujeres contra los hombres; pueden usarla los hombres contra los hombres; pueden usarla las mujeres contra las mujeres… Pero, como se ha dicho, entre todos esos tipos de violencia, los altavoces del sistema, los medios, nos bombardearán con unos y callarán otros. La utilización no es neutra, y debiéramos pensar siempre qué se esconde detrás de lo que nos hacen ver. Si al sistema le interesa que veamos algo muy claro, tendríamos que sospechar que por detrás se ha puesto en marcha algún mecanismo que no percibimos.

La violencia contra las mujeres es estructural, y ha sido fomentada por el propio sistema patriarcal. En todas la guerras, violar a las mujeres del pueblo sometido ha sido una de las leyes no escritas -hace pocos años nos tocó ver la otra cara de la misma moneda, durante la invasión de Iraq, cuando nos mostraron la imagen de aquella mujer soldado, llevando como a un perro a un hombre desnudo, y no es de extrañarse, puesto que aquella mujer asimiló todo un sistema y una cosmovisión desde el momento en que decidió convertirse en soldado-. La mujer es fuente de deseo para el hombre -también el hombre para la mujer, como es normal, aunque a veces nos lo quieran hacer olvidar; ambos tan naturales como los deseos homosexuales-, y a menudo la tensión que ello crea se alivia de las formás más bajas. Pero siendo el ejército y las guerras el pilar de los Estados, los actos de los ejércitos en sus guerras no pueden ponerse en tela de juicio y mejor callarlos, salvo que podamos utilizarlos políticamente a nuestro favor, al menos. En el ámbito laboral también, la violencia contra las mujeres -y contra los hombres- es constante, pero no se puede tocar la base del sistema capitalista y hay que alimentar la guerra entre mujeres y hombres para conjurar la guerra entre asalariadxs y propietarixs. En la familia, igualmente, la violencia no está ausente y se manifiesta de muchos modos. Durante mucho tiempo, todo eso se ha ocultado, mientras ha existido un único modelo sagrado de familia y mostrar tal realidad no ha sido funcional. Ahora, por el contrario, hay un enorme interés por poner ante nuestros ojos una -y única- cara de esa violencia. Los casos de violencia en las parejas homosexuales son aún tabú. Le dicen violencia de género, o violencia machista. Por un lado, es innegable que en muchos casos es así pero, sin infravalorar de ninguna manera esa realidad, debiéramos pensar si en todos los casos de violencia entre hombres y mujeres es el género o el machismo la causa, sin excepción alguna. Por otro, debiéramos preguntarnos cuál es el objetivo de poner ante nuestra mirada cada día una sola y única forma de violencia y, del mismo modo, cuáles son sus resultados. Y, sobre todo, como en toda forma de violencia, si las medidas que se toman son para hacerla desaparecer o si persiguen otro objetivo. Si estamos profundizando en las razones de la violencia, o escondiéndolas y mostrando sólo los síntomas. Al parecer, Stieg Larsson perdió la vida por plasmar la realidad que se ocultan tras unas cifras de escándalo en un país “ejemplar” cono Suecia. Claro, es mucho más fácil dar razonamientos simples y unidireccionales y aferrarse a ellos que intentar comprender todas las complejidades que pueden tener los problemas, sobre todo si tales complejidades tocan las raíces mismas del sistema.

En efecto, ¿podríamos esperar algo distinto en una sociedad basada en el odio, la competencia, el consumismo y la violencia, cuando encontramos nuestra guía espiritual en la doctrina de una televisión que sólo muestra basura? Los seres humanos estamos perdidos y no tenemos asideros éticos ni herramientas para enfrentar los conflictos, las frustraciones, la soledad, la impotencia, los miedos, la ansiedad… El amor ha perdido valor, hace tiempo, la sociedad esta desestructurada y ha perdido el sentido comunitario, y están trabajando para debilitar y destruir los refugios que nos quedaban -la familia y el grupo de amigxs, principalmente-.

En esa visión de la igualdad que estoy analizando sólo se ha mirado a la lucha económica y de poder perteneciente a un modelo y, además, como era imprescindible ocultar los valores que se esconden tras dicho modelo y hacer desaparecer la espiritualidad y la ética, ante nuestros ojos únicamente se ha mostrado el género, el sexo, la parte biológica que separa a mujeres y hombres. Se ha querido igualar a la mujer con el hombre, y no al revés, ni fuera del modelo impuesto. Y las relaciones entre ambxs se han convertido en una competición cara a cara. Así, no es raro que los hombres y las mujeres actuales tengamos tantas dificultades para construir nuestra personalidad, vivir nuestro sexo y construir nuestras relaciones. Las mujeres -y los hombres- deben escoger entre el modelo impuesto por la moral o la senda impuesta por el interés económico. No tienen forma de construir desde sí mismas su camino, su modelo. La ideología izquierdista “progresista” y “revolucionaria” les ha enseñado que deben romper las “cadenas” impuestas por la naturaleza y enfrentar la moral clerical, combatiendo para ello a los hombres o convirtiéndose ellas mismas en hombres. La moral cristiana les ha enseñado que son una máquina para el placer del hombre y para traer hijxs cumpliendo la voluntad divina. Al parecer, no hay otro modelo. Y ambos modelos han sido erigidos por la misma sociedad patriarcal machista, en ambos casos, despreciando los valores éticos y personales de las mujeres y sus posibles modelos sociales.

La forma de vivir su cuerpo está también entre dos fuegos. Por un lado, deben cuidar su cuerpo para capricho de los hombres, moldearlo según los deseos de ellos, responder a un concepto concreto de belleza. Por otro, se les ordena que renuncien a su deseo de seducción, que sean desconfiadas con los hombres, ya que si no serán dominadas por ellos. Unxs y otrxs han decidido que las mujeres no son capaces de decidir por sí mismas qué quieren y qué necesitan; otrxs deben interpretar siempre qué deben sentir y cómo deben interpretar sus cuerpos, su voluntad, su libido, los comportamientos que los hombres tienen hacia ellas… Si no entienden las relaciones como lxs feministxs han impuesto, es porque están colonizadas y son machistas sin saberlo. Si no son como las mujeres que la publicidad muestra o no viven en pos de los intereses y actividades impuestos por la sociedad, no serán nada en la vida, no lograrán el éxito.

Por desgracia, las palabras de Esperanza Aguirre -no en el sentido que ella les ha dado, sin duda- son tan ciertas como las de el Acratosaurio. La moral cristiana les pide que sean madres y esposas devotas y esforzadas, las empuja a tener hijxs -y el aborto se convierte en un privilegio hipócrita de las familias ricas que pueden pagarlo aunque se muestren contrarias a él-. Pero la religión feminista, las necesidades actuales del Estado, las quiere luchando por la “libertad” económica y dispuestas a sacrificar lo que sea por trabajar a la par de los hombres; trabajadoras, antes que madres o parejas; el dinero por delante del amor. Por añadidura, el goce, el placer, la felicidad se han de buscar por obligación, tienen una forma unívoca de interpretar y no están vinculados con la responsabilidad, puesto que la base son los derechos, no las obligaciones. Así, difícil es pensar que a las mujeres les quede mucha libertad para elegir. Igual que no nos queda mucha a los hombres, pero en un nivel más perentorio. Quien se convierte en madre y renuncia a ser asalariada porque así lo ha sentido -quizá, sin más, porque no le ha apetecido convertirse en sierva de una empresa- tendrá que dar mil explicaciones a lxs otrxs y a sí misma para “justificar” su decisión, sobre todo si se tiene por progresista, izquierdista y revolucionaria. Es curioso, los últimos años he conocido varios escritores que, cuando han tenido hijxs, por criarlxs, han renunciado a su labor creativa y han dejado la escritura para otro momento -y sin vergüenza comentan que sus hijxs son su felicidad-, progresistas y de izquierda todos ellos, de gran conciencia, y, quizá porque son hombres, y no mujeres, que han hecho su elección, no sé si nadie les ha dicho que lxs hijxs, la pareja y el hogar son obstáculos y que no deberían renunciar a su pasión para vivir una vida subordinada. Quisiera saber qué habrían tenido que escuchar si hubieran sido mujeres…

La publicidad capitalista es un ejemplo inmejorable de lo dicho. Seguramente, mucha gente recordará el anuncio en blanco y negro de una conocida marca de electrodomésticos de la época franquista. En él, una bella mujer de clase media del estilo cuidado de la época miraba, con angustia y esperanza, de pie y desde atrás, al marido, uno de esos galanes franquistas de las películas, que comía el pollo preparado por ella. Una vez que el marido elogiaba la delicia del plato, la mujer recobraba el aliento y decía para sí misma dirigiéndose a su moderna cocina, agradecida: <<Cuántas horas de felicidad vas a darme>>. El anuncio es el paradigma del machismo de aquella época. Pero hace un par de años, en Chile, me tocó ver un anuncio que es el paradigma del feminismo institucional, machista a ultranza. La perfecta combinación del machismo reaccionario y del feminismo patriarcal progresista. Después de todo, era solamente la versión moderna del anterior. En este caso nuevamente, la anunciante era una conocida marca de electrodomésticos. La protagonista era una mujer joven, bella -es decir, según el patrón de belleza de nuestra época-, esbelta, dinámica y moderna. Nos decía orgullosa que ella, al mismo tiempo, era chef -cocinera del hogar-, psicóloga -madre-, experta en idiomas -madre de nuevo, ayudando a lxs hijxs con los deberes-, trabajadora de no se qué sector -aparecía en una moderna oficina-… y no se cuántas cosas más. En todas las actividades sonriente, fresca, sin vestigio alguno de cansancio. Por todo ello, se decía a sí misma: <<Estoy orgullosa de ser una super-mujer>>. Y, gracias a los electrodomésticos, parecía ser “más libre”. Creo que por algún lado también figuraba el hombre que debía vivir feliz con tal super-mujer. La marca de las “super-mujeres” era anunciada también en un programa de farándula por una de sus presentadoras, ella también mujer bella, moderna y “emancipada”. Después de todo, viviendo atada a mil y un trabajos, parece mostrar que es más que el hombre y, al parecer, esa explotación extrema debe ser motivo de orgullo y alegría.

Si se quieren extraer conclusiones, diría lo siguiente: soy partidario de todos los tipos de igualdades, pero la igualdad sólo es posible en libertad. Sin embargo, la libertad necesita de una condición: que todas las opciones estén al mismo nivel. Por lo tanto, en un modelo social patriarcal, mientras el Estado y el capitalismo rijan, una verdadera igualdad entre mujeres y hombres -y entre seres humanos en general- es imposible, puesto que en un sistema en el cual la escala de valores ha sido impuesta por los hombres (por algunos hombres, la minoría, la elite), no hay igualdad de oportunidades para que cada cual escoja en función de su propia escala de valores. En una sociedad en la que los valores supremos son el éxito económico y el poder, no puedo elegir si mi prioridad es conseguir un sueldo y ascender en el trabajo, o dedicarme a una actividad cuya única recompensa será el amor. De hecho, necesitamos mucho más que igualdad entre mujeres y hombres: igualdad de oportunidades para todos los seres humanos. Si hubiéramos aprendido a amar y valorar los trabajos y roles que antes cumplían las mujeres, como cuidar de niñxs, progenitores, enfermos, mantener la casa en condiciones y prestar los alimentos -sin olvidar que han hecho siempre muchas más cosas que esas, sobre todo todas las mujeres campesinas y obreras que siempre han existido-, y todas las actividades que se realizan por amor y sin pedir pago, si hubiéramos dado a las mujeres la oportunidad de enseñarnos algo, preferiríamos, tal vez, todas éstas al trabajo asalariado, y en lugar de considerarlas cargas, las asumiríamos todas ellas a gusto. Entonces sí, existiría la posibilidad de elegir, mujeres y hombres, en igualdad, libertad y sin adoctrinamiento, si queremos ser madres o padres -o si no queremos serlo-, qué labor queremos desarrollar, cuáles son nuestras prioridades, cómo y con quién queremos vivir nuestra sexualidad, qué y para qué queremos aprender… Dicho de otra manera, libertad para escoger en qué, con quién y para qué queremos utilizar nuestro tiempo y cómo queremos vivir nuestra feminidad o masculinidad -o ambas-. Pero sería peligroso para el sistema, porque, seguramente, tanto mujeres como hombres nos daríamos cuenta de que no queremos realizar la mayor parte de las cosas que hacemos -que el sistema necesita- y que no merecen la pena, que no necesitamos la mayoría de los productos que consumimos y que nos hacen daño a nosotrxs y al medio ambiente del que somos parte, y que es posible construir sociedades basadas en otras escalas de valores, levantadas desde su origen en igualdad y consensuadamente. La violencia también tendría mucho menor espacio, y tampoco aceptaríamos la sistémica.

Para concluir, quiero aclarar otra cuestión. Al leer el texto, podría interpretarse que en mi opinión en todos los procesos impuestos por el patriarcado, en los del pasado y en el nuevo impulso de estos últimos siglos, las mujeres han sido simples víctimas y objetos pasivos. Hacer algo así sería de nuevo coincidir con el discurso neo-machista, y me situaría fuera de la realidad. No. Para cambiar las cosas debemos aceptar que en la instauración del patriarcado las mujeres han hecho tanto como los hombres. Por un lado, de forma activa, puesto que muchas mujeres se han visto beneficiadas por la explotación y el reparto de roles en que se ha basado el patriarcado, estando en la cima de la pirámide, en la sombra o a la vista. Entre lxs impulsorxs del neo-machismo, por supuesto, y entre sus beneficiarixs, no faltan mujeres. Por otro lado, de forma pasiva, aunque no hayan impulsado directamente el sistema patriarcal, porque muchas mujeres, como muchos hombres, se han sentido cómodas en él. En cuanto a esto también, el Discurso de la servidumbre voluntaria de La Boétie cobra pleno significado. Para que una minoría someta a una mayoría es imprescindible que la mayoría se muestre dispuesta a vivir doblegada por la minoría. La pasividad, renunciar a la libertad, aunque nos haga perder nuestra humanidad, es muy tentadora, porque nos simplifica la vida. Por último, en todos los tiempos, no han sido pocxs las mujeres -y los hombres- que han enfrentado al sistema patriarcal haciendo uso de unas u otras estrategias, ya que para sabotearlo se han empleado muchas maneras -tomar las armas tan solo es una de ellas, y la mayoría de las veces no ha sido la más eficaz para lograr cambios en profundidad -, y en ellas las mujeres también han sido protagonistas. Así que, en la senda para derrotar al patriarcado -y a la Iglesia, el Estado y el Capital creadas por él- y cambiar la sociedad de raíz, no creo que haya luchas de hombres y de mujeres, y esa división sólo logra debilitar a mujeres y a hombres. Hay una única lucha para emancipar a toda la humanidad, a realizar todos los seres humanos conjuntamente, en igualdad de oportunidades y consensuando estrategias y objetivos. Si entendemos eso de esta manera, daremos un gran paso en el camino hacia la emancipación de la mujer y la verdadera igualdad, puesto que sin mujer emancipada no hay hombre emancipado, como no hay blancx emancipadx sin negrx emancipadx, u homosexual emancipadx sin heterosexual emancipadx. Mi auténtica libertad solo se realizará cuando todxs lxs demás sean igualmente libres. Las cadenas de lxs otrxs también a mí me encadenan. Como La Boétie vio preclaramente, la cadena de la tiranía que utiliza para atar al pueblo ata al propio tirano. tanto como al pueblo Si alguna vez habéis paseado a un perro lo entenderéis fácilmente. La correa que sujeta al perro y limita sus movimientos también nos sujeta a nosotrxs y limita nuestros movimientos. Si queremos librarnos de la correa, la única salida es soltarla y liberar al perro. La situación del tirano es más trágica ya que, a diferencia del caso con el perro, él sabe bien que si suelta la cadena ,el pueblo libre no volverá para lamer su mano, sino a buscar su cuello.

Tendríamos que empezar a redefinir los paradigmas, ¿no?

(17-3-2012)

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