Hoy, en una de esas herramientas que el sistema nos ha regalado para que nosotres mismes facilitemos el trabajo a los servicios de inteligencia, osea, en Facebook, leía esta frase a un amigo virtual: “El patrón y la familia son dos instituciones nefastas por sí mismas; combinadas son la peor forma de explotación posible”. Suelo estar de acuerdo con muchas cosas que escribe este amigo, pero en este caso, imposible, y creo que es una buena ocasión para escribir sobre un tema que a menudo me da vueltas por la cabeza.
Para empezar, siendo la base de la vía científica -aunque prefiera mantenerme lejos de tales vías, ya que no soy un devoto de la religión científica- para analizar cualquier asunto el empirismo, es innegable que la fuente de experiencia más cercana que tenemos es la nuestra propia y, por tanto, en primer lugar he echado una mirada a mi propia familia para constatar si eso es así: ¿mi familia ha sido para mí una institución explotadora, nefasta? Pues… no. Un no rotundo. Muchas veces sí limitadora, seguro, puesto que si no hubiera tenido la familia que tengo, seguramente me habría atrevido a muchas más cosas. La posibilidad de llevar dolor a la familia siempre puede ser un freno para avanzar en la vida. Pero igual que me ha quitado, sin duda, también me ha dado mucho y, puesto en una balanza, en lo que a mí respecta, al menos, aunque no sea el modelo que deseo replicar, más que limitarme me ha impulsado a ser lo que soy, por su voluntad o en contra de ella. Salgo de esa primera experiencia y, observando mi alrededor, no sé si he conocido demasiada gente que considere a su familia como explotadora. En general, más allá de los aprendidos discursos radicales teóricos, yo he conocido gente que ama a su familia, con todas sus matizaciones. Además, en no pocas ocasiones he visto que esa misma familia se convierte en uno de los pocos refugios cuando las cosas van mal, por ejemplo, cuando la gente no consigue satisfacer ni si quiera su “derecho” a ser explotada. Por otro lado, también tengo amistades anarquistas que han formado familia, haya en esa familia padre y madre, una madre sola…, y no creo que tampoco elles se consideren a sí mismes explotadores de les hijes que han tenido o de sus parejas, aunque tienen claro que lo que han formado es una familia.
Más allá de lo que cada cual conoce de primera mano, tenemos las estadísticas. No tengo ninguna fe en ellas, tanto como en los dioses, más o menos, siendo que se trata de una de las formas más usadas de manipulación científica, pero aún así, hoy en día, cuando conviene, todo el mundo mira esos fríos datos y los utilizan continuamente para sacar de ellas mil y una conclusiones y construir teorías; así que, veamos a través de ellas que datos podemos extraer, con un simple ejemplo… Aunque no sea un exacto ejemplo de la explotación que las criaturas sufren en la familia, puede valernos para medir algunos de los daños de ésta, por ejemplo, las informaciones sobre la violencia que les niñes sufren. Según datos dados para los Estados Unidos, 1 de cada 10 infantes sufre algún tipo de violencia familiar -y violencia, en general- y 1 de cada 16 infantes sufre abusos sexuales. Por otro lado, en esos datos resulta curioso ver que niños y niñas sufren de forma pareja malos tratos y abusos, aunque los fallecimientos sean más numerosos entre los primeros, y aún más curioso resulta ver que la mayoría de los malos tratos y abusos (53,5%) son cometidos por mujeres, en contra de lo que se acostumbra a pensar. Pero bueno, eso daría para otras reflexiones. La cuestión es que, aunque más allá de las estadísticas cualquier caso de malos tratos o abusos sea dramático, la mayoría de les niñes (el 90%) no sufre, según eso, algo así en sus familias. Como en todos los tipos de violencia, siempre suele ser cosa de minorías, a pesar de que esas minorías acostumbren a ser utilizadas para extender con milagrosa facilidad sospechas y acusaciones hacia todo el mundo, sin el menor análisis crítico, en estos tiempos que vivimos de alarmismo y alabanza hacia todo tipo de represión. Por otro lado, si nos fijamos en la explotación infantil, veremos que en la mayoría de los casos, detrás de cada niñe explotade, existe una familia completa explotada. Así que, en tales casos, les trabajadores y campesines pobres, quienes para sobrevivir no cuentan más que con su fuerza de trabajo, suelen pasar inmediatamente a convertirse de víctimas a victimaries, gracias al inmejorable trabajo de nuestros fieles medios de comunicación y creadores de opinión, olvidando que detrás de la mayoría de esas familias “explotadoras” existen empresaries “honestes” que la justicia difícilmente llega a tocar -tal y como ayer claramente mismo vimos en el muy recomendable documental La cáscara rota–.
Así, en nuestros tiempos, desde la izquierda “radical”, con frecuencia se escuchan terribles acusaciones contra la familia. Por un lado, que es una estructura patriarcal y machista. Por otro, que es uno de los pilares para socializar, “normalizar”, domesticar y “civilizar” a las criaturas. Y sin falta, por supuesto, también que son una cárcel para la mujer. Todo eso, sin ningún tipo de matiz, nuevamente. Así, se toma un único modelo familiar, el de la familia patriarcal nuclear occidental, y se acostumbra a utilizarlo como si fuera el único modelo que existe y que en la historia ha existido para denostar todos los tipos de familia. Eso suele tener muchas veces el discurso actual: una realidad múltiple es un obstáculo, obliga a pensar más de lo que se desea, en los tiempos de la pereza intelectual es mucho más eficaz simplificar todo y minimizar el discurso. Blanco o negro. La mayoría de las veces, siendo la única fuente pseudo-teorías leídas o escuchadas que no se basan en la experiencia.
Sin embargo, la hostilidad contra la familia no es algo nuevo, ni siquiera moderno. Uno de los pensadores más clásicos, Platón, precisamente, hace mucho ya escribió en su contra, hace tiempo que proclamo la necesidad de hacerla desaparecer, y me da que en el discurso del famoso filósofo se esconden las mismas razones que existen hoy en día para atacar a la familia, sin matizaciones. Y es que, para Platón, al diseñar su sociedad totalitaria “perfecta”, su república, la única razón superior era el Estado, y en aquel Estado totalitario platoniano la familia era un obstáculo. Así, para una de las elites de aquel Estado suyo, para les guardianes, propuso el “comunismo” de mujeres y niñes -y lo propuso junto con planes muy concretos de eugenesia, para hacer desaparecer los genes que no estaban a la altura de aquella excelente sociedad-. Para Platón el amor no tenía cabida. Como mucho, era bueno en las guerras, para, al luchar les amantes une al lado de otre -ya que también proponía que a la guerra fueran y lucharan en igualdad hombres y mujeres-, dar mayor coraje a les guerreres, para que dieran lo mejor de sí mismes, para que ante la persona amada se comportaran heroicamente. Pero para el Estado, lo mejor era hacer desaparecer las familias. Nada de relaciones fijas, nada de amor, sexo libre, criaturas que no conocieran a sus padres y madres y… el Estado como único padre de todes sus guerreres.
Pero el modelo de Platón no tuvo éxito, y los Estados de su época y posteriores no exterminaron la familia. De este modo, en muchas sociedades existieron modelos familiares que poco tienen que ver con el actual. Sobre todo, la llamada familia amplia. Aquellas familias podían tener más de 20 miembros, aunque eso no significara que todes vivieran juntes. Y esa familia amplia dio gran vitalidad a las gentes humildes para enfrentar todos los avatares de la vida, y también para enfrentar a les poderoses. Y es que, en contra de todos los argumentos que hoy se utilizan contra ellas, las familias, por encima de cualquier otra cosa, han sido durante largo tiempo el baluarte del altruismo, de la ayuda mutua, del amor y de la solidaridad. Guardianes do la cultura opuesta a las elites. Con todos sus errores, problemas y conflictos.
Y son, precisamente, esas las características que algunas ramas del liberalismo moderno no pueden tolerar. En el proyecto de revolución burguesa, las familias proletarias, así como son fuente de dinero y de recursos, también han sido desde siempre fuente de problemas y quebraderos de cabeza. Por un lado, durante cierta época tenían “demasiades” hijes, y algunes burgueses temían que algún día, al crecer su población tan rápidamente, si se sublevaban, no llegarían a ser demasiades para poder enfrentar su fuerza, y de ahí comenzaron los primeros proyectos malthusianos y eugenésicos, incluyendo las primeras reivindicaciones del aborto, ya que se trataba de una de las medidas propuestas para controlar el crecimiento de la población obrera, no la única. Por otro, aquellas amplias familias proletarias que vivían en los mismos barrios tenían gran capacidad para apoyarse mutuamente, para juntas enfrentar al patrón, para organizarse, y, claro está, eso no era muy del gusto de los patrones.
Sin embargo, en los últimos siglos esa necesidad de brazos se ha comenzado a organizar de otra manera en el norte global: que sea el sur global quien aporte esos brazos -tanto para la fábrica como para la guerra-. En el norte global, por el contrario, nos conviene una sociedad atomizada, un ser humano hiper-aislado. La familia, precisamente ese modelo de familia patriarcal nuclear que extendió la burguesía, ya no es más necesaria -y, con el tiempo, ese discurso contra la familia se irá haciendo camino por sí mismo en los pueblos humildes, ya que su modelo social, antes o después, suele ser el del norte global-. Aldous Huxley representó inmejorablemente en su famosa novela Un mundo feliz el modelo que el sistema hoy desea para el norte global, muy parecido al que en su día deseó Platón, por otro lado: las únicas preocupaciones de los humanos, mujeres y hombres, deben ser tres: producir, consumir y ser “felices”. Se necesitan seres humanos solos, aislados, ególatras, hedonistas y superficiales. Toda relación guiada por el amor es nefasta, inútil, un obstáculo para ascender en ese modelo social. Así que las familias no son más necesarias. Críar y educar a les niñes y satisfacer todas las “necesidades” básicas de todes les ciudadanes es tarea del Estado. En el nuevo modelo de esclavismo se debe rechazar todo aquello que pueda servir para enfrentarse al sistema y propagar otros modelos de relaciones, intereses y motivaciones no materialistas.
Pero en ese camino, como en otras muchas cosas, el sistema tiene un problema: esa dualidad congénita que padece el Estado liberal burgués. Existen para todo dos visiones sistémicas principales, en cuanto a moral, economía y política, y ambas son funcionales. La cuestión es mantener el equilibrio. Unas visiones morales, económicas y políticas se perciben ligadas a la “derecha”. Otras, ligadas a la “izquierda”. Y el sistema ha aprendido inmejorablemente a utilizar la dualidad discursiva. De esta manera, en ciertas épocas la derecha se utilizará para realizar el trabajo sucio, y la izquierda para el trabajo limpio, y en otras épocas, al revés, según lo que cada cual tome por sucio o limpio. Además, esa cuestión no es siempre fácil de visualizar. De hecho, la misma persona -o partido- puede poseer valores morales generalmente visualizados en la derecha y, al mismo tiempo, una visión de izquierda para la economía y la política, y al contrario.
En cuanto a la moral, los valores que se han percibido ligados al cristianismo se han solido tomar por valores de derecha, morales “estrechas” sobre la familia, el sexo, el aborto, la eutanasia… Y sus opuestos, las conciencias morales “amplias”, se han solido considerar de izquierda. Respecto a la economía, el interés personal, el “derecho” a enriquecerse, la defensa de la libertad de mercado, la propiedad privada, el egoísmo… se suelen entender intrínsecos de la derecha, y la “justicia” social y el reparto de la riqueza, la solidaridad, lo público, la generosidad, el control estatal del mercado… propio de la izquierda. Finalmente, en cuanto a la política, suele verse a la izquierda como defensora de un mínimo Estado: Estado sí, pero en lo que se refiere a propiciar vías para reunir capital, proteger legalmente la riqueza acumulada y defender los derechos de les “propietaries” y, en todo lo demás, a partir del momento en que a la sombra del Estado he conseguido sacar adelante mis negocios, si no es para reprimir a les pobres, que el Estado desaparezca de mi camino. La izquierda, por el contrario, suele percibirse ligada a una apasionada defensa del Estado, al estilo de lo que proclamara Mussolini, todo dentro del Estado, todo para el Estado, nada fuera del Estado, nada en contra del Estado.
Sin embargo, las realidades suelen ser más complejas. Así, por ejemplo, en las cuestiones en que la moral cristiana está próxima a la moral “universal” -si es que existe algo así-, no está tampoco muy alejada de la ética anarquista, y en aquello que el anarquismo tiene de humanismo, coincide con unos cuantos valores que el cristianismo, al menos teóricamente, sobre todo el cristianismo primitivo, históricamente ha reivindicado -la solidaridad, la condena de la propiedad privada, el comunalismo, el amor…-. Asímismo, hace poco escuché con interés a algunas mujeres anarcofeministas argentinas cuando contaban que las mujeres anarcofeministas de comienzos del s. XX, al menos las argentinas, eran encendidas enemigas del aborto y defensoras de la familia. Al parecer, las mujeres de esa época aún no habían caído en las tendencias neomalthusianas, no sabían gran cosa del odio hacia la familia del izquierdismo radical, y tenían más claro que las actuales que para enfrentar al patrón y al sistema su más firme defensa era la familia. Tenían claro en aquella época que para enfrentar al sistema, es decir, al capital y al Estado, mujeres y hombres debían unirse, y que la fortaleza más firme la tenían en el amor mutuo.
Así que, sospecho que en muchas cuestiones el sistema difunde con la boca izquierda aquellas cosas que no puede decir con la boca derecha. Sospecho que, frente a la sociedad atomizada, aislada, solitaria, perdida, debilitada que necesita hoy en día el sistema, la familia es un escollo. Hoy en día se necesitan individuos indefensos dispuestos a tirarse ciegamente desnudos a los brazos del Estado. No es raro, entre otras cosas, el predicamento que tiene hoy Nietzsche entre izquierdistas y revolucionaries. Ni raro, ni casual.
En cualquier caso, el tema no es tan simple, no es una cuestión que se resuelva con un simple sí o un no. Quienes aspiramos a desterrar conjuntamente capitalismo y Estado, debemos elegir libremente si queremos familia y, sobre todo, qué modelo de familia queremos, para que, en lugar de un reflejo del modelo jerárquico del sistema, podamos poner también en ella la semilla de la revolución.