Tras ponerme a releer hace poco El Único y su propiedad de Max Stirner, estaba sintiendo la necesidad de leer a alguien a quien el considerado “padre” del anarcoindividualismo menciona constantemente: Feuerbach. Y en ésas estaba, cuando el análisis que Feuerbach realiza sobre el origen de las religiones me ha sugerido esta reflexión, como siempre precaria, momentánea: si el comienzo de la religión fue panteísta, actualmente estamos a punto de llegar a su objetivo último, es decir, al yoísmo, aunque aún necesitamos de un intermediario, de la Ciencia.
Efectivamente, como Feuerbach bien percibió, el fundamento de la religión es el sentimiento de insuficiencia del ser humano, la infranqueable grieta entre su deseo y su capacidad real. Así, en los primeros pasos que el ser humano dio como humano, para cumplir sus deseos, saciar sus necesidades, conseguir sus aspiraciones, encontró todo un mundo ignoto, incomprensible, cambiante, inestable como su primer obstáculo insuperable. Tal mundo tenía todo el poder, y frente a él ninguno el ser humano, y así comenzó a adorar ese mundo que lo manejaba a su antojo. Fue la Naturaleza su primera diosa, el universo, la religión panteísta. Después vinieron los seres super-humanos, les dioses politeístas con los poderes sobre la naturaleza que los humanos deseaban, quienes vivían en el mundo como los humanos pero tenían poder para crear el mundo, transformarlo, dominarlo. El tercer paso sería la proyección del deseo todopoderoso del ser humano situada fuera de la naturaleza, el dios monoteísta, situado extramuros del mundo, diferente de la naturaleza, supranatural, dueño de todos los dones que el ser humano desearía para sí, para estar en todas partes al mismo tiempo, verlo todo, saberlo todo, capaz incluso de penetrar en los rincones más oscuros de todos los corazones humanos, puro pensamiento, creador de la realidad con el solo pensar.
Pero en todo ese recorrido, el sueño humano ha sido siempre uno y el mismo: poseer para sí las capacidades que proyectaba en seres o no-seres exteriores. La historia humana siempre ha sido una carrera por superar los límites impuestos por la naturaleza, colocándose el ser humano a sí mismo fuera de ésta. Dominado por la Naturaleza en un principio, pero deseando apropiarse de ella siempre. Y para obtener -o creer que podía obtener- lo que el ser humano no podía lograr por su propia capacidad, los dioses han sido sus muletas.
Sin embargo, en Europa -me limitaré a la cultura europea u “occidental”, puesto que la conozco mejor que otras-, la Ilustración trajo el debilitamiento de la creencia en los dioses colocados fuera del ser humano; poco a poco, el pensamiento ilustrado comenzó a acercarse al objetivo que las religiones tuvieron desde sus comienzos. Después de todo, pueden calmar la conciencia el rezar a un dios, pensar que nos escuchará y cumplirá nuestros deseos, creer que nuestra propia vida no tiene un límite físico y que se prolongara más allá de la naturaleza…, pero es mucho más agradable, más satisfactorio, sentir que todo eso podemos conseguirlo nosotres, los seres humanos, sin necesidad de recurrir a fuerza externa alguna. De modo que, en esa senda, el primer paso fue situar todo el poder en un humano colectivo abstracto. Como mencionaba Stirner, si bien todas las vías liberales superaron los dioses naturales o espirituales, sólo lo hicieron para crear nuevos dioses, siendo esos nuevos dioses el Estado, la Sociedad y el Humano. Lo que un solo ser humano no puede, el Humano, el ser humano colectivo abstracto, o la Sociedad, o el Estado, como representante de una supuesta comunidad humana, lo puede. El propio Feuerbach es ejemplo de ello, y así lo expresaba en sus libros. Pues ése era el objetivo de su humanismo: sustituir con la religión del Humano-dios las religiones espirituales en decadencia. Puede verse claramente, por ejemplo, cuando pensamos en la justicia. Si alguien me hace algún daño y yo mismo no puedo hacer nada contra eso, pongo mi fe en una fuerza externa: ya se ocupará el karma y se lo hará pagar; dios todopoderoso le castigará en la otra vida; el Estado le perseguirá, atrapará e impondrá el castigo a quien me ha dañado…
Sin embargo, el propio Estado, por sí solo, no lo puede todo, no puede directamente darnos salud, no puede alejarnos de la enfermedad o de la muerte, no puede transportarnos al mundo que queremos, no puede colocarnos en el momento que deseamos en el lugar que queremos, no puede saber en todo momento lo que todo el mundo piensa, no puede liberarnos a todes de la necesidad de trabajar, no puede quitar el hambre a todo el mundo… Pero, para eso, tenemos una herramienta, que está en manos de los seres humanos y a la cual el Estado debe recurrir constantemente para conseguir nuestro “bienestar” -y sobre todo para cumplir sus propios objetivos-: la Ciencia. Y durante los últimos siglos es en la religión Ciencia en la que se han depositado todas las divino-esperanzas humanas.
Hablando el otro día con una amiga, me decía lo siguiente: según dicen -¿quién dice? los sacerdotes de la Ciencia, claro-, ya ha nacido la primera generación que vivirá 1.000 años. A través de la Ciencia, es decir, a través de la capacidad humana colectiva, puede decirse que nos prometen que estamos a punto de cumplir uno de esos sueños: la vida eterna. O casi. Por primera vez en la historia los seres humanos han comenzado a creer que lo que soñaron a través de todas las religiones, situarse fuera de la naturaleza y por encima de ella, está al alcance de la mano, y en manos de los propios seres humanos además. Si los dioses eran necesarios para crear la vida, ahora lo podrá lograr el ser humano mediante la Ciencia, convertido el humano colectivo en dios.
De modo que, en nuestro pensamiento religioso, no es raro que, en la medida en que sentimos que no tenemos necesidad de la naturaleza, que la hemos superado, que nos hemos liberado de su “tiranía”, se imponga poco a poco la ideología del desprecio a todo lo con ella relacionado. Si podemos crear la vida, ¿para qué necesitamos crear bebés mediante anticuados y tiránicos modos naturales? Por ejemplo.
Pero como decía al comienzo, la necesidad religiosa de cada ser humano va más allá. No es suficiente que el todopoderoso sea el humano colectivo. El verdadero deseo del ser humano es ser él mismo dios, quien no se sujeta a límite alguno, el todopoderoso. Por eso, puede decirse que la religión, pausadamente, está en su devenir en el camino para dar el último paso en esa dirección. Y, precisamente, los anunciadores de ese salto, fueron, Stirner primero, y Nietzsche después. Tras exterminar a todos los dioses, siguiendo la misma necesidad religiosa, subieron al altar a otro dios: el Yo. Después de todo, si Yo pudiera todo, ¿para qué necesitaría intermediarios? No es suficiente superar la naturaleza mediante el ser humano colectivo: por mí mismo debo superar también a los seres humanos, ya que también los seres humanos, como la naturaleza, son un límite, no son Yo, ya que también a mí mismo me veo fuera de los humanos. Con elles sólo me asocio en tanto no tengo suficiente poder personal, y para poder utilizarles para mis divino-metas. Ese deseo, que es el fundamento de toda religión, está lleno de matices en ambos pensadores, pero su ética religiosa se encamina en ese sentido si llevamos la lógica que utilizan a sus últimas consecuencias (en cualquier caso, en ocasiones llegan a decirlo expresamente).Y no es de extrañar el auge que en estos últimos tiempos ha tenido el pensamiento de Stirner y Nietzsche. Ese sueño religioso de superar ese límite, ahora que les super-héroes están de nuevo tan de moda, el deseo de superar une misme todo límite de la naturaleza, se aprecia claramente en nuestro entorno, tal vez incluso más notoriamente que en ningún otro lado en las ideologías revolucionarias. Podemos verlo en el modo de entender el sexo y el género, por ejemplo: actualmente queremos tener el sexo a la carta. La naturaleza es un límite: me ha impuesto un cuerpo, una fisiología y no puedo amoldarla según mis deseos. Hablando hace poco con una amiga, me confesó que siempre ha deseado vivir en el cuerpo de un hombre alguna vez, aunque sea por un día. También he albergado yo el mismo deseo desde pequeño: vivir en el cuerpo de una mujer. No era extraño que con unos cinco años me pusiera los vestidos de mi hermana y le dijera a mi madre que deseaba ser chica, y esa fantasía tomé cuando con unos 20 años escribí un cuento erótico. Conservar todo lo que ahora sé y pienso, pero colocarlo todo en un cuerpo femenino, para vivir por unos días, y si me gusta, quizá, para siempre, como mujer. No poder llevarlo a la práctica era una de las mayores frustraciones de mi amiga. Sin embargo, hoy en día tenemos el dios que puede ayudarnos a cumplir el deseo: podemos rezar a la Ciencia, sabiendo que si tenemos dinero nos escuchará. Y como la religión del Yo aún encuentra un obstáculo principal -por suerte, los seres humanos aún tenemos muchos límites para poder cumplir todos nuestros caprichos en el momento en que nos apetecen-, no nos queda más remedio que recurrir a la diosa Ciencia. Y es que ahí tenemos esa diosa intermediaria para ayudarnos a acomodar nuestro cuerpo a nuestro gusto; si no nos gusta el sexo que la tiránica naturaleza nos ha dado, por ejemplo, para superar ese límite y transformarlo mediante la medicina.
De modo que no es sorprendente que las religiones políticas e ideológicas contemporáneas odien ciertas ramas de la diosa Ciencia -siempre existen contradicciones, incluso en las religiones-. Efectivamente, la Biología se empeña en recordarnos que tenemos límites, condicionantes biológicos, hormonas, ritmos ligados a la naturaleza, ciclos, temperamentos…, y para hacerle frente, para superar los límites de la naturaleza que ella nos recuerda, tenemos las Ciencias Humanas, mucho más adaptables, obedientes, que pueden permitirnos oír lo que deseamos oír, para decirnos que todo es consecuencia de la Cultura, es decir, consecuencia de las decisiones del ser humano colectivo. Y es que, al lado del actual diablo malo Naturaleza -en los mismos tiempos en que algunes están volviendo al viejo panteísmo, puesto que la historia de los humanos siempre tiene al mismo tiempo movimientos en una dirección y en la contraria, incluso a veces ambos en la misma persona-, la Cultura es un diablillo mucho más benigno; después de todo, ella sí, es una creación del humano-dios que deseamos, podemos transformarla mediante los poderes del humano-dios colectivo, y mientras daremos suficiente tiempo a las otras ramas de la religión Ciencia, a las biociencias y biotecnologías, para que den los pasos necesarios para conseguir derrotar totalmente al diablo Naturaleza y atarlo en corto bajo nuestro control.
Sin olvidar, por otro lado, que la diosa Ciencia es una diosa intermediaria. Que debemos echar mano de ella mientras llega la hora del dios Yo.