Desde que en nuestra historia reciente comenzaron a surgir las teorías sociales modernas contrarias a los poderes establecidos ha sido muy común pensar que entre los males debe establecerse una jerarquía. Que es posible primero atacar a un enemigo, tras destruirlo arremeter contra otro y, al final, tal vez, contra el tercero. Así, cuando en el siglo XIX comenzaron a tomar cuerpo las teorías socialistas, para algunas corrientes sería el Capitalismo el mal principal, el primero a ser destruido, y mucho después, quizá, llegaría el momento de destruir también el Estado. El Patriarcado sólo entró en esa ecuación por un rincón, simplificado a binomio lo que debía ser un trinomio inseparable.
Sin embargo, si recurrimos a la historia, veremos que los tres provienen de una misma semilla y que han surgido y se han desarrollado íntimamente ligados en las comunidades humanas. Esa semilla no es otra que la jerarquía, la necesidad de jerarquizar toda la vida, y el sometimiento, la necesidad de someter al entorno, y con él al resto de humanos. En cuanto al orden, la historia no es homogénea. En algunas comunidades humanas surgió el sistema patriarcal mucho antes que el Estado, y en otras, por el contrario, solamente se logró imponer el Patriarcado a través de leyes establecidas por el Estado, con frecuencia pagando caro las mujeres y hombres que se opusieron, tal y como, por ejemplo, han investigado bien estos últimos años Silvia Federici y Prado Esteban. Es decir, en algunas sociedades, inmediatamente comenzado a perfilarse el principio de jerarquía comenzó a situarse a la cabeza a uno de los sexos, el hombre, el padre (desconozco si realmente ha existido el matriarcado, es decir, alguna cultura que siguiendo tal principio de jerarquía haya situado a la cabeza de su comunidad humana a la mujer, a la madre, ya que pienso que cuando se habla de tal cosa, en estos tiempos en que nos han acostumbrado a la verticalidad, se han confundido sociedades horizontales igualitarias con matriarcados), hasta convertirse, primero en costumbre, en ley no escrita después, y en ley escrita finalmente. En otras, en cambio, el principio de jerarquía fue muy débil durante una larguísimo periodo, no se estableció un escalafón entre sexos y pervivió una vida bastante horizontal hasta que un Estado, a través de leyes positivas, repartió las funciones sociales entre los sexos y estableció una graduación entre los mismos sexos, como se ha dicho, la mayoría de las veces, dejando en el camino innumerables mujeres y hombres que se enfrentaron a tales procesos. Así sucedió, por ejemplo, en algunos pueblos americanos, tal y como ha documentado Silvia Federici, o en muchos pueblos de la Península Ibérica, como ha documentado Prado Esteban. Y en el caso europeo, siguiendo a la autora italiana, para establecer el Capitalismo fue imprescindible profundizar permanentemente en la cultura patriarcal y llevarla al extremo en aquellos pueblos que ya la tenían, e imponerla en los pueblos que carecían de dicha cultura, expulsando a las mujeres de numerosos espacios hasta entonces naturales para ellas y, poco a poco, a través de un largo proceso, arrinconándolas en las tareas hogareñas, devaluando actividades sociales que en las sociedades previas poseían enorme valor y alejando a los hombres de ellas de manera forzosa.
En cuanto al Capitalismo, comenzó a difundirse en los Estados europeos, y fueron imprescindibles las leyes positivas de dichos Estados para posibilitarlo. La primera base, leyes que volvieran legítima la conversión de tierras comunales en tierras privadas. Realizadas tales apropiaciones por la fuerza recibir la bendición del Estado, a través de la ley y basándose en la protección armada. De la servidumbre al trabajo asalariado, dos maneras de imponer el sometimiento. Y es que el Capitalismo no puede sobrevivir, y no se habría desarrollado, sin un Estado que le otorgue un marco legal. Necesita de seguridad, de estabilidad. Es decir, de la seguridad y la estabilidad de la clase propietaria. Y eso sólo puede otorgárselo el Estado, una estructura armada organizada. Sin leyes obligadas a cumplir por las armas, les trabajadores no tienen ningún obstáculo para tomar el fruto de su trabajo y darle el uso que estimen oportuno. La desposesión de la mayoría de la población sólo puede lograrse por la violencia, y sólo puede conservarse por una violencia permanente. Y es necesario un bastión que dé legitimidad a esa violencia: el Estado.
Por otro lado, un sistema basado en la división extrema del trabajo y en el movimiento del dinero también necesitaba jerarquizar los trabajos, y en ese camino fue indispensable generalizar, profundizar y llevar al extremo el Patriarcado para poder desarrollar el Capitalismo en ese momento, como apuntábamos antes.
Por su parte, para los Estados actuales el Capitalismo es imprescindible. Sea de libre mercado, sea Capitalismo de estado. Les resulta imprescindible la división entre trabajo y propiedad. Esté el trabajo empleado en empresas que compiten unas con otras, esté empleado en monopolios estatales, no pueden ser dueños de la producción, dueños de su trabajo. Además, el Estado debe extraer plusvalor o, como antes lo definiera Proudhon, excedente del trabajo, a les trabajadores para hacer frente a sus gastos, mantener sus estructuras, y necesita del control sobre toda la clase trabajadora, sobre las tierras, sobre la producción. Se deje en manos de empresas privadas, se gestione a través de empresas públicas, el fruto del trabajo jamás puede pertenecer a la clase trabajadora, a la población.
Así, tenemos una sola bestia, la jerarquía y la dominación formando su cuerpo, el Estado, el Patriarcado y el Capitalismo sus tres cabezas, las tres imprescindibles para su supervivencia.
En tal situación, como decíamos al comienzo, la mayoría escogerá una cabeza, como mucho dos, creyendo que así destruirá a la bestia, a la jerarquía y la dominación -eso dicho sobre quienes actúan de buena fe, ya que entre las intenciones de muches la destrucción de la jerarquía y la domimanción no tiene el menor espacio-. Y para cortar una de esas cabezas, están convencides de que deben fortalecer las otras, creyendo que tales cabezas, surgidas del mismo cuerpo, en lugar de ser complementarias, son rivales, como si la mano izquierda de un ser humano pudiera ser enemiga de su mano derecha.
Viniendo a las filas del anarquismo, en tal situación teníamos a Proudhon. Quien fuera maestro de Marx, Bakunin, Kropotkin y tantes otres, escribió, sin duda, cosas hermosas, y se adelantó a muchos sucesos. Analizó agudamente la sociedad y la economía, y se declaró enemigo de la autoridad. Pero, cayendo en la trampa dialéctica, convencido de que las contradicciones nunca pueden ser totalmente superadas, creyendo que la autoridad permanecería siempre, quiso reservar para ella el lugar más reducido, y abrazó el Patriarcado para que fuera su refugio. Siendo firme reivindicador de la igualdad y la libertad, reservó esa igualdad y esa libertad para la mitad de la población: para los hombres. La autoridad se reduciría al hogar, a la familia. Y tal familia sería patriarcal. Pero, ¿puede surgir una sociedad sin jerarquías si la primera lección para todos los seres humanos que conformaran dicha sociedad ha de ser la jerarquía paterna? ¿Puede construirse una sociedad igualitaria libre estando todos los seres nacidos con un sexo biológico supeditados a los nacidos con otro sexo biológico? ¿Siendo cualquier persona subordinada a otra? Afortunadamente, les anarquistas que lo siguieron, con Bakunin a la cabeza, deploraron el machismo de Proudhon y, aunque no se convirtiera en su principal preocupación, vieron con claridad que no podían destruirse el Estado y el Capitalismo sin destruir con ellos el Patriarcado. Incluso Emma Goldman ensalzaba las contribuciones de Prouhdon pero, por supuesto, sin seguirlo en ese punto. Por suerte, el anarquismo nunca ha tomado la doctrina completa de una persona y no ha solido hacer duelo, en la mayoría de los casos, a la hora de deshacerse de aquello que había que desterrar.
Dejando de momento el Patriarcado a un lado, aunque en un principio Marx tomó de Proudhon la idea de la necesidad de destruir el Estado, a pesar de que fuera situando el momento para su destrucción cada vez más lejos, hoy en día entre la mayoría de les marxistas (y también entre no poques anarquistas) la idea más extendida es que en primer lugar debe destruirse el Capitalismo y, para ello, fortalecer el Estado. Y en esa vía, acostumbran a hacer un llamado a la unidad de fuerzas. También muches anarquistas, como decía, muerden el anzuelo. Debemos permanecer juntes en la lucha, nos dicen. Pero…, ¿juntes en la lucha por fortalecer el Estado? ¿Es un enemigo peor el Capitalismo que el Estado? ¿Es posible el Estado sin Capitalismo? ¿No es el Estado, precisamente, quien una y otra vez ha salvado al Capitalismo? ¿No es el Estado quien ha reavivado al Capitalismo, en los pocos lugares en los que ha simulado destruirlo? ¿No es, como anticipó Bakunin, el Capitalismo de estado, aunque sea disfrazado tras el nombre de dictadura del proletariado, la peor de las tiranías? ¿Dónde tienen les trabajadores las mas reducidas posibilidades de hacer oír su voz, de ser dueñes de su trabajo, sino en las empresas del Estado, en esas que nos dicen que son públicas? ¿Qué capacidad de decisión tiene un funcionario dentro de su puesto de trabajo? ¿Cuál es el mayor succionador de plusvalor, sino el Estado? Con ese plusvalor que nos arrebata el Estado se pagan escuelas, hospitales, servicios…, nos dirán. Sí, pero la mayor parte de los presupuestos del Estado no va a parar ahí, precisamente. La mayor parte del plusvalor que el Estado nos roba a les trabajadores se utiliza para mantener las estructuras del Estado: se paga a legisladores, jueces, policías, militares, funcionaries de instituciones penitenciarias…, a les sirvientes del Estado, justamente. Entregamos plusvalor para construir cárceles, comisarías, juzgados, cuarteles, armamento… Infraestructuras para controlarnos y someternos. Pagamos a quienes nos adoctrinan, a quienes nos dominan de mil maneras. Y el Estado, en contra de lo que se nos suele decir, no ha hecho más que crecer, tanto en épocas socialdemócratas como en neoliberales (al igual que el Capitalismo no ha hecho más que crecer, tanto en épocas socialdemócratas como neoliberales). De modo que, pregunto de nuevo: ¿estamos en una misma lucha si para destruir el Capitalismo debemos fortalecer el Estado?
Por último, también están quienes piensan que la única cabeza a cortar es el Patriarcado -o, como mucho el Patriarcado y el Capitalismo-. Para muches que están -o dicen estar- en contra del Patriarcado la única base de tal Patriarcado es situar al hombre a la cabeza de la sociedad. Tal es la única desigualdad que les preocupa. Para muches, la jerarquía misma, la dominación misma, no es mala, sino necesaria. Y así, no poques en las filas del feminismo, ven la necesidad de fortalecer el Estado, en la mayoría de los casos, y el Capitalismo, en muchos otros, para hacer desaparecer el Patriarcado. Si el Patriarcado actual se impuso a través de leyes positivas del Estado -bueno, la mayoría de quienes tienen esta forma de pensar difícilmente aceptarán que el Patriarcado es una forma de opresión establecida por leyes positivas-, harán falta más leyes positivas para hacerlo desaparecer, según parece. Si el Patriarcado asignó unas cualidades a las mujeres, y otras a los hombres, seguramente las cualidades asignadas a los hombres son deseables, por eso es que los hombres se las han reservado, y en la búsqueda de la igualdad tendremos que extender también a las mujeres esas cualidades que el Patriarcado les asignó a ellos. Si los “dones” que se tomaron como modelo para el hombre son la competitividad, el deseo de “éxito”, el deseo de poder, la disposición a hacer uso de la violencia, la alabanza de la jerarquía, el preocuparse sólo de une misme, la no disposición a hacer nada gratis y al apoyo mutuo, tomemos dichos “dones” y extendámoslos a la sociedad toda. Si el Patriarcado, a través de las leyes positivas del Estado, obligó a los hombres a ganar un sueldo, si a través de dicho sueldo le concedió un poder sobre la mujer, alabemos las empresas capitalistas, fortalezcamos el Capitalismo, y convirtamos todas las relaciones humanas en algo sujeto a compra-venta. Liberémonos a través del salario. Consigamos la igualdad de género en los puestos de trabajo, en los directorios de las empresas capitalistas, en todos los niveles de poder… Fortalezcamos el Estado, el Capitalismo, el principio de jerarquía, el sometimiento, promovamos la desigualdad de clases, siempre que tanto en la cúpula como en la base exista igualdad entre hombres y mujeres, impulsemos la represión, construyamos más cárceles para garantizar la seguridad… y, al parecer, después de hacer todo eso el Patriarcado habrá sido vencido. Y, por supuesto, en ese camino, también se nos pide que nos sumemos a quienes, además de ser opuestes al Patriarcado, también lo somos al Estado y al Capitalismo. Cosas así se sugieren incluso en algunas filas anarcofeministas, y es que aún recuerdo la conclusión que sacaba una organización de ese tipo, después de realizar un análisis interesante y profundo: “Entonces, los diferentes intereses de clase pueden a veces poner obstáculos a la unidad feminista en un nivel práctico. Es de todas maneras mucho más importante para los anarquistas acentuar la conexión con el más amplio movimiento feminista que enfatizar las diferencias. Después de todo, las clases dominantes están en minoría y la vasta mayoría de las mujeres en la sociedad comparten un interés común en ganar la igualdad económica con el hombre”. Es decir, que sí, que para vencer al Patriarcado puede dejarse para otro momento la lucha por destruir el Estado y el Capitalismo y que se puede caminar de la mano de movimientos que fortalecen ambos.
Después de todo, somos quienes para matar a la bestia queremos cortar las tres cabezas, el Patriarcado, el Estado y el Capitalismo, quienes debemos sacrificar algo, quienes debemos ayudar a lograr sus fines a quienes no comparten los nuestros, quienes debemos trabajar por fortalecer a quienes en el futuro serán nuestro enemigo… Pues a mí no me pidas colaboración para fortalecer ni el Patriarcado, ni el Estado, ni el Capitalismo. Lo que tan bien entiendes cuando decido no unirme a esa aberración que es el anarcocapitalismo entiéndelo cuando decido no unirme con esos otros. Y es que así es, he dejado fuera de mi análisis ese oximoron, el anarcocapitalismo, es decir, ese movimiento incomprensible pero cada vez más difundido que dice pretender hacer desaparecer el Estado para fortalecer el Capitalismo (no sé si quiero saber qué dicen del Patriarcado), porque estoy seguro de que se entenderá sin grandes explicaciones que quien quiere cortar las tres cabezas, el Patriarcado, el Estado y el Capitalismo, difícilmente va a unirse con nadie que rinda culto al Capital. ¿Tan difícil será entender la misma lógica en los otros casos? De esos tres males, difícilmente puedo decir cuál es el menor, porque difícilmente puede entenderse alguno de ellos si no es unido al resto.