Hace dos años, en 2017, la editorial LOM publicaba en Chile La mentira en la sangre, traducción de mi novela en euskera Gezurra odoletan publicada en el País Vasco en 2011 por Txalaparta. En ella, entre otros personajes, un fiscal de Temuco, Omar Moya, y su ayudante, Sergio Mérida, movían los hilos en las sombras para, con la colaboración de los recursos técnicos y humanos de Sipolcar y Labocar, como el agente de inteligencia Maco Garete, utilizando, bajo veladas amenazas, a un testigo protegido infiltrado en un pequeño colectivo anarquista y en otro grupo mapuche, obtener de él las acciones necesarias para actuar contra personajes incómodos para los intereses del Estado. Parecía un exceso de imaginación que un fiscal pudiera jugarse su suculento sueldo ordenando y encubriendo acciones como la colocación de artefactos explosivos o el ataque a trabajadores contratados por los latifundistas dueños del país a través de la explotación de las tierras arrancadas a sus legítimos pobladores. Por supuesto, solo era ficción. Qué sabía yo, si después de todo solo me había tocado vivir un allanamiento orquestado por los fiscales Sergio Moya y Omar Mérida, quienes dirigieron una operación en la que, tras un supuesto intento fallido de bomba contra la Seremi de Justicia de Temuco apenas cinco horas antes de irrumpir en mi hogar, basándose en un alucinante informe del agente Sipolcar Patricio Marín Lazo, Labocar colocara pruebas falsas en mi dormitorio, mientras el agente también de Sipolcar Marco Gaete me negaba la posibilidad de ser testigo de las acciones dirigidas por el teniente Héctor Carrasco y me hacía firmar un acta de incautación en blanco.
Ahora, transcurridos más de nueve años desde que me tocara ser encarcelado y condenado por la tenencia de aquellos objetos que los agentes a cargo del fiscal Omar Mérida colocaran en mi casa, cómo son las cosas, parece que la realidad da caza a mis “ficciones”. Tenemos a un fiscal, Sergio Moya, acusado de realizar montajes y entorpecer investigaciones, a varios agentes de Carabineros, de esos que se hicieron inevitables conocidos míos en contra de mi voluntad, procesados por los mismos motivos, y lo que más exageradamente ficticio parecía en mi libro, acaba de ser narrado por una testigo protegida: la colocación de una bomba en Santiago a las órdenes de Omar Mérida, siempre bajo la amenaza de retirarle la protección. Y pareciera que Chile, el Chile bienpensante, y esa prensa tan amante de la verdad, no dan crédito. Cómo pueden descarriarse de esa manera tan buenos servidores del Estado…
Lo cierto es que el más mínimo periodismo de investigación podía hace ya 6 años, allá por 2013, haber sentido curiosidad por la obra autobiográfica de una de las víctimas de este prolijo equipo experto en montajes, ya que ese año Quimantú publicaba en Chile mi obra Los buenos no usan paraguas. Desmontando un montaje, desnudando al Estado, en la que daba detallada cuenta, también documental, del modus operandi de esta grupo bien coordinado y, hasta ahora, eficaz. De haberse interesado alguien por ella se hubiera adelantado en varios años a esta operación Huracán y hubiera encontrado material más que suficiente para conocer de primera mano los protocolos, trucos y mentiras con que estos grandes profesionales llevan años encarcelando a aquellas personas que por un motivo u otro resultan incómodas para los intereses de sus jefes. Porque espero que no serán tan naïf como para pensar que estas personas ahora en entredicho se mandan solas. Los motivos por los que alguien ha decidido que han dejado de ser eficientes y necesarios se me escapan, pero no me cabe duda de que ya habrán sido escogidos unos sucesores a la altura de las necesidades actuales, dispuestos a dar tanto o más que sus predecesores por la causa de la “defensa de la democracia”. Pero claro, ya sabemos que los límites de todo periodismo de investigación son aquellos que marcan los intereses de Estado, y que sobrepasarlos es jugarse, como mínimo, la carrera.
Ahora que saltan estos hechos a la luz y que desde las cloacas el hedor decide asomarse a la superficie, pueden leer a la luz de los hechos mi novela, pero teniendo siempre presente que, por supuesto, solo es ficción.