Este fue el primer poema tras siete años sin escribir poesía. Puede decirse que abrió la puerta a mi segunda racha poética, no especialmente prolífica. Este poema, dentro de una iniciativa peculiar de EIE, también fue incluido en el disco-libro Atera dena, creado junto algunes adorables escritores, junto con otro poema que Asier Serrano convirtió en canción y un pequeño cuento, y, por tanto, me tocó recitarlo en Donostia bajo el refugio de la música creada por Asier Serrano, Borja Estankona y Antxon Sarasua. Como tantos otros poemas y como es habitual en mi literatura, surgió de la ironía. En aquellos tiempos un escritor hacia quien siento gran admiración puso sobre la mesa la idea de Euskal Hiria. El escritor sí, pero su idea no me gustó nada, y menos aún ver cómo en poco tiempo otro escritor que llegaba deseoso de ser su mímesis o su sombra, y algunos más junto a él, hacían suya y reivindicaban la idea de esa Euskal Hiria, pues si lo decía el maestro, debía tratarse de una idea maravillosa. Sin embargo, tuve desde niño la manía de mantener el ojo atento para darme cuenta de que hasta los mejores maestros podían patinar, y, anticipando lo que mucho más tarde leyera a Bakunin, hice mía la filosofía de no seguir a nadie. Hace mucho que disfruto de la alegre libertad de tomar lo que me gusta de quien me aparece en el camino, y rechazar todo lo demás. Ahora, trece años después, lo leo de nuevo y hago totalmente mía la ciudad que esbocé en este poema, así como su desprecio. Incluso más que entonces, tal vez. Afortunadamente, hace mucho que se olvidó el concepto de Euskal Hiria, cuando en este puto pueblo falta poco para que nuestras autoridades (pues mucha gente aún cree que no puede vivirse sin autoridad, aunque en mi opinión la terca realidad nos muestre lo contrario), esas que creyéndolo cosmopolitismo han elegido el cosmopaletismo (con todo respeto a los genuinos paletos), conviertan todo nuestro mapa en una gigantesca ciudad gris y transformen en pesadilla común los sueños de cierta época de algunos. La ironía es uno de los últimos refugios de les vencides…
Quiero Euskal Hiria
Sueño con Euskal Hiria.
Te lo escuché una vez, frente a un caserío.
Yo también
deseo Euskal Hiria.
Una Euskal Hiria grande, ciudad abierta.
En Euskal Hiria nadie te achaca el anonimato.
Gris, pardo, no hay otro color,
una única piel.
No hace falta hogar, sin miedo a la oscuridad,
mil estrellas de plástico
te hacen dueño de la noche.
En Euskal Hiria una cama
en cada acera, callejón, basurero,
debajo de cada puente;
una manta
en cada cartón, periódico,
en cada desperdicio.
En Euskal Hiria no hay pasado,
a quién le importa tu futuro.
No hay murmullos,
para husmear tienes el programa de la tele.
Sueño con esa Euskal Hiria,
pues si ha de ser vasca
mi sonrisa será
caballo, ajo,
polvo de la risa.
También las putas comerán en euskera
mi soledad,
llena su boca
de lenguaje universal.
En Euskal Hiria aprenderé
a evitar esas calles ordinarias,
a proteger mi felicidad
en ese otro vestido brillante de la ciudad.
En Euskal Hiria los pies
jamás se cansan,
los deseos tienen ruedas,
enloquecen en las tiendas-ciudades.
También yo sueño
con los árboles urbanos;
con los brillos de ramas que
ofrecen aliento a medida,
alejan las aves con sonido de hierro,
nos protegen de sus pequeños excrementos
en este excremento gigante.
Abriendo el corazón a Euskal Hiria
se lo he cerrado al pueblo.(12-1-2005)