A veces uno tiene la sensación de vivir en un bucle continuo, de estar girando eternamente en círculo sin poder llegar al ansiado centro. Así me parece a veces que vive el movimiento anarquista, enquistado en posturas que se culpan mutuamente de no ir en la dirección correcta. En ese estado de cosas parece que, sobre el análisis conjunto de la realidad contemporánea, prevalece la lucha de trincheras para no moverse ni un milímetro en ninguna dirección. Cada uno toma su bandera y decide agitarla como dogma del cual dependiera su propia existencia. Quizá es una impresión exagerada o hecha desde el desconocimiento, ya que, afortunadamente, existen muchos movimientos, tal vez pequeños, imperceptibles, que avanzan en la transformación práctica de la sociedad sin detenerse en esas discusiones de los “grandes” grupos.
Pero hoy me llevaba una agradable sorpresa al leer el libro Anatol Gorelik. El anarquismo y la revolución rusa. En el se transcribe, entre otros textos de Gorelik, la Primera Conferencia de las organizaciones anarquistas de Ucrania Nabat. En plena revolución rusa, conscientes de la manipulación ya obvia de los bolcheviques sobre una revolución que el pueblo, sin dirigentes, de forma instintiva y espontánea, encaminaba hacia la abolición definitiva del Estado según bases anárquicas, los anarquistas ucranianos fueron capaces de adaptar sus ideas y sus posturas a la realidad de su momento y, en una conferencia ejemplar, reunir todas las ópticas del anarquismo y acordar unánimemente entre todas un análisis, una estrategia y unos fines, de forma generosa y flexible, sin imposiciones para nadie, sin claudicaciones, discutiendo sin reservas y sin acusaciones mutuas hasta verificar que en el anarquismo todas las etiquetas adicionales son una división artificial y que realmente solo existe una cosa: anarquismo. Es decir, que hace casi un siglo, los anarquistas ucranianos fueron capaces de lograr lo que aún en el s. XXI nos parece imposible: unir todas las corrientes anarquistas en un frente común aceptando las verdades de cada corriente sin censuras ni imposiciones, adaptándose a lo que en ese momento histórico la realidad de su pueblo pedía. Una pena que ese ejemplo no llegara al puerto deseado: extender esa unión a todo el anarquismo ruso y, más adelante, al anarquismo internacional. Por desgracia, el curso de la revolución, monopolizada por el bolchevismo autoritario y contrario a cualquier revolución social, defensor únicamente de la revolución política que diera el triunfo a su partido, y no al pueblo, puso al anarquismo bajo llave y el movimiento libertario no tuvo la fuerza internacional para enfrentar las difamaciones hechas por los aparatos de poder partidista, condenando así la aspiración de liberación real y total de Nabat y otros movimientos anarquistas, así como las de la propia masa obrera y campesina.
Pero mejor que explicar yo esta puesta en común de tendencias, pienso que es copiar aquí algunos de los bellos párrafos de esa conferencia, y que cada cual piense si ese espíritu es útil a nuestros tiempos y adaptable a una realidad hoy tan distinta de la de aquella malograda revolución.
Todos los asuntos indicados fueron considerados de la manera más acabada. Todas las resoluciones tomadas lo fueron por unanimidad. Fue creada en la Conferencia la Confederación de las Organizaciones Anarquistas de Ucrania, Nabat, eligiéndose el secretariado de la Confederación, compuesto por seis compañeros. El punto preponderante del orden del día y que más preocupó a la Conferencia fue el problema sobre la obra de los anarquistas en conjunto. Todos los delegados presentes comprendían la necesidad de la unión. Pero nadie de ellos quería llegar a la unificación por el camino del silenciamiento de los problemas fundamentales o mediante compromisos en el terre no de los principios. Todos reconocían que la unión obtenida a este precio sería sumamente inestable, que resultaría pompa de jabón, castillo de naipes, que se derrumbaría al menor soplo de la realidad. De ahí que la Conferencia no tratase de suavizar las divergencias, de no ahogarlas; por el contrario, las descubría, las discutía minuciosamente, deshaciéndolas hasta los menores detalles. Y solamente después de que en las cuestiones teóricas abstractas generales fue introducido un contenido vivo y real, quedó en claro que las divergencias que hasta ahora separaban a los anarquistas no existen más que en su imaginación, pero en manera alguna en la realidad. Los problemas irresolubles resultaron ser molinos de viento, para abatir a los cuales gastaron los anarquistas exceso de fuerza, de energía y
de tiempo. La Conferencia reconoció la posibilidad y necesidad de la unión y adoptó por unanimidad la declaración que esboza el tipo del anarquismo único.
La unificación de los anarquistas que trabajan en Ucrania se realizó con suma facilidad, porque el trabajo vivo en el país reclamaba imperiosamente esta unión. Sabemos de antemano que parte de los compañeros consideran el hecho realizado de la unificación muy negativamente. Pero esto no nos confunde en lo más mínimo, porque sabemos también que estos compañeros están apartados de la realidad. Lejos del contacto con la vida, se queman ellos en su propio fuego, enredándose inútilmente en construcciones filosóficas caducas. Apreciando más la frase y la fórmula que el contenido y el fondo, y condenados por ende a vagar en el círculo encantado, han muerto sin espe ranza para el movimiento anarquista. Pero todos los compañeros que con seriedad se dedican al problema de la participación de los anarquistas en la revolución pueden únicamente saludar con júbilo la cancelación definitiva del problema del trabajo en conjunto; resolución que encontró su expresión en la declaración de la Conferencia, y que abre de esta manera una nueva era en el movimiento anarquista.
Por lo pronto no se ha conseguido la unión más que para el movimiento anarquista en Ucrania. Pero la Conferencia no se limitó sólo a esto. El secretariado de la Confederación quedó encargado de iniciar los trabajos para la unificación del movimiento anarquista en toda Rusia y después en el mundo entero. La creación de un movimiento anarquista internacional único, he ahí el problema vital, para la realización del cual dio el primer paso la primera Conferencia de las organizaciones
anarquistas de Ucrania. Y todo compañero serio, sincero y leal, no puede menos que desear que los pasos sucesivos en esta dirección tengan tanto éxito como el primero, y que los anarquistas unidos de todo el mundo puedan hacer lo que les sea posible, para el triunfo de la revolución social a desencadenarse, la cual, con la creación de un nuevo mundo de justicia, destruirá el viejo mundo de opresión y violencia. (p. 65, 66)
¿En base a qué se llegó a esa unidad entre anarcocomunistas, anarcosindicalistas y anarcoindividualistas? En base a los propios postulados, estrategias y fines de todos ellos, que en realidad, fuera de sus vestimentas aparentes, son parte de una misma cosa, como ellos mismos llegaron a constatar de la siguiente manera:
Pues, siendo anarcocomunista por su contenido, deberá ser, como hemos visto, la revolución social, por el principio de organización que germina dentro de ella, eminentemente “sindicalista” (partiendo del principio de la organización de las masas) por su método de organización. Únicamente la masa organizada, mediante la creación, afianzamiento y conjunción de sus organizaciones de clase es capaz de resolver el gran problema creador de la revolución social, la construcción de la comuna anarquista.
Precisamente como método de organización es como hay que interpretar la palabra sindicalismo, del anarcosindicalismo ruso, y reconocer que sin la acción conjunta de las organizacio nes de las masas (las cuales, durante la revolución social, se convertirán inevitablemente en revolucionarias), es imposible resolver el problema de la revolución social, es imposible socializar, organizar y asegurar el nuevo aparato económico.
El reconocimiento de esta particularidad es la segunda condición de la posibilidad del trabajo de los anarquistas en conjunto.
[Observemos, de paso, que todo lo expuesto antes permite afirmar con fuerza otras dos posturas, reconocidas hace tiempo por todos los pensadores anarquistas:
1) La revolución social y la construcción de la comuna anarquista son un trabajo organizacional y creador, y en una gran medida constructivo, y no un proceso espontáneo insurreccional.
2) La revolución social no podrá ser llevada a cabo sino por las masas trabajadoras y no por anarquistas (o partidos). El reconocimiento de estas posturas permitirá también un acercamiento de todos los anarquistas].
Por fin, es indispensable prestar una gran atención a la siguiente condición, el “yo” individual nunca podrá florecer en el marco de un proceso únicamente material. La revolución social en sí, como proceso liberador de la vida social de todo lo que obstaculiza su camino y como transformación en unión de comunas libertarias, dará un estímulo poderoso al espíritu de liberación y desarrollo de cada personalidad. La individualidad libre, viviente y creadora, aparecerá y empezará distintamente a plantear sus peticiones, sus intereses y sus aspiraciones. Cada individuo se convencerá enseguida del objetivo prioritario a seguir: la participación activa en la edificación de la nueva sociedad, para orientarla hacia las posibilidades individuales más grandes, para incorporarle la libertad bajo todos sus aspectos; para conseguir de la sociedad que respete cada vez más el tesoro que representa el desarrollo amplio, libre y creador de cada individuo. Y conforme satisfagan las condiciones materiales a todos los miembros de la sociedad, habrá por otra parte la respuesta a todas las necesidades individuales, y por otra (para todos de modo igual) la liberación individual será cada vez más exigida, como meta. Su libre desarrollo es, en efecto, el sentido real de cualquier proceso de la organización social (y su misma existencia).
Sobre la base de todo lo expuesto anteriormente, llegamos a la conclusión de que para el anarquista no hay razón alguna para descartar, en teoría o provisionalmente, el individualismo del comunismo, o el comunismo del sindicalismo. Estimamos que es hora, en definitiva, para todos los verdaderos anarquistas de aceptar y reconocer esta orientación, verdad completamente acabada.
Estos tres elementos (el sindicalismo, el comunismo y el individualismo) son tres aspectos de un único y mismo proceso: la construcción, por el método de la organización de clase de los trabajadores (el sindicalismo), de la sociedad anarcocomunista, que no es más que la base material necesaria a la plenitud completa del individuo libre. Estos tres elementos coinciden cronológicamente, y se manifiestan con fuerza desde el inicio de la revolución social.
A esta triple orientación, cualquier anarquista debe estar siempre él mismo preparado en todas las fases, y preparar a los demás.
Por eso afirmamos que el tipo de anarquista, real, completo y fuerte no debe ser ni particularmente “sindicalista”, ni precisamente “comunista” o específicamente “individualista”. Tiene que ser los tres a la vez. Tiene que ser simple y solamente anarquista. Debe jugar con todos los rayos que representa el sol de la anarquía. Debe crear y actuar con estos tres elementos del anarquismo completo. Debe ser anarcocomunista, aceptando el anarcocomunismo como inmediato, sin ninguna “etapa transitoria”, como base material organizacional de la nueva sociedad que se construye con el proceso de la revolución social. Y debe ser anarcosindicalista, en el sentido de la aceptación de la organización sin partidos de las masas, porque es la palanca de la edificación de la revolución social. Y debe ser anarcoindividualista, reconociendo que sólo el interés del desarrollo espiritual completo de la individualidad libre justifica este proceso material.
Pensamos que así, hasta los representantes de ciertas categorías del anarcoindividualismo (sino todas) hallaron su lugar en los rangos de los trabajadores anarquistas.
La revolución social puede suceder o no. Pero si ocurre efectivamente, no plantea ninguna duda para nosotros que será anarcocomunista por su forma organizacional, sindicalista por el método e individualista en sus aspiraciones espirituales. Por ello los anarquistas –que son los apóstoles y los iniciadores de la revolución– se esfuerzan desde hace mucho, en lugar de un inútil distanciamiento recíproco sobre profundas razones, en encontrar un lenguaje común, darse la mano y unirse por un trabajo colectivo a partir de una plataforma de anarquismo único y completo.
(Adoptado por unanimidad.) (p. 72-75)
Es interesante, así mismo, el análisis previo, el axioma que establecen para llegar a esa unidad. Se trata del supuesto “régimen transitorio” que otras corrientes socialistas dicen necesario antes de llegar a un fin al que sinceramente no aspiran: la abolición del Estado. Esto es lo que aquella Conferencia concluyo sobre ese “régimen transitorio” con el que se engañó a la masa social que en aquel momento aspiraba mayoritariamente a esa abolición estatal:
Resumiendo: el mismo proceso de la revolución social –destructivo, por cuanto destruye las viejas y mentirosas formas de organización–, aparece, en su parte creadora, desde un principio, anarcocomunista por su contenido, no pudiendo ser de otra manera. La revolución social es ya de por sí el proceso de construcción de la comuna anarquista. Su principio es el principio de esta construcción, el principio de la formación de la comuna anarquista.
La conclusión que sacamos es clara: no cabe discusión alguna sobre “período transitorio” alguno entre el “capitalismo destruido” y el “régimen anarquista”. En realidad no hay tal período transitorio. No bien empezamos a representarnos la construcción de la comuna anarquista, cuando ante nosotros se levanta el lado creador de la misma revolución social, no habiendo dónde meter esta pretendida época intermedia entre el final de la revolución social y el principio del régimen anarquista. El paso desde el momento del derrumbamiento del régimen capitalista burgués al comunismo anárquico no es el “estado transitorio”, sino el principio inmediato de la construcción de la misma comuna anarquista. El dominio temporal del partido político no puede en manera alguna considerarse “estado transitorio” y entra correlativamente en el trabajo de los anarquistas. Esto no es aún la revolución social.
En realidad es continuación y remate de la revolución política, la cual, o hará sucumbir toda la revolución, o será desechada y suplantada por la revolución social. La tempestad aún no amaina. Tranquilidad no hay, no pudiéndose hablar de ningún período transitorio. Si el bolchevismo sale vencedor en la lucha, se iniciará pronto la revolución social (o sea, la anarquista comunista), la impotencia creadora del bolcheviquismo (del partido) hará que las masas lo abandonen. La actividad propia creadora de las masas que prosiguen la revolución integral las sacará del camino amplio de la construcción anarquista comunista. [Por supuesto aquí aparece un error. El texto ruso es “La actividad creadora continua de las masas, sin dañar a la revolución, las conducirá por la amplia vía de edificación del anarcocomunismo”.]
La revolución social puede no realizarse. Pero en la revolución social (dado el caso que se produzca) no hay lugar para el “período transitorio”.
La adaptación de este axioma es la primera condición indispensable para que las corrientes anarquistas antagónicas puedan, al fin, darse la mano y laborar en conjunto. (p. 71, 72)
No parece un mal documento para una base común, aunque la realidad actual sea bien distinta y parezcamos muy lejanos a cualquier signo de revolución social. Al menos, podría adoptarse el mismo espíritu generoso y antidogmático que mostraron los anarquistas ucranianos para dejar de girar en círculo sin acercarnos ni un milímetro al ansiado centro.
(2009-10-4, La Idea)