Desde muy pequeño me di cuenta de que mi forma de amar no encajaba con lo que el entorno esperaba y dictaba. Éramos adolescentes, hablábamos mucho de sexo y, siendo vascos en los años 80, todo se limitaba usar la boca. Conocimos nuevas palabras que superaban nuestro sexo oral; felatio y cunnilingus, entre otras. Y la masturbación era tema diario de conversación. Masculina, la femenina era un misterio; según todas las apariencias, incluso para las propias chicas. A menudo preguntábamos a nuestras compañeras de clase obligadas a usar faldas, incluso cuando la uniformidad obligatorio terminó y sus piernas comenzaron a aparecer dentro de pantalones, y siempre recibíamos una respuesta obstinada: las chicas no nos masturbamos, no acariciamos nuestro juguete, esa es vuestra obsesión, tíos… Punto G, orgasmo femenino… Leyendas escuchadas por ahí. Rumores. Nunca creímos del todo la respuesta, pero nunca obtuvimos evidencia empírica de lo contrario. A esa edad y la mayoría de nosotros, se entiende. Para otros, chicos y chicas, ese mundo prohibido del sexo siempre estuvo abierto.
Incluso en nuestra Sexual Herria reprimida.
Pero no nos dimos por vencidos, y en nuestra escuela mixta, con nuestras hormonas desatadas y nuestros renacuajos condenados a desperdiciarse en kilos de papel higiénico, el sexo oral continuaba su marcha. ¿Brisa o huracán? Preguntas retóricas. Y otra pregunta que aparecía a menudo en ese tipo de juegos: ¿qué harías si descubrieras que tu novia/novio se está tirando a otra persona? Lo nuestro era una especulación filosófica, no había novias/novios reales, ni polvos ni mucho menos un tercero que pudiera poner en peligro ese milagro. Pero imaginábamos, sí, pues nuestra imaginación era más viva que nuestros propios genitales -cuáanta energía creativa secándose entre libros; cuánta selva devastada-… Osea, a ver si éramos celosos. La mayoría de las respuestas solían ser similares, pero aquí es donde empezó a aparecer el marciano poliamoroso. La palabra poliamor no aparecía en ningún diccionario de aquella época. Monogamia o muerte. El amor libre había sido solo un experimento hippie, fallido y enterrado hacçía mucho tiempo. Y cuando ligar con una chica/chico parecía más lejano que terminar con éxito todo el camino hacia la selectividad, siendo la monogamia misma pura especulación, ¿cómo podríamos pensar en nada que pusiera en peligro esa relación imaginaria idealizada? Dame monogamia primero -o simplemente otra lengua que esté dispuesta a jugar con la mía- y deja las fantasías. Aunque eso no nos impidía decir tonterías sobre orgías. ¿Quién ha conseguido tocar una teta con el permiso de la dueña de esa teta? Lejos quedaba el lema ‘no es no’. Porque los obstáculos para que manos ajenas se acercaran a nuestro pene no provinían de que nosotros no diéramos permiso. Todos estábamos ansiosos por sentir una mano que no fuera la nuestra acercándose a nuestro pequeño amigo. Esas fantasías nos abrazaban en nuestros esfuerzos por silenciar nuestras santáguedas nocturnas.
Y he ahí al marciano: no veo ningún problema si mi (hipotética, muy hipotética) novia, cuando no esté conmigo, quiere divertirse con otra persona (chico o chica). Ojos de búho a mi alrededor. Incrédulos ojos de búho. En teoría, querrás decir. En otras palabras, no te importa si tu novia se tira a otra persona. Teóricamente no. ¿Qué tiene de malo? Si no está conmigo… ¿Y si quiere ir al cine o bailar con otro amigo? ¿Qué tiene de malo? Quiere sentirse bien y se siente bien con la persona que tiene al lado. ¿Amar no es querer la felicidad de quien amas? Pregunta demasiado ingenua, al parecer. Y si en ese momento su felicidad es divertirse con la persona que tiene al lado qué quieres, ¿frustrarlo? ¿Qué daño te va a hacer? ¡Sí, pero follando, no bailando! ¿Y? ¿Qué te importa cómo elige divertirse con otra persona? Bien, pongamos, marciano, pongamos que no te importa y estás feliz de que esté tirándose a otra persona. ¿Y si se enamora? Te hemos pillado, no eres marciano… Pero el marciano a lo suyo: si me ama, ¿por qué no va a amar a otra persona? Podemos amar a más de una persona, cada una de una manera, ¿no? ¿No me amará más si respeto sus sentimientos, si no los fuerzo? Si el amor de otra persona aumenta su felicidad, ¿no querré yo esa felicidad para la novia que amo? El marciano ni siquiera imaginaba la palabra poliamor, pero se sintía un poco solo en el mundo de ese hipotético, teórico y especulativo sexo.
Y cuando llegaron las oportunidades, por supuesto, aceptó la monogamia.
Porque la monogamia se acepta.
Curiosa monogamia -aceptando ser novio de una chica que tenía otro novio, por ejemplo, permitiéndose sin complejos morreos de una noche de con chicas que aparecían en el camino; siempre dentro de los límites acordados-.
A una relación monógama siguió otra, y a esa otra más; los límites de una eran más amplios, los de la otra más estrechos, aceptados como llegaron, acordados, y a una de estas el marciano se encontró dueño de su tiempo para estar solo y consigo mismo. Una lección había aprendido: no estoy hecho para la monogamia. Nací para ser libre. Años para conocerme a mí mismo, para perder el miedo a estar conmigo mismo, para escuchar el silencio, para poner las piezas en orden. Pero con una base establecida: sé qué tipo de amor no quiero en mi vida. Aunque siga amando a todas las chicas que alguna vez he amado. Y aunque esté agradecida a todas ellas. No acertamos. La forma de amar del marciano nunca habría satisfecho las necesidades amorosas de una terrícola. Ni las costumbres de las terrícolas las necesidades del marciano. Quizás no hubiera más marcianos en el planeta Tierra. Menos aún después de regresar a la reprimida Sexual Herria. Sin embargo, mejor solo y bien que en una prisión construida con palabras de amor.
En un momento, sin embargo, visitó a una vieja amiga, nuevamente lejos de Sexual Herria, en Buenos Aires, y esa alma libre le susurró un término que nunca antes había escuchado: anarquía relacional. Para entonces el marciano ya había oído la palabra poliamor; estaba muy de moda en algunos ambientes. Y también había sabido de experimentos que terminaron en terribles fracasos. Había leído el libro El amor libre. Le parecían experiencias hermosas, pero demasiado artificiales y dudosas. Le pasaba lo mismo con la gente que le hablaba de poliamor: el último grito para blanquear la promiscuidad superficial y la irresponsabilidad en la mayoría de los casos. La última moda. Otra teoría posmoderna que llenaría los rincones de cadáveres afectivos. En la anarquía relacional, sin embargo, vio sentido desde el primer momento. No le preguntó a su amiga en qué consistía. La anarquía misma no la había encontrado en los libros cuando el marciano era un adolescente. Dio su propio significado a ese término con la misma libertad con la que construyó su teoría ateórica de la anarquía. Anarquía relacional. Anarquía en las relaciones. Tenía sentido, porque en la misma época en que se dio cuenta de que era anarquista, se dio cuenta de que el amor necesitaba ser tan libre como todas las demás esferas humanas para merecer ser llamado amor. Y así, inmediatamente se le ocurrió cuál, a su juicio, era la base de la anarquía relacional. La de la anarquía misma -o la del significado que le dio a la anarquía-: libertad, igualdad, responsabilidad y respeto. Relación de ida y vuelta. Recibe y da, da y recibe. Lo que funciona para mí funciona para ti; lo que funciona para mí funciona para todos los que entran en contacto conmigo. Asumo la responsabilidad de las relaciones que construyo, en la medida que me corresponde; nada máspero tampoco nada menos. La libertad que me permito se la permito a las personas que amo. Igualdad, horizontalidad entre dos, tres, cuatro, cinco… Y respeto: las acepto tal como son, no para que se parezcan más a mí ni para encajarlas en mi molde, sino para que se parezcan más a sí mismas, para que cada una construya su propio molde. Yo más yo, tú más tú.
Algunas de estas ideas vendrían más tarde. Aún no era más que el camino para comprenderme mejor a mí mismo, mi forma de amar, mis errores del pasado. Camino teórico. Que quizás nunca conocería la práctica.
Pero, en otro momento -y van ya al menos tres-, mientras las piezas del marciano se iban juntando, sin prisas y con la ayuda de gente bella durante en algunos momentos, otra marciana apareció en el camino. Los marcianos se conocían de antes, sin saber que ambos habían caído del mismo planeta. Sin embargo, el covid-fascismo no había puesto las cosas fáciles al amor en aquel momento. No al terrícola, menos aún al llegado de otros planetas -aunque la antropología se empeñe en mostrar lo contrario; es decir, que el amor monógamo tiene la historia más corta y la extensión más reducida entre los terrícolas, pero estando la imagen que los terrícolas construyeron de sí mismos en manos de los occidentales…-. Y cuando la avalancha enemiga de las relaciones humanas amainó, he ahí que los marcianos se volvieron a encontrar y, casi sin saber cómo, se reconocieron. Una usó la palabra poliamor, el otro anarquía relacional. Y en euskera. ¡En la reprimida Sexual Herria había otra marciana que hablaba el mismo idioma! ¡Que sabía incluso follar en euskera!
Sí, las últimas teorías tal vez dicen la verdad: el euskera es una lengua que vino de otro planeta y relativamente tarde. Creada de la nada. Inventada, tal vez. Pregunta en ETB y la UPV. Ellos saben más sobre los asuntos de los terrícolas…
Desde entonces, este marciano ha tenido la oportunidad de comprobar que lo que olfateaba cuando tenía quince años no solo es posible, sino increíblemente hermoso. También de aprender que no vale para cualquiera. Porque en esta relación difícil, hermosa, honesta y libre, que es un desafío constante, hemos visto fracasar a predicadores del poliamor para abrazar apasionadamente la monogamia, entre otras cosas -tal vez sin darse cuenta de que es eso lo que están haciendo-. No es fácil ser honesto con uno mismo y la fascinación de la teoría no supera la verdad de la práctica para todo el mundo.
Pero también nos ha brindado grandes oportunidades para teorizar a través de la práctica. Entender, por ejemplo, que la forma en que se concreta mi anarquía relacional es poliamorosa. Que me marchito cuando quien me ama recorta la senda para amar a cualquier otro persona; que el amor por esa persona se seca. Cuando quien me ama deja libre mi corazón, en cambio, éste extiende aún más sus alas hacia ella. Que se fortalezce el amor que siento por cada amante que me deja amar libremente. También el deseo sexual, cuando no me cierra las puertas a vivir el sexo con otras amantes. Que es felicidad que la persona que amo sea amada por otras personas, que quien amo ame a otras personas. Mientras ando como un adolescente, loco de alegría, cuando imagino a mi(s) amante(s) follando con otras personas; porque la(s) imagino llenas de felicidad, de amor, de sexo, de placer. Y he sentido la misma alegría, fascinación, anhelo en mi amada al saber que las cosas salieron bien con otra persona que me ama/que amo y hemos tenido un sexo maravilloso.
He aprendido a decir lo que siento a quienes me gustan desde la transparencia y la honestidad, a aceptarlas tal como son. Respetar a las personas monógamas y, si es posible, evitar con ellas una relación sexo-afectiva que resulte dolorosa para todos, sin quererlas menos por ello. Ha habido momentos maravillosos que se han visto interrumpidos en el camino. Y el ejercicio de comprender al otro también ha sido hermoso. Y es que a los marcianos no les resulta fácil de entender: ¿por qué los terrícolas hacen tan complicado lo que en sí es tan simple? El miedo es la clave, y hemos podido reflexionar mucho sobre ello, mirando nuestros miedos, tanto presentes como pasados, cara a cara. Admitirlo, sí: algunas personas tienen miedo de que las personas que aman amen a otra persona; de que disfruten con otra persona. La sociedad competitiva ha establecido la competencia incluso en el amor. Uno solo debe ser el mejor, el único, el elegido -Sartre habría dicho que una sola persona debe destacar en el fondo de nuestro mundo; esa es aparentemente la ley del amor monógamo romántico judeocristiano indoeuropeo-. Una persona debe satisfacer todas nuestras necesidades. Tenemos que satisfacer todas las necesidades de una persona. Ese tipo de amor nos convierte en responsables de la felicidad de las personas que amamos. Nos aleja de nuestra responsabilidad hacia nosotros mismos, convertida nuestra felicidad también en responsabilidad de nuestra única persona amada. Nos necesitamos, estamos perdidos cuando ese único amor se va. No es fácil de entender cuando eres marciano. Cuando se acepta que lo más importante para uno mismo debe ser uno mismo, aceptando por igual que lo más importante para cada persona que entra en nuestra vida también debe ser ella misma. Ni nosotros ni nadie más. Ella. Desde ese respeto por uno mismo y por el prójimo todo es más fácil de entender, aceptar y disfrutar. El sexo y el amor especialmente. Tú tienes tu brújula, yo tengo la mía. Confío en la tu brújula tanto como en la mía. Confías en mi brújula tanto como en la tuya. No es una teoría. Lo he vivido. Lo estoy viviendo. Y he visto gente que haciendo de alguna manera caso a lo que su brújula le señalaba en un momento ha tenido que meter una pierna, o un dedo, o los ojos, o trozos de su corazón en el congelador. Espero que sin arrancárselos. Personas que tienen que recortarse para amar al otro. Lo he visto con pena, pero también con respeto. Con amor. Deseando buena suerte con esa elección. Aunque lo vea difícil.
Quizás no funcione para los terrícolas, pero los marcianos hemos sacado algo en claro: que tu amor ayude a ampliar el mundo de quien amas, a que sea más ella. Iluminando a su lado, para que la luz de cada uno sea más intensa, no para hacerse sombra mutuamente. Que tu amor no obstaculice el crecimiento de tu persona amada, que no sea un límite y mucho menos se convierta en el fundamento de tu persona amada. Yo mi base principal, tú la tuya. Yo creciendo a tu lado a mi manera, tú a mi lado a la tuya. Transformándonos mutuamente sin pretender cambiarnos. Escuchándonos, escuchando mucho. Hablándonos, hablando mucho. Compartiendo. Sintiendo. Ensayando. Equivocándonos.
Y hemos teorizado, así somos los marcianos, que no deberíamos tener miedo de recibir. Ni miedo de dar. Que cuando recibimos mucho damos la oportunidad al otro para disfrutar del placer de dar mucho. Para crecer dándonos. Que cuando damos mucho, recibimos mucho. Como expresa perfectamente el euskera: hartu-emana (relación: recibir-dar). Casi ar-emea, eme-arra (macho-hembra, hembra-macho). Energías que están presentes en todos y se complementan. Que en las relaciones sin medidor nunca hay una deuda a favor o en contra de nadie. Que el equilibrio surge de forma natural cuando estamos dispuestos a dar tanto como a recibir y a recibir tanto como dar. Que si no estamos dispuestos a recibir algo, es mejor no dar. Que cuando no estamos dispuestos a dar algo, es mejor no recibir. Que cada persona no ama a dos personas de la misma manera. Tampoco es amada igual. Que cada persona no practica el sexo de la misma manera con dos personas. Que cuando usamos «o» en lugar de «y» sacrificamos una pequeña parte de nosotros mismos. Especialmente cuando no hay ninguna razón para ese “o”. Cuando nosotros mismos inventamos razones en contra de lo que deseamos. En contra de lo que sentimos. O más duro aún, cuando otra persona nos impone ese “o”.
Este marciano sigue aprendiendo. Tropezando. Creciendo. Amando. Aceptando. Abriendo las alas. Iluminando junto a la luz de los demás. Convirtiendo la práctica en teoría, y no practicando la teoría.
Comprendiendo la propia intensidad, responsabilizándose de ella.
Siendo más yo.
Más marciano.
Y tan terrícola.
Y tan revolucionario.