(Berria, 8-4-2020)
Decía Malatesta, hace cosa de un siglo, que la ley crea más problemas de los que pretende solucionar. Sin embargo, en esta situación podemos estar segures de que nunca nos darán datos para hacer esa comparación. Así que, me perdonaréis si me aventuro en un itinerario sin leyes, dejando en vuestras manos encontrar algo de orden en este caos.
No es asunto que me desvele juzgar si los gobiernos del mundo han acertado o no con sus medidas, y prefiero, en línea con Carlos Taibo, fijarme en otro cuadro: concretamente, ese que nos dibujan las herramientas que para enfrentar la situación actual podemos desarrollar. Pues está claro que los poderes que organizan nuestras vidas, si bien, en contra de lo que algunes creen, no han provocado la situación en sí, no han perdido la oportunidad para agradecer el regalo que el azar les ha hecho y dar a la sociedad del control tantas vueltas de tuerca más como les sea posible. Lejos me hallo, empero, de desear ver cumplida la predicción que esbozara en Bioklik.
También podría traer a colación la teoría del shock de Naomi Klein, pero me resulta más interesante fijar la mirada en las respuestas de quienes no han cedido ante esa situación de shock. Efectivamente, aunque el esfuerzo realizado por los medios de comunicación (tanto oficiales como esa confusión guiada que conforman las redes sociales) para alimentar el enano fascista que por un tiempo se ha prendido (o resucitado, o despertado, o desnudado) en el interior de mucha gente ha sido grande, frente a él ha comenzado a ganar espacio otro concepto, destacándose, y mostrando el poder que encierra: el apoyo mutuo. El viejo Kropotkin tiene razones para sonreír en su tumba.
El Estado, ese guardián del capital, una vez más, ha querido demostrarnos que el pueblo (ciudadanía les gusta decirnos) somos eternes inmadures, sospechoses, que hace falta cuidar, enderezar y castigar, irresponsables que no sabemos cuidar de nosotres mismes. Ese argumento he escuchado reiteradamente para aplaudir y justificar desde el minuto uno el estado policial, en boca de muchas amistades, aunque lo defiendan cada vez con la boca más pequeña. Nos lo merecemos, según parece. Pero hay mucha gente (al menos quienes así piensan) que no se detienen a hacer el menor análisis. No ven que un pueblo desorganizado siempre será ese bebé inmaduro. Desde nuestra infancia nos han educado para dejar las reglas, las decisiones, toda responsabilidad en manos de un ser exterior abstracto. Bakunin decía que el fin de la educación de les niñes es encaminar hacia la libertad a ese ser humano que nace totalmente indefenso y dependiente, pero no resulta así en la cultura que nos han impuesto: les infantes, desde que ponen un pie en la escuela, reciben la educación que ha de convertirles en eses eternes inmadures. No se les enseña para llegar a consensos con el resto, para procurar juntes el bien común, para que cada cuál tenga su propia voz. Necesitan delegades, por algún oscuro motivo; una voz única que sustituya la capacidad de pensar de todes. Se les prepara para ser una pieza. Qué necesita el sistema, para eso deben aprender les niñes. En una comunidad que no ha tenido la oportunidad de decidir qué necesita. En una sociedad obligada a consumir para que la producción no se detenga. Ya que en nuestro sistema la producción es el fin, y son sus necesidades las que promueven nuestras supuestas elecciones.
Y, de pronto, hemos visto a eses que deberían tomar decisiones en nuestro lugar sin norte. Esperamos, qué nos dirán, para saber qué deberíamos desear. ¡Deberíamos desear estar en casa! ¡Y deberíamos castigar a quien no desee estar en casa! El miedo vistiendo su uniforme, pues él es el policía más eficaz. Y surgen discusiones: ¿qué actividades económicas son imprescindibles? Puesto que es fundamental que esta economía, la capitalista, por supuesto, la que nos ha traído hasta aquí, esa que no es capaz de (que no desea) repartir equitativamente los productos creados por la clase trabajadora mundial entre sus propies productores, que considera la justicia una herejía, no se derrumbe. No sabemos bien por qué, pero así parece ser. No sea que, a una de estas, nos demos cuenta de que junto con el poder de decisión para definir nuestras necesidades fundamentales, hace tiempo que abandonamos también las actividades para satisfacer dichas necesidades.
Y andamos enloquecides, con les niñes en casa, convertides en un riesgo para les abueles que fueran nuestra muleta, porque no hemos aprendido a organizar nuestras vidas. Porque hace mucho que nos robaron la capacidad para organizar nuestro tiempo. Puesto que, mientras nos convierten la importancia de los cuidados en mercancía, el sistema nos propone una vía única para solucionar eso que debiera ser la base de la vida: convertir toda actividad en asalariada. Lejos queda aquella idea que equiparaba el salario con la esclavitud, esa que hasta Platón tenía tan clara. El salario es la respuesta a todo… Aunque no sepamos para qué necesitamos un salario. Para vivir, nos dirán; pero para vivir no necesitamos un salario, sino capacidad para crear nuestro sustento y repartirlo entre quienes lo creamos y quienes, incapacitados para ello, sin embargo lo necesitan. Distribuir el tiempo para crear, distribuir el tiempo para cuidarnos mutuamente, distribuir lo creado. Tan sencillo como eso.
Y ese es justamente el peligro de esta situación, para las autoridades, pues, frente a la sociedad del control total, numerosos barrios y pueblos han comenzado a organizarse a sí mismos. A conocer de nuevo a les vecines, a darse cuenta de las necesidades básicas, y a recuperar ese concepto, ese maldito y desterrado concepto: apoyo mutuo. En esa línea van los últimos tuits de la iniciativa Auzoetatik Piztu Bilbo (Enciende Bilbao desde los barrios), por ejemplo. Mal ejemplo para las autoridades, sin duda.
Porque, ¿qué sucedería si la población, nosotres, contra el virus autoritario desarrolláramos la vacuna de la auto-organización? ¿Qué sucedería si el virus individualista que el capitalismo nos ha inoculado década tras década, en lugar de fortalecerse, se debilitara, y hallado el antídoto en su contra la comunidad saliera reforzada? La ruina para gobiernos y mercados, ya que puede convertirse en semilla esperanzadora de que las cosas no vuelvan a ser igual.
Sin embargo, para eso necesitamos una sola cosa: deseo de ser libres. Si la servidumbre voluntaria de La Boétie no nos lo ha asesinado, al menos (tendremos que preguntar también a Fromm).
Berria ha llamado a esta sección Erresistentzia Kutxa (Caja de Resistencia), y el nombre no puede ser más adecuado: la sociedad (nosotres) debería organizar una caja de resistencia, pues la otra opción es el colapso vaticinado por Carlos Taibo. Como nos ha dicho a viva voz el propio planeta estos días, también la naturaleza nos agradecerá si tomamos la senda de la simplicidad escogida, antes de que la propia naturaleza nos obligue a tomarla; y si apostamos por ese camino voluntario, nos será imprescindible esa vacuna de auto-organización que hemos comenzado a desarrollar estas semanas.