El robo de la democracia (I)

Los últimos meses he andado dándole vueltas a una idea, esperando el momento de hincarle el diente, y hoy me ha parecido un día adecuado para dar salida a ese retoño, después de escuchar lo que he escuchado en la televisión chilena al hilo de una de esas cumbres que se está llevando a cabo en Santiago de Chile. Al parecer, se ha creado una gran polémica porque según dicen van a nombrar a Raúl Castro presidente de no se qué organización internacional. A cuenta de eso, políticos de partidos ultraderechistas, acaudaladxs ciudadanxs y cabezarapadas de algunos grupos neo-nazis han desfilado de unx en unx por el noticiero de la televisión de ese país, para proclamar, unánimemente, que Raúl Castro es un dictador y que lo de Cuba es una dictadura -además resultaba chistoso, en un país como Chile, escuchar a las mismas personas que justifican o incluso alientan la más brutal represión contra mapuches, anarquistas y todo tipo de disidencia, hablando de violaciones a los derechos humanos-. Igualmente, la mayoría -salvo los neo-nazis- coincidían en proclamar que un país, para ser democrático, necesitaba partidos políticos. No voy a decir yo si Cuba es o no es una dictadura, está claro que no es una democracia, como en breve explicaré, pero, si nos atenemos al verdadero significado de democracia, tal vez nos demos cuenta de que Cuba mantiene espacios más democráticos que todos esos países que suelen tomarse por tales, puesto que las asambleas de pueblos y barrios aún tienen una cierta intervención política en Cuba, mientras que en otros países se hicieron desaparecer hace mucho tiempo todos los vestigios de ese tipo, precisamente para que el sistema actual se pudiera imponer. Y es que la cuestión no es si Cuba, Chile, los Estados Unidos, China, España, Argentina, Venezuela, Francia, Irán, Egipto, Israel… son o no dictaduras. La cuestión es ver si uno solo de ellos es siquiera democrático. Y precisamente eso intentaré aclarar aquí, porque veremos claramente que en la mayoría de ellos, es decir, en todos los que se declaran a sí mismos democráticos, lo que tenemos es uno de los mayores robos de la historia. Porque ellos comenzaron la guerra de los nombres y, hasta ahora, ellos la han ganado.

Para comprenderlo, es muy interesante adentrarse en la historia -en la de verdad, no en esa que se ha escrito para el adoctrinamiento escolar y universitario- y en la filosofía, y echar mano de los nombres y definiciones que han tenido los distintos sistemas políticos desde que comenzaron a escribirse las primeras teorías políticas. Me temo que pueda salirme un artículo demasiado largo, y por eso voy a dejar de lado varios temas marginales que me rondan por la cabeza y voy a intentar limitarme a los puntos más importantes. El/la lector/a me perdonará que no de las citas concretas de los autores que traeré a colación, creo que es labor de cada cual investigar por sí mismx la posible verdad que hay tras cualquier cosa que lea. Por desgracia, leer filosofía de primera mano está muy denostado -con toda intención denostado, de hecho- en nuestra cultura actual, y nuestro conocimiento se suele limitar a la poda que nos inculcan en las escuelas. Ante ello, quisiera animar a el/la lector/a a leer completos los textos históricos de la filosofía, pues creo que son imprescindibles para entender mejor de dónde vienen y cómo se han transformado o deformado nuestra sociedad actual y las ideas, conceptos y “verdades” imperantes hoy en día. El presente artículo tan solo reflejará mi opinión temporal, y más recomendable que limitarse a ella es que cada cual tenga a mano todas las herramientas para forjarse su opinión completa, pues cada unx interpreta a su manera lo que lee.

Hecha esa observación, entraré en la división de sistemas que han realizado los principales pensadores que han escrito históricamente sobre filosofía política. Así, empezando desde Platón, en su República, y siguiendo con Aristóteles, en su Política, encontraremos tres sistemas principales: democracia, aristocracia y monarquía. Igualmente, los filósofos clásicos y sus continuadores también mencionaron las desviaciones o degradaciones de esos tres sistemas: demagogia unas veces, anarquía otras, en cuanto a la democracia, oligarquía, para la aristocracia, y tiranía, en cuanto a la monarquía. Platón y Aristóteles, y la mayoría de los teóricos que vinieron tras ellos, como Maquiavelo, Hobbes, Locke o el mismo Rousseau, cada cual según sus razonamientos y con todos los matices que se quiera, no fueron muy proclives a la democracia. De hecho, Platón y Aristóteles siempre despreciaron al pueblo. No es raro, si tenemos en cuenta, por ejemplo, y sobre todo para Platón, que trabajar -especialmente ser asalariadx- era cosa de siervxs, no de personas libres, y consideraban totalmente legítimo tener esclavxs y que, siguiendo sus visiones éticas y filosóficas, consideraban ignorantes y hasta brutxs al pueblo llano, trabajadorxs y campesinxs. Así, en la dictadura perfecta diseñada por Platón, osea, en su república, los filósofos estaban llamados a gobernar, tomando como baluarte lxs guardianxs o guerrerxs que debían vivir en una muy especial y obligatoria forma de comunismo, y el engaño y la manipulación eran armas imprescindibles para gobernar al pueblo y que éste se conformara con su suerte. Aristóteles era más flexible, y aunque se posicionara más hacia la aristocracia y no fuera muy devoto de la democracia, su Política era principalmente un método para hacer perdurar al Estado, cualquiera que fuese su sistema político -en cuanto al rol de las mujeres, en cambio, al contrario de la posición favorable a la igualdad mostrada por Platón, la política de Aristóteles estaba guiada por una misoginia total-. Algo similar hizo siglos más tarde Hobbes en su famoso Leviatán: aunque él apoyara claramente la monarquía absoluta y toda su teoría fuera tejida para justificarla, el objetivo principal era el propio Estado, y así, denigró sin paliativos cualquier menoscabo del Estado, fuera su gobierno monarquía, aristocracia o democracia -los dos últimos incluidos en el grupo de asambleas soberanas-.

Pero, ¿en qué consistían esos tres sistemas principales? En los textos de todos los teóricos de la historia, veremos que al definirlos todos coincidían… hasta que en el s. XVIII la burguesía liberal o ilustrada robara la Revolución Francesa al pueblo, impusiera su doctrina, dominante aún hoy en día, y llevara a término una prostitución sistemática de los nombres, en primer lugar, de la mano de Montesquieu, ya que es él, en su obra Del espíritu de las leyes, quien puso patas arriba el concepto de democracia, siguiendo su capricho político.

Así, para Platón, Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes, Locke y Rousseau, por seguir las teorías de los antes mencionados, democracia era el gobierno a través de asambleas soberanas de toda la ciudadanía. Para que tal gobierno sea democrático, debe estar abierto a absolutamente todxs aquellxs que tengan la ciudadanía, y en tales asambleas deben participar todxs en igualdad. Otro tema es a quién se le reconoce la ciudadanía y, por tanto, el derecho a participar en la política democrática. La aristocracia, en cambio, a pesar de ser un sistema también asambleario, se limita a la participación directa de unxs pocxs. Es decir, es el sistema político basado en la participación política de algunxs de lxs que tienen ciudadanía, de una minoría. Quienes participan en el gobierno, osea, lxs aristócratas, pueden ser elegidos por el propio pueblo o, a consecuencia de una degradación del sistema, puede basarse en el derecho hereditario de quienes se escogieron en un cierto tiempo, entre otras formas. También existieron otros modos de limitar el derecho a participar, como poseer una riqueza mínima. Por tanto, originalmente y de por sí, la aristocracia no está ligada a los títulos de nobleza y es el gobierno de “lxs mejores”. Originalmente, el propio pueblo debía elegir quiénes eran “lxs mejores”, en base a las habilidades y virtudes de lxs candidatxs. Por último, la monarquía es el gobierno de una sola persona. Puede aceptar la existencia de asambleas, por ejemplo, para aconsejar, pero la potestad para tomar la decisión final reside en el/la monarca o en quien él/ella delegue.

Igualmente, en aquellos mismos primeros trabajos teóricos de Platón y Aristóteles se veía claramente que el eje fundamental en los tres sistemas es la tensión entre lxs de arriba y lxs de abajo, es decir, entre ricxs y pobres. Así, en principio, la democracia estará más ligada a lxs pobres, y la aristocracia y la monarquía a lxs ricos. Los filósofos clásicos vieron con nitidez que la razón principal de desestabilidad política era el choque de intereses de ricxs y pobres. En ese punto, es especialmente interesante el trabajo de Aristóteles, puesto que investigó las razones para que cada sistema se desintegrara. De este modo, aunque su objetivo fuera otro, podemos sacar una conclusión: la principal razón para que la democracia quede en manos de la demagogia (actual populismo) y dé el salto a la tiranía es la permanencia de la propiedad privada, es decir, de la desigualdad económica. Eso, a su vez, nos lleva directamente a otra conclusión: la democracia sólo puede persistir si se establece el comunismo económico y, por tanto, una vez establecida aquella, hay que dar también el paso de la abolición de la propiedad privada. El anarquismo, el comunismo libertario principalmente, vio esa realidad claramente.

Entre los autores citados, Aristóteles y Rousseau coincidirían, más o menos, en cuanto a la democracia, al menos teóricamente: podría ser el más bello sistema, pero es imposible. En palabras de Rousseau, la democracia sólo es posible entre dioses. Así, dando la democracia por inalcanzable, entre líneas ambos se decantaron en favor de la aristocracia.

Casualmente, fueron Rousseau y su Contrato social quienes fijaron el norte a la burguesía liberal o ilustrada. Cuando la burguesía y una buena parte de la nobleza francesa hicieron uso de la fuerza del pueblo y, al igual que el partido bolchevique en la posterior Revolución Rusa, decidieron dónde había que poner freno al impulso popular -entre otras cosas, denominando anarquistas a los sans-culottes que querían ir más allá e instaurar una democracia-, dando por finalizada la Revolución Francesa, tuvieron que diseñar el sistema político, social y económico a su medida. De hecho, tal era la única intención que albergaron desde un principio para empujar a la revolución: desarticular un sistema político que había quedado obsoleto e instaurar un sistema más moderno, más adecuado para el capitalismo en ciernes, para que sus negocios florecieran más fácilmente y poder llevar a cabo la industrialización sin que el pueblo la obstaculizara.

Efectivamente, casi todos los sistemas que existieron hasta entonces, tal y como reconocían la mayoría de los teóricos, eran mixtos. En casi todos se mezclaban componentes democráticos, aristocráticos y monárquicos, según la historia de cada pueblo, más o menos escorados hacia la democracia, hacia la aristocracia o hacia la monarquía. Así, en casi toda la Europa feudal, en muchos periodos históricos existieron instituciones democráticas en las asambleas o concejos abiertos de muchos pueblos y ciudades, instituciones aristocráticas en muchos pueblos y ciudades, a veces incluso coexistiendo en los mismos, en las asambleas o concejos cerrados y en algunas cortes y parlamentos, e instituciones monárquicas de la mano de los reyes y reinas, duques y duquesas, príncipes y princesas o señores y señoras de cada país.

Sin duda, tales sistemas mixtos significaban un gran escollo para la burguesía y la nobleza ilustrada. Por un lado, la monarquía ponía un techo desde arriba a sus deseos, y en su mano quedaban la recaudación de impuestos, la labor legislativa y el control de los principales ejércitos, entre otras cuestiones. Por otro, las asambleas y concejos abiertos también les ponían límites desde debajo, principalmente, porque unida a la soberanía de las asambleas abiertas estaba la propiedad comunal de muchas tierras, y para llevar adelante la industrialización existía demasiada mano de obra ligada aún al mundo rural, y si no conseguían acumular la propiedad de la tierra en pocas manos esa población no daría el paso del campo a la ciudad. Había que terminar con las dos a la vez y, para eso, el sistema político formal ideal era el sugerido por el propio Rousseau: la república aristocrática. Pensado y hecho, aunque en muchos casos no tuviera grandes problemas para convivir con vestigios de monarquías, puesto que el principal obstáculo no estaba por arriba, sino por abajo. Sin embargo, lo del nombre tenía tela. De hecho, los últimos siglos la palabra aristocracia se había ido viendo cada vez más ligada a la nobleza, y se suponía que la revolución había eliminado los privilegios de la nobleza, es decir, la aristocracia misma en el vocabulario de la época. Por tanto, el pueblo que había puesto su sangre para destruir el viejo sistema, difícilmente iba a tragar un sistema político que llevara el nombre de aristocracia y, además, eso habría dejado al desnudo que el poder se repartiría entre unos pocos y que se pretendía eliminar los últimos vestigios de democracia para siempre. La intención de una aristocracia formal quedaba muy alejada de los objetivos que el pueblo había tenido para empuñar las armas, y en la memoria histórica popular la experiencia de combatir al poder y ganarle por las armas estaba aún demasiado cercana. Los ilustrados debían hacer creer a la ciudadanía humilde, disfrazándolo bajo esas bellas palabras de “libertad, igualdad y fraternidad”, que darían democracia al pueblo, y ganándose esa confianza necesitaban tiempo para desermarlxs a todxs. El enemigo principal de los recién nacidos Estados-Nación estaba dentro de casa, y eso lo sabían demasiado bien lxs nuevxs aristócratas.

De modo que lo arreglaron muy fácil: cambiar el nombre a lo que hasta entonces todas las teorías habían llamado aristocracia, bautizarlo como democracia y, con el tiempo, por si acaso, a ese nombre añadirle el adjetivo “representativa” o “parlamentaria”, no fuera que algunx reivindicara la verdadera democracia…, y listo.

Por otro lado, no eran tontxs del todo, y los pensadores liberales de la época, además de sus propios intereses de grupo contrapuestos, tuvieron claro que para algunas cuestiones necesitarían a lxs pobres de su lado, y para otras cuestiones a lxs ricxs. Osea, que el auténtico choque que perduraría en la base de la sociedad para siempre sería aquel entre los intereses de pobres y ricxs, puesto que la propiedad privada jamás se cuestionaría, siendo el principal interés de la ilustración burguesa desarrollar el capitalismo. De esta manera, y esto también es bastante gracioso, en aquella misma revolución guiada y manipulada por la burguesía comenzó el juego de partidos. En aquella época, principalmente, girondinos y jacobinos, y más adelante todos los partidos que irían surgiendo y dos bloques principales: la izquierda y la derecha (cualquiera que sea el nombre que adopte una u otra). Una basada en un discurso más o menos favorable a lxs pobres, la otra favorable a la libertad de enriquecimiento ilimitada. Todo esto dicho muy esquemáticamente. Y digo gracioso, o irónico, porque la mayoría de quienes defendieron y defienden tal sistema han utilizado a Rousseau como base para defenderlo. Y, ¿qué escribió Rousseau sobre los partidos? Precisamente, que son puramente negativos. Es decir, que crear partidos y participar en la política en base a tales partidos es un violento ataque contra las libertades. Asimismo, en su famosa obra, también escribió que donde el representado puede decidir sobra el representante, haciendo de vez en cuando guiños a la democracia. Por otro lado, también señaló que, para poder llamar contrato social o pacto social al contrato social -puesto que a muchxs fervientes defensorxs del sistema actual les gusta decir eso de que vivimos dentro de un contrato social-, deben tener modos para poder revisar, cambiar o romper en cualquier momento tal contrato social, o, si no, que lxs ciudadanxs que estén en contra de “firmar” -aunque sea simbólicamente- tal contrato social, deben tener opción para abandonarlo. Es decir, que no se puede dar por supuesto que un/a ciudadanx, por haber nacido en una determinada época y bajo un determinado contrato social, sin más, haya firmado ese contrato o que esté conforme con él, y, por tanto, que todxs lxs ciudadanxs deben tener la manera de mostrar en cualquier momento su conformidad o disconformidad y la vía para liberarse del contrato.

De este modo, para el s. XIX, los ideólogos principales habían enterrado todas las teorías políticas vigentes hasta el s. XVIII y a la que era una aristocracia de partidos habían comenzado a llamarla democracia, democracia parlamentaria o democracia representativa, repitiendo la misma cantinela hasta nuestros días, desde la cuna hasta la tumba. Así pues, no es de extrañar que, después de que se consumara ese robo de la democracia, el francés Proudhon, en su memorable obra Qué es la propiedad, a la pregunta de “¿qué eres tú?” respondiera “soy anarquista”, y que, a partir de entonces, todxs lxs anarquistas denigraran la democracia. No escogió el nombre casualmente, no. Seguramente, Proudhon sabía bien que muchos que, al igual que la nueva aristocracia de su tiempo, es decir, al igual que quienes se tenían por “demócratas”, odiaron la democracia antes, también llamaron anarquía al sistema basado en el poder del pueblo y en la igualdad política, y que trataron de anarquistas a lxs pobres y trabajadorxs que en otras épocas reivindicaron la democracia. Así, a partir de entonces, lxs anarquistas han denostado la “democracia”, es decir, la aristocracia de partidos o partitocracia, en nombre y en honor de la democracia. De la misma manera, la mayoría de lxs enemigxs de la democracia alaban la “democracia” para con ello negarla. Lxs anarquistas, además, vieron claro que para que la anarquía, o dicho de otro modo, la democracia, sea viable, hay que recuperar la propiedad comunal. Es decir, que la participación política igualitaria de todxs lxs ciudadanxs y la igualdad económica son inseparables, porque la ausencia de una vuelve imposible la otra. Y que para eso, entre otras cosas, también deben desaparecer todas las clases sociales. En efecto, Platón, Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes, Rousseau y toda la Ilustración eran enemigos, más fervientes unos, más tibios otros, pero enemigos después de todo, de la democracia porque se oponían a la desaparición de las clases sociales, del abismo entre ricxs y pobres, del muro entre propietarixs y trabajadorxs.

Así, si examinamos el sistema político formal de ésas que hoy se proclaman democracias, veremos claramente que posee todas las características de la aristocracia y, en la mayoría de los casos, de su desviación o degeneración, la oligarquía. Para empezar, nada ha quedado de democrático, puesto que no queda una sola institución a través de la cual todxs lxs ciudadanxs puedan participar directamente y sin representaciones en los debates y decisiones políticas, desde que las constituciones liberales (en lo que nos toca, la de Cádiz de 1812) utilizaran todas las herramientas a su alcance para hacer desaparecer los últimos concejos abiertos y las últimas tierras comunales y consiguieran su objetivo. Por otro lado, a todos los niveles, sean ayuntamientos, juntas generales o parlamentos, la única forma de participar es haciéndolo a través de partidos políticos, con contadas excepciones -en algunos casos, como en ayuntamientos, también se aceptan listas electorales o independientes-, es decir, que hay que pasar un filtro, primer rasgo aristocrático, y , como bien expresó Rousseau, primer recorte a la libertad individual, puesto que la multiplicidad de ideas y opiniones queda diluida en un conjunto uniforme, impuesta la disciplina de partido en muchos casos. Además, aún estando dentro de un partido, la única manera de participar en las instituciones es ganarse un escaño en una votación, osea, que la ciudadanía, sin tener ningún mecanismo para auto-representarse directamente, a falta de otra opción, opine que tú eres unx de lxs mejores. Así, de las elecciones surgen asambleas aristocráticas clásicas, sean estas asambleas plenos municipales, juntas generales, parlamentos, o senados. Por si eso fuera poco, los partidos, para poder presentarse, deben cumplir unas leyes creadas ex profeso, conseguir un número mínimo de firmas y, en la mayoría de los casos, acumular y probar un mínimo patrimonio económico. Por tanto, la aristocracia de partidos conlleva una serie de filtros para poder llegar a las instituciones del poder formal. Ni qué decir para llegar a la presidencia de países como los Estados Unidos, donde, como es sabido, las elecciones suelen ganarse en base a la cantidad de dinero que se consigue reunir. Además, los partidos suelen estar en manos de determinadas familias y clanes, aunque en ocasiones existan formas aristocráticas de elegir los altos cargos, y, así, a la luz de la mayoría de las teorías políticas clásicas, podemos decir con total corrección que, formalmente, todos los sistemas políticos de nuestro entorno o casi todos son oligarquías de partido.

Quiero subrayar lo de formalmente, puesto que la aristocracia de partidos, oligarquía de partidos o, la palabra más adecuada para recoger todo el concepto, la partitocracia tan solo es un sistema político formal. A eso hay que añadirle que, por más que la ciudadanía elija a unxs u otxs aristócratas, el verdadero poder fáctico siempre ha estado en manos de elites militares y económicas -en la mayoría de los casos ambas a la vez, elites económico-militares- que jamás son elegidas. Así que, se mire por donde se mire, podemos decir que en Europa los últimos vestigios de democracia desaparecieron en el s. XIX y que, casualmente, en la misma época se llevó a cabo la prostitución o robo de nombres aquí explicada, para que la aristocracia se convirtiera, de nombre, que no de hecho, en democracia. En un próximo artículo, analizaré en un caso concreto los pasos de la democracia a la aristocracia: el robo de la democracia en las instituciones de Euskal Herriak y, más concretamente, de Bizkaia.

(29-01-2013)

Utzi zure iruzkina / Comenta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.