El robo de la democracia (II). Un ejemplo de Euskal Herriak: Bizkaia

Siguiendo el hilo iniciado en el artículo anterior, y para ver lo explicado en él a través de un ejemplo cercano, observaremos el lugar y la evolución que cada modelo político ha tenido en Euskal Herriak, aunque sea sólo a modo de borrador, puesto que daría para largo analizar todo ello en profundidad y detalle. Sin embargo, en primer lugar recordaremos en qué consisten los sistemas políticos principales definidos en todos los textos de filosofía política hasta el s. XIX. Así, desde La República de Platón hasta El contrato social de Rousseau siendo la excepción los conceptos establecidos por Montesquieu en el libro Del espíritu de las leyes, se distinguieron, en lineas generales, tres sistemas políticos fundamentales: la democracia, la aristocracia y la monarquía.

La democracia es el gobierno a través de la asamblea conformada en igualdad por todxs lxs ciudadanxs (o todxs los que son consideradxs tales) que forman una sociedad, sin ningún tipo de representación. A lo largo de la historia, han existido distintos tipos de democracia, unas de mayor y otras de menor calidad. Así, el derecho a participar de la asamblea puede estar limitado, tal y como sucedía en la Atenas de ciertos períodos, cuando algunas personas (en tal ejemplo las mujeres, los esclavos y los extranjeros) quedan apartadas del sistema de decisión, o pueden estar abiertas a todxs lxs que conforman el pueblo. Por otro lado, las decisiones pueden tomarse por votación y, por tanto, a través del juego de mayorías y minorías, como se hacía en la propia Atenas, o pueden tomarse por consenso de toda la población, como ha sucedido y sucede en numerosas sociedades, tal y como ha estudiado el antropólogo David Graeber. En cualquier caso, en las democracias no hay jefes formales (otra cuestión es que las riquezas y otros criterios clasistas o militares puedan romper esa aparente igualdad y que existan poderes ocultos) y prevalece la horizontalidad, a la hora de discutir y decidir sobre los problemas y retos de la sociedad. Al mismo tiempo, cada cual tan solo habla y decide en su propio nombre. Para llevar a cabo las decisiones de la asamblea pueden existir cargos públicos, y tales cargos públicos pueden ser elegidos por la propia asamblea, rotatorios o decididos de otras diversas formas.

La aristocracia es el gobierno a través de la asamblea constituida por unxs pocxs, una minoría, de lxs ciudadanxs que forman una sociedad, y tal asamblea representa al resto de la ciudadanía y su voluntad. Lxs aristócratas que conforman la asamblea pueden ser elegidxs por todxs lxs ciudadanxs o nombradxs por sorteo o, cuando tal sistema degenera, pueden obtener carácter hereditario. También pueden existir restricciones para ser candidatx, como poseer un mínimo de riquezas, pertenecer a una clase concreta o a ciertas familias, ser miembro de algún partido legal, etc. Una vez nombrados los miembros de la asamblea, tan solo ellos tienen derecho a discutir y decidir sobre las medidas que le serán impuestas al pueblo, y en muchos casos es esa misma asamblea la que elegirá los cargos públicos u otras instituciones que deberán hacer cumplir sus decisiones.

La monarquía es el gobierno de unx solx de entre todxs lxs ciudadanxs que forman una sociedad. La cabeza de gobierno puede ser elegida por la ciudadanía, o puede basarse en el “derecho” de guerra o de herencia, entre otras formas. Así que, todos los sistemas con una sola cabeza de gobierno, aunque tal cabeza sea electiva, son monarquías (diga lo que diga la Wikipedia en castellano).

Sin embargo, la mayoría de modelos que se han conocido a lo largo de la historia son mixtos, como vimos en el artículo anterior. Si nos fijamos en los gobiernos que existen también hoy en el mundo (hay que recordar que siempre me refiero al sistema formal, puesto que otra cuestión es detrás del sistema aparente quién detenta el poder real), veremos que la mayoría son mixtos. Así, por ejemplo, en España, en el máximo nivel, existen dos instituciones monárquicas, el rey y el presidente, y dos instituciones aristocráticas, el Congreso y el Senado (algo similar sucede en Japón, Suecia, Noruega, Bélgica, Dinamarca…). En la Comunidad Autónoma Vasca y en la Comunidad Foral Navarra, también en el máximo nivel -dejando a un lado los niveles superiores citados anteriormente- tenemos una institución monárquica en cada una, ambos lehendakaris, y una institución aristocrática en cada una, los dos parlamentos, y el mismo modelo se repite hacia abajo, en los gobiernos provinciales (el diputado general es una institución monárquica y las Juntas Generales aristocrática) y en los gobiernos municipales (el alcalde es una institución monárquica y el pleno municipal aristocrática). En Francia, Italia o Rusia, por ejemplo, existirían dos instituciones monárquicas, el presidente y el primer ministro, y, si no me equivoco, dos instituciones aristocráticas, los congresos y los senados. En Estados Unidos, Colombia, Venezuela, Ecuador, Argentina, Perú, Chile… algo parecido, una institución monárquica, el presidente de cada lugar, y dos instituciones aristocráticas, los congresos y los senados (si existieran en todos ellos algo así, ya que no conozco el funcionamiento de todos). En China, Vietnam, Laos, Corea del Norte, Cuba, o la antigua Unión Soviética, por ejemplo, existe una institución monárquica, los presidentes, y otra institución aristocrática, las asambleas formadas por los miembros de cada Partido Comunista. La diferencia estriba en que para para poder participar de las instituciones aristocráticas se debe entrar a formar parte de uno de entre varios partidos políticos o de un solo partido, dicho de forma muy simple, dejando de lado si las macropolíticas y micropolíticas de unos y otros nos gustan más o menos. Con posibles excepciones, y con posibles singularidades, encontraremos algo similar en los sistemas de gobierno formales de la mayoría de los Estados del mundo. En algunos casos, para ser parte de la aristocracia habrá que integrarse en algún partido y lograr votos, en otros habrá que ser un alto cargo del ejército, o miembro de máximo nivel de un clan, casta, linaje o religión, o se mezclarán varias de esas características. Para ser monarca, en cambio, se le llame al cargo de cabeza de gobierno rey, príncipe, generalísimo, führer, duce, comandante, emperador, papa, dalai lama, presidente, lehendakari, diputado, alcalde o, echando atrás en la historia, duque, señor, califa, faraón…, de forma parecida a lo anterior, el cargo sera elegido por lxs ciudadanxs con derecho a voto, o escogido por un grupo reducido, o se logrará perteneciendo a una determinada familia.

Sin embargo, ¿dónde están las instituciones democráticas en todos esos lugares? En el mejor de los casos, en las asambleas de vecinos y pueblos que aún sobreviven, aunque en la mayoría de los casos sus competencias sean nulas. De modo que, como se ve, el ansia principal de los sistemas actuales ha sido hacer desaparecer cualquier vestigio de democracia, desde el s. XIX en adelante.

Por otro lado, es interesante y significativo fijarse en nuestra realidad cercana y analizar qué espacio y evolución han tenido las instituciones democráticas, monárquicas y aristocráticas en Euskal Herriak. Sin embargo, para hablar de ello conviene aclarar un asunto relacionado con la lengua. En la evolución de las lenguas, lo más habitual ha sido dar nombre a los elementos extraños o extraordinarios antes que a los más habituales. En euskera eso se ve claramente. Así, el aire, aunque lo respiremos a diario, es invisible, nos rodea en todo momento y, por ello, es más difícil percatarse de la existencia de un elemento como él. Por tanto, no es de extrañar que el euskera no creara palabra alguna para el aire y que, por ello, la debiera tomar del latín. El aire lo sentimos cuando se mueve de forma perceptible, y así tenemos la palabra “haize”, “viento”; lo que lo ensucia también se ve fácilmente, y así también tenemos la palabra “ke”, “humo”. Al parecer, algo similar sucedió en nuestra lengua con los conceptos de paz y guerra. La primera era el estado natural, cotidiano, el que no se veía y, por tanto, el que no necesitaba de un nombre. Por ello, debieron llegar lxs romanxs para que lxs vascxs tomaran de ellxs esa palabra. La guerra, por el contrario, no debía ser habitual, y para esos raros momentos en que surgía sí, lxs vascxs crearon su palabra, “guda”. Por cierto, que esa realidad niega de raíz la teoría que Hobbes ideara para justificar la necesidad del poder absoluto, según la cual el estado natural del ser humano habría sido el de guerra de unx contra todxs. Está claro que la guerra siempre ha sido la excepción, más aún antes de que fueran creados Estados y estructuras fijas. Como en seguida veremos, esta reflexión no es gratuita.

Y es que, según lo poco que podemos saber de la historia antigua, lxs vascxs, mientras vivieron en paz, no crearon estructuras jerárquicas y, según todos los indicios, la organización de sus pequeñas comunidades era horizontal, democrática, siendo las asambleas igualitarias formadas entre todas las personas que conformaban cada comunidad su más antigua y natural institución. Sin embargo, cuando sentían una amenaza militar exterior, para su defensa, se preparaban para la guerra y, en tales ocasiones, y mientras durara la amenaza, elegían al “buruzagi” o jefe, institución monárquica de carácter temporal. Era lo que en latín se denominaba primus inter pares, es decir, el primero entre iguales. Su autoridad desaparecía junto con la guerra. Tales costumbres han estado extendidas durante largo tiempo en muchos pueblos. Así que, la organización original, en el estado habitual, era democrática y no existían instituciones aristocráticas o monárquicas, siendo la última una excepción temporal.

En la medida en que se multiplicaron las amenazas exteriores y se alargaron las situaciones de guerra, la institución monárquica comenzó a estabilizarse, hasta constituirse el Ducado de Vasconia primero y el Reino de Iruña o Pamplona después. Aún así, el jefe que imitando las culturas estatistas del entorno fue llamado primero duque y luego rey, en un comienzo fue elegido por la población, empujada por la necesidad, y, con el correr del tiempo, se basó en la herencia, tal vez porque elegir traía inestabilidad, quizá por pura apatía. Sin embargo, fue el primer paso para que el pueblo perdiera su soberanía. Aún así, en los pueblos, en la vida cotidiana, las instituciones políticas principales siguieron siendo las asambleas o concejos abiertos, es decir, las instituciones democráticas -desconozco si alguna vez las decisiones se basaron en el consenso general o si siempre se tomaron por votación, pero es el segundo modelo el que nos ha llegado-.

Además, para coordinar a los pueblos entre sí, en todos los territorios de Euskal Herriak comenzaron a conformarse las Juntas Generales. En Bizkaia llegaron a existir tres, la de Bizkaia, la de las Encartaciones y la del Duranguesado. En cualquier caso, en un comienzo, las Juntas Generales también se formaron para que fueran una institución democrática. En ellas, en el caso vizcaíno (de otra manera se hacía en otros territorios), cada pueblo tenía un asiento, un voto, pero el representante que acudía no tenía derecho a tomar sus propias decisiones. Por el contrario, los temas a decidir en Juntas Generales eran previamente discutidos en cada asamblea local, y los representantes debían llevar el voto o la opinión ordenada por esas asambleas populares. Así que, fundamentalmente, puede decirse que eran portavoces, en un foro de coordinación. Aún con todo, no faltaron intentos de transformar esa situación para que algunas personas consiguieran el control sobre las Juntas Generales, como cuando se estableció que los representantes enviados a las Juntas Generales obligatoriamente debían saber castellano, para dejar fuera de todas las decisiones a los pueblos pequeños que carecían de castellanohablantes.

Del mismo modo, en Bizkaia también se estableció con el tiempo una institución monárquica, el Señor de Bizkaia, convirtiendo el territorio en Señorío. Sin embargo, su poder era limitado, ejecutivo, y no legislativo, ya que las leyes las seguían decretando las Juntas Generales, y el Señor debía jurar los fueros, es decir, las leyes dadas por el pueblo a sí mismo, para ser aceptado como Señor.

En la medida en que los intentos de invasiones y ataques se hicieron habituales, los linajes o familias que tomaron gusto a la guerra, aquellos a los que dirían parientes mayores o nobles, se fueron fortaleciendo y también llegarían las luchas entre ellos para hacerse con el control de las tierras y los pueblos, las guerras de bandos. De esta manera, los principales enemigos de la democracia y de la propiedad comunal comenzaron a acumular poder; era la casta militar, como en otros muchos lugares de Europa. Esa situación tuvo gran influencia, no sólo en la vida diaria, sino en las propias instituciones. De hecho, en muchos pueblos y villas, junto a las asambleas o concejos abiertos, poco a poco surgieron también concejos cerrados, como en Bilbao. En los concejos cerrados no podía participar cualquiera. Por el contrario, rápidamente los parientes mayores conseguirían repartirse tales concejos entre ellos. Con las armas como principal argumento, consiguieron cambiar progresivamente las leyes y, así, sembraron la semilla de lo que hoy en día son los ayuntamientos. En los pueblos se conformaron plenos municipales cerrados integrados por el alcalde y los concejales y la lucha entre los dos bandos se institucionalizó legalmente, en una lucha de poder inestable. A la par, las asambleas populares o concejos abiertos se volvieron marginales, sólo se convocaban para temas muy puntuales, puesto que la potestad para convocarlas quedó en manos de los nuevos ayuntamientos. Había comenzado la era del gobierno aristocrático en muchos pueblos de Bizkaia y Euskal Herriak. Por otro lado, el pueblo llano buscó refugio en la principal institución militar por encima de la nobleza, es decir, pidieron al Señor (quien para entonces era también Rey de Castilla) que pusiera límite al poder y los desmanes de los parientes mayores.

Como vemos, mientras la esencia de los gobiernos democráticos era el pueblo pacífico, la base de los gobiernos monárquicos y aristocráticos fueron siempre las armas y la guerra en nuestras tierras. El instinto del pueblo civil tendía a la democracia; el instinto militar, hacia la monarquía o la aristocracia. Las bases del pueblo llano eran la igualdad, la horizontalidad y la propiedad comunal, las de las elites la jerarquía, el poder y la propiedad privada. No es extraño, por tanto, que en la medida en que en las villas se fue desarrollando una burguesía adinerada y codiciosa, tal burguesía recién nacida y las familias nobles se unieran y se organizaran mano a mano. En la misma medida en que la burguesía rica buscó imitar las costumbres, influencia y apellidos de la nobleza, muchos nobles buscaron introducirse en los negocios, aburguesarse y reunir capital. Lxs burgeses y nobles que supieron adaptarse a los nuevos tiempos lograrían salir adelante y controlar los pueblos, formar la auténtica aristocracia.

Sin embargo, aunque con dificultades, algunas instituciones democráticas, algunos concejos abiertos, lograron subsistir hasta el s. XIX, con sus competencias cada vez más cercenadas, siempre en tensión con las instituciones monárquicas y aristocráticas. Las primeras eran el último escollo para las segundas, y había que hacerlas desaparecer. Y lograron un éxito total gracias a la política liberal burguesa y al nuevo constitucionalismo del s. XIX. En Francia se cortaron las cabezas de algunos monarcas y se pusieron otros monarcas a la cabeza, aunque fuera con el nombre de presidente, y se cortó la cabeza de algunxs aristócratas y otros aristócratas llenaron los parlamentos y demás instituciones -algo similar sucedería algo más de un siglo después en Rusia-. Nobles los primeros, burgueses o nobles convertidos en burgueses los segundos. En España ni siquiera necesitaron cortar cabezas, aunque existieran guerras de poder, y la solución “civilizada” fue duplicar la cabeza, la monarquía (al igual que “tras” el Franquismo, en España lxs aristócratas del viejo sistema han mostrado a menudo ser expertxs en integrarse en las nuevas aristocracias). Por otro lado, los procesos de ambos Estados escribieron también el destino de Euskal Herriak. Abajo, cada vez más abajo, el pueblo, enterrados los últimos vestigios de su soberanía, de la democracia. Hoy en día, con nombre de democracia entre nosotrxs solamente han quedado la monarquía (rey, presidentes, primer ministro, lehendakaris, diputados generales, alcaldes…) y la aristocracia (parlamentarixs, senadorxs, junterxs, concejalxs…) que han aplastado la única verdadera democracia. Dejando a un lado la corona española, hay una única manera de llegar a esa monarquía y a esa aristocracia: los partidos políticos.

¿Qué queremos para el futuro, una Euskal Herria monárquica y aristocrática, o Euskal Herriak democráticas? ¿Instituciones estatales verticales y participación política totalmente restringida, o instituciones democráticas y horizontales soberanas y federadas pueblo a pueblo?

(10-03-2013)

Utzi zure iruzkina / Comenta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.