Este otoño Elkar publicará la que será mi octava novela, Inoren munduan. En sí se trata de un viejo proyecto, el segundo que esbocé en euskera, en los años noventa, mientras estudiaba Euskal Filologia y escribía Hamaika ispilu ganbil. Aquella primera obra llevó su tiempo y, para cuando la terminé, tenía en mente otro proyecto y ante mí otras sendas literarias, y quedó guardado en una carpeta (por suerte). Allí quedo, olvidado, hasta que hace un par de años me acordé de él y decidí recuperarlo. Se me ocurrió cambiarle un poco la forma, para convertir en literatura juvenil lo que estaba pensado para ser una novela para adultos, conservando en lo demás la intención inicial. Y es que, aunque desde entonces a ahora el tema que trata la novela a tomado un mayor espacio en la sociedad, en general el problema ahí perdura: continuamos en una sociedad jerárquica y, con más o menos maquillaje, el hombre sigue (seguimos) en la cima de esa jerarquía.
En aquellos tiempos era lector empecinado de Tolkien pero, sin saberlo, la historia que me vino a la mente se acercaba más a la línea de una Ursula K Le Guin que aún desconocía. Y es que la idea de entonces era algo así: colocar en un mundo fantástico inventado por mí a tres mujeres, Aize, Hodei y Leixuri, cada cual expulsada de su sociedad, en busca de un camino para sobrevivir en ese mundo. Aize pertenece al linaje guerrero de las caminantes, Hodei es bruja y Leixuri una joven inocente de la corte del Señor y, por un motivo u otro, ninguna de ellas tiene sitio en la sociedad en que ha nacido. En ese destierro, el destino unirá a las tres jóvenes, y en las aventuras que vivirán juntas, sintiéndose en mundo ajeno, aprenderán que las cosas no han sido siempre así y que no tienen por qué aceptar un mundo que no las acepta a ellas.
El año pasado envié el proyecto a las becas de creación que organiza el Gobierno Vasco y, ganada esa beca, le llega ahora el momento de salir a la calle, de la mano de Elkar. Tiene su ironía haber ganado esa beca, pero dejaré ese tema para otra ocasión.
De modo que, ¡bienvenido al mundo de los vivos la obra librada del polvo del olvido!