En los debates sobre la conveniencia o necesidad de las vacunas se acostumbra a leer, entre sus acérrimos defensores, una afirmación tajante: las vacunas salvan miles -o millones- de vidas. Estas personas suelen achacar de falta de rigor científico y conocimiento médico a toda aquella persona que cuestione la benignidad, efectividad y necesidad de las vacunas, no importa cuánto dato médico se aporte, y suelen siempre apelar a la necesidad de salvar vidas en lugares del sur global, como países de África. Ahora, ¿es una afirmación con base científica que las vacunas estén salvando miles de vidas? Veamos qué dicen los datos tomando de ejemplo dos Estados, el español y el estadounidense, tomando como punto de partida 1900. Vaya por delante que no soy médico y que simplemente consulto fuentes y saco mis propias conclusiones.
Empezando por el Estado español, el primer dato de referencia a comparar debiera ser el de la evolución de las tasas de mortalidad, en especial infantil, y el de la evolución de la esperanza de vida, y cotejar esas evoluciones con el posible impacto en ellas de la introducción de las campañas de vacunación en su población.
Esta gráfica muestra la evolución de las tasas de natalidad y mortalidad infantil en el Estado español:
Respecto a la evolución de la mortalidad y de la esperanza de vida una fuente como Wikipedia nos arroja estos datos:
“Especialmente significativa fue, en este periodo, la disminución de la mortalidad infantil: pasó del 185,9‰ en 1901 al 136,5‰ en 1925 y al 64,2‰ en 1950.5 Los progresos pediátricos y farmacológicos, de un lado, los de las puericultura, por otro, a los que se sumaron la intervención de los poderes públicos, fueron las causas principales de este progreso contra la mortalidad infantil. En 1932 se creó un Centro de Higiene infantil en cada capital de provincia, medida al origen de las que vendrían más adelante, entre las que destaca la fundación de los Centros Maternales y Pediátricos de Urgencia, a partir de la Ley de Sanidad Infantil y Maternal de 1941.”
Respecto a la esperanza de vida, ésta es la evolución a partir de 1900:
Y esto nos dice de nuevo Wikipedia:
“La mortalidad española que, en comparación con la de los países europeos era excesiva en 1900 (del 28,8‰), se fue reduciendo de quinquenio en quinquenio: disminuyó al 21,9‰ en 1915, al 16,8‰ en 1930, al 12,5‰ en 1945 y al 10,8‰ en 1950. Las proporciones de supervivencia en todas las edades, que se mantuvieron más o menos estacionarias entre 1860 y 1900, empiezan a aumentar desde la última fecha. En 1900, de mil nacidos vivos sólo 570 llegaban a los veinte años; en 1930, de mil nacidos vivos alcanzaban esta edad 763; en 1950, la cifra aumentaba a 947‰.“
¿Qué se aprecia? Una caída en pico de la mortalidad infantil hasta 1950 y una leve caída de ahí en adelante, incluso con leve aumento entre fines de los 80 y principios de los 90. Además, entre 1900 y 1950, salvo la interrupción que supuso obviamente la Guerra Civil, tenemos un aumento continuado de la esperanza de llegar a los 20 años y un descenso de la mortalidad general desde el 28,8‰ al 10,8‰. ¿Y la esperanza de vida total? Desde 1901 con 35 años de esperanza de vida se llega a los casi 70 en 1960 -casi se duplica-.
¿Qué incidencia ha podido tener en todo esto la introducción de las vacunas? Para eso debemos saber cuándo comienzan a aplicarse las vacunas en el Estado español, y acudimos al calendario de vacunaciones oficial a ver qué nos dice:
“Los comienzos de la actividad vacunadora en España datan de 1800, con la vacunación frente a la viruela.
En relación con la poliomielitis, en España se usó, entre los años 1959 y 1963, la vacuna Salk, que se administraba gratuitamente a los económicamente débiles. En 1963 se inició en España la vacunación con la vacuna oral atenuada frente a la poliomielitis. En 1965 se añadió la vacunación frente a la difteria, tétanos y tosferina. El primer calendario sistemático de vacunaciones se implanta en 1975.”
Es decir, desde 1800 hasta 1959 sólo se vacuna contra la viruela, y es a partir de 1959 cuando comienzan, con la polio, las campañas. El primer calendario sistemático es de 1975. Tenemos así una bajada en pico de la mortalidad entre 1900 y 1950… ¡sin campañas sistemáticas de vacunación y con una sola vacuna aplicada, ni siquiera sistemáticamente, la de la viruela! Y a partir de la aplicación de campañas amplias de vacunación… ¡un mantenimiento de las tasas de mortalidad ya alcanzadas antes de la etapa con vacunas!
¿Y respecto a la esperanza de vida y la mortalidad total? Pues va a ser que desde 1901 con 35 años de esperanza de vida se llega a los casi 70 en 1960 -casi se duplica-, antes de que se empiecen a realizar las campañas masivas de vacunación -obviamente, para cualquiera que sepa mínimamente de estadística es obvio que el aumento de esperanza de vida está fuertemente ligado al descenso en la mortalidad infantil-. Y así tenemos de nuevo que las mayores brechas en el descenso de la mortalidad se produce en periodos en que no había apenas vacunación y de la mano de las vacunaciones cada vez más masivas y contra más enfermedades apenas se han producido cambios, que ni siquiera se podrían aducir con seguridad a esas vacunas, viendo que la proyección era ya previa. ¿Dónde están todas las vidas salvadas por las vacunas? Veamos si pueden estar en EEUU…
Empecemos por la evolución de la mortalidad infantil:
Observamos una caída en pico hasta 1940-1950, lenta caída a partir de esos años en adelante.
¿Qué sucede en esos años con la esperanza de vida? Veámoslo en otro gráfico:
Si nos fijamos en la esperanza de vida al nacer, vemos un aumento en flecha hasta cerca de los años 50 y a partir de ahí una atenuación en el alargamiento de la esperanza de vida. En las otras edades, vemos que quienes en 1900 superaban los 20 años de edad tenían una esperanza de vida de más de 60 años, esperanza que se eleva después de 98 años -hasta 1998- hasta apenas 75 años, es decir, un aumento en menos de 10 años después de casi diez décadas de mejora de las condiciones médicas con casi seis décadas de vacunación, como en breve veremos . Ni qué decir de quienes en 1900 superaban los 60 años, cuya esperanza de vida en ese año era de 75 años, y casi diez décadas después era de apenas 5 años más, en torno a los 80 años.
¿Qué influencia ha podido tener en esa evolución la introducción de las vacunas? Veamos qué nos dicen los datos sobre calendario de vacunaciones en EEUU (el resumen traducido del fragmento y los resaltados son míos):
A partir de los años 40 empieza a RECOMENDARSE algunas vacunas -difteria, tétanos y tosferina-, pero no comienza un calendario oficial hasta 1995. La de la polio se comenzó a RECOMENDAR en 1950, la combinada contra el sarampión, las paperas y la rubéola se añade a la lista de recomendaciones en 1970, después de que se desarrollara en los 60.
¿Dónde queda el fuerte impacto de las vacunas en la reducción de la mortalidad infantil y en el alargamiento de la esperanza de vida?
Por supuesto, no tendrá nada de científico afirmar que la caída brutal de la mortalidad infantil se produjo antes de la implantación de las vacunas y sin ninguna participación de éstas, pero es sumamente científico afirmar que es gracias a las vacunas que se ha reducido la mortalidad, a pesar de que los datos empíricos estadísticos muestren lo contrario…
Ahora, ¿qué sería exigible para que una afirmación del tipo “las vacunas salvan miles de vidas” tuviera un sustento científico? Para ello necesitaríamos un estudio realizado siguiendo el método científico. Ese método busca eliminar interferencias en el análisis a partir de una situación con la mayor cantidad de parámetros conocidos y controlados, debe realizarse con una muestra de control, y debe ser replicable en iguales condiciones, esperándose resultados homologables entre ambas pruebas. ¿Cómo debería realizarse un análisis científico del impacto real de la vacunación en la población para poder decir con cierta seguridad que la reducción de la mortalidad o de la morbilidad de una enfermedad concreta se ha debido a la vacuna y no a otros factores? Para ello necesitaríamos una población amplia con hábitos homogéneos y con una evolución de esos hábitos en el tiempo también homogénea en la que pudiéramos establecer dos grupos bien diferenciados, uno de control al que no se le aplica la vacuna, y otro al que sí se le aplica. La forma más factible sería tomar una ciudad, pongamos de unos 10.000 habitantes. Por un lado, porque una muestra amplia nos da más posibilidades de extrapolación o universailzación, ya que entre esas personas va a haber mayores variaciones en sus metabolismos, respuestas químicas, factores genéticos, hábitos, cultura alimentaria, además de similares condiciones en el abastecimiento de aguas, acceso a medicamentos y a centros de salud, a condiciones higiénicas similares, y además se verían afectados en el tiempo por las mismas políticas públicas. Lo ideal sería dividir la población al 50%, 5.000 habitantes que no recibirían la vacuna, y 5.000 que sí, y lo óptimo sería que ese reparto se hiciera de forma que representara equitativamente grupos sociales, profesiones, edades y características genéticas. Esto último, porque tener en una misma familia a unos miembros vacunados y a otros no nos permitiría aún con más precisión comprobar las diferencias en su evolución, al suponerse en una misma familia rasgos genéticos similares y dieta más o menos homogénea, junto con el resto de condiciones de vida -aunque incluso en una familia pueden existir personas, por ejemplo, con determinadas alergias, y otras sin ellas, digamos que un hermano es alérgico al gluten y el resto de la familia no lo es-. Dividida la población y suministrada la vacuna a ese 50%, se deberían comenzar los registros de influencia de la enfermedad en cuestión a lo largo de los años, tomando datos estadísticos, por ejemplo, cada 10 años. Así, después de un periodo significativo, pongamos 50 años, podríamos tener resultados que nos permitieran afirmar con mayor rigor -que nunca podrá ser absoluto, ya que aún en esas condiciones hay factores relacionados con la composición única de cada organismo humano, su resistencia innata, el desarrollo particular de su sistema inmunitario, sus preferencias alimenticias y hábitos deportivos o sedentarios, su actitud vital… junto a otros datos que se nos pueden escapar- que la vacuna ha tenido una incidencia positiva, neutra o negativa en la prevención de esa enfermedad y la reducción de su mortalidad. Lo ideal sería, además, poder repetir o hacer simultáneamente la misma prueba en otra ciudad de una latitud climática y de hábitos y condiciones bien distinta con una población cuantitativamente similar.
Si existen estudios realizados siguiendo el método científico de análisis que lleguen a una conclusión de alta certeza sobre la eficacia de las vacunas y alguien que afirme que tales vacunas salva miles de vidas me lo presentara, podría considerar que su afirmación es científica. Si no, seguiré pensando que sus planteamientos adolecen del rigor médico y científico que achaca a quienes plantean dudas sobre la bondad, eficacia y necesidad de las vacunaciones masivas.