Conquistando el pan en esta tragedia humana

Esta catástrofe enorme, esta nueva ocasión en la que la tierra ha vuelto a poner al ser humano en el humilde lugar que le corresponde, está sacando con nitidez el tipo de sociedad y de relaciones humanas que el aparato estatal ha creado. Tristemente observamos en qué dirección nos movemos, qué es lo que prima. El Estado, como padre protector que decide desde arriba, supuestamente omnipresente y omnisciente como la imagen de ese dios imaginado por el ser humano que en definitiva lo inspiró, lleva tratando a sus ciudadanos como súbditos eternamente adolescentes, necesitados de una autoridad que les marque el camino, incapaces de auto-organizarse, de gestionar su propia vida con autonomía. De este modo, al mínimo indicio de que ese padre sobreprotector está ausente, todo se desmorona. Esos ciudadanos que, a conciencia, han sido desde el nacimiento tratados como eternos inmaduros se comportan como tales y, a falta del tutelaje oportuno, pierden el norte y gastan sus energías en clamar ayuda del cielo. No existe una cultura de solidaridad, ayuda mutua, organización espontánea. Y los medios aprovechan esta circunstancia desatada por la propia ineficacia del sistema estatalista para llamar anarquía a la situación creada. Nada más lejos de la realidad, porque anarquía no tiene nada que ver con kaos, que es lo que se está viviendo. Cuando la seguridad y el orden están tradicionalmente delegadas en organismos acostumbrados más a la represión que a la ayuda, los resultados son los que estos días observamos atónitos. Cuando una mayoría de la población está acostumbrada a que las empresas, las cadenas de supermercados, los intereses del libre mercado primen sobre los intereses humanos, a ser robados continuamente a través de precios artificialmente altos y esfuerzo de trabajo sistemáticamente usurpado por el patrón, es normal que en un momento como éste se cobren lo que en justicia les pertenece, frente a la pasividad de esos empresarios, esas autoridades, que prefieren ver perecer sus productos en las tiendas o tirar toneladas de productos “dañados” a la basura a saciar “gratis” y de forma ordenada las necesidades de los desesperados. En esos momentos el mundo asiste incrédulo, como ya me lo han manifestado personas que nos observan desde otros países, a la actitud de las fuerzas del “orden”, más afanadas en tirotear a reclusos en fuga (tal vez preferían que se quedaran tranquilos esperando morir en esa ratonera con barrotes) o a lanzar botes de humo contra los hambrientos y malgastar agua reprimiendo desde sus guanacos, que a ordenar la ayuda, buscar desaparecidos y, en definitiva, ayudar a la población, que es en definitiva para lo que dicen que valen. Pero no, una vez más demuestran lo que muchos sabemos: esos cuerpos del “orden” están para garantizar “su” orden, el orden de los ricos, de los empresarios, de los usurpadores del trabajo ajeno, vigilar su propiedad privada y su negocio. Y en una situación así, con décadas de educación en la materialidad de la vida y en la represión violenta como forma de corrección social no es de extrañar que muchos vecinos se organicen para actuar de esa forma aprendida, es decir, violenta, e incluso, como escuchábamos hoy a una mujer, pedir que el ejercito reciba la orden de la presidenta de “tirar a matar” contra los asaltantes. Está claro que muchos de esos asaltantes tampoco entienden nada de espíritu de clases, puesto que ese espíritu ha sido hábilmente suprimido durante décadas, de modo que demasiada gente de zonas humildes, abandonadas, conscientemente olvidadas, ha olvidado la dignidad de clase y han aprendido ha sobrevivir sacando provecho del mal ajeno. Pobres robando a pobres, lo más lamentable que podía suceder en una situación así, pero algo que se podía esperar de este modelo social basado en el egoísmo, en el deseo de vivir como la tele nos muestra que es posible de la forma más rápida que, con los salarios existentes, difícilmente puede ser el trabajo honrado. Pero masivamente la gente, bien aleccionada, en lugar de un cambio cultural y una sociedad justa para todos, pide a gritos más seguridad, entendida como represión y castigo. Qué más podía pedir la derecha, esas peticiones son música celestial para sus oídos, puesto que para preservar sus derechos el único camino es reprimir a aquellos que pretendan llevar intranquilidad a sus estructurados hogares.

Y en todo esto ¿qué correspondería hacer a los anarquistas? Intuyo, aunque deseo estar equivocado, que como colectivo tampoco estamos preparados para una situación así. Sin pretender aleccionar a nadie, sino como reflexión personal y esperando que muchxs compañerxs se me hayan adelantado y estén ya actuando, pienso que ésta es una ocasión preciosa para predicar con el ejemplo, para demostrar que se pueden edificar nuevos cimientos para esta sociedad, para practicar el apoyo mutuo, la solidaridad, la autogestión. En una coyuntura así los colectivos anarquistas deberían llevar la delantera colaborando en la organización horizontal de la ayuda y la organización en los barrios, poblaciones, fábricas, mercados… La solidaridad se demuestra en la práctica y es hora de poner en juego todos esos valores que predicamos. No para ponernos medallas, sino para hacer desde abajo, anónima pero enérgicamente, sin esperar a esa aletargada y pesada máquina estatal, lo que el pueblo demanda. Hay mucho que hacer y de esta destrucción masiva se puede construir algo nuevo, no sólo material, sino principalmente social. En cada calle, en cada pueblo se pueden sembrar semillas de esa horizontalidad y libre y espontánea solidaridad. Se puede demostrar que el apoyo mutuo no necesita de autoridades, policías ni gestores con corbata. No es necesaria la amenaza de las armas para hacer un justo reparto de los bienes. No hay que esperar a que las grandes cadenas de supermercados hagan gestos caritativos que, como han demostrado, tanta alergia les dan. El pueblo ya ha comenzado a tomar por sí mismo lo que reclama como suyo por derecho y por necesidad, pero puede hacerse mucho para que esa toma sea ordenada, llegue a todos y no sea un juego de ver quién es el más aguja. Hay que romper esa mentalidad de que el precio puede alzarse tanto como se quiera en función de la escasez y la demanda, porque esa lógica del mayor beneficio posible vuelve a condenar nuevamente a la nada a quienes esta economía neoliberal lleva dos siglos pisoteando. Hay muchos mensajes que extender, que interiorizar, pero, sobre todo, hay mucho que organizar y ésta es una ocasión de oro para demostrar que anarquía y kaos nada tienen que ver y que lo que los corazones libertarios albergan es ante todo amor y deseos de igualdad y libertad. Desearía poder hacer mucho más con mis propias manos, pero este estado de arresto domiciliario desgraciadamente pocas opciones me brinda. Ojalá otrxs hermanxs que estén ahí afuera puedan tomar la bandera rojinegra para dar con ella el abrigo y la fraternidad que la situación exige. Como bien apuntó Kropotkin, el pueblo quiere pan. Vaya desde aquí el más solidario abrazo a todxs esxs humildes hermanxs chilenxs que impotente desde la tele veo estos días sufrir y luchar por su dignidad frente a sus arrasados hogares.

(2-3-2010)

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